Fiesta salvaje

Las buenas intuiciones tardan, a veces, en germinar en forma de buenas obras: el pretexto del metraje encontrado que El proyecto de la bruja de Blair (1999) introdujo en el cine de consumo ha alcanzado su máxima sofisticación en trabajos recientes como Monstruoso (2008), El último exorcismo (2010), Troll hunter (2010) y Chronicle (2012), en los que la estrategia se ha puesto al servicio de una estimulante puesta en cuestión de los modos de representación del género. Quizá para contrapesar, Project X aplica el molde a la comedia teen y lo hace sin atender al rigor de su planteamiento y sin mostrar ninguna voluntad auto-reflexiva. Pese a todo, esta producción de Todd Phillips —el autor de Resacón en Las Vegas (2009), cineasta que parece empeñado en hacer de la épica caótico-fiestera toda una industria— logra, por lo menos, afirmarse como comedia autocombustible de atractivos tan epidérmicos como incuestionable resulta su eficacia.

Ópera prima del realizador de vídeos musicales Nima Nourizadeh, Project X sigue el proceso caótico de la fiesta que dos adolescentes le organizan a su mejor amigo en ausencia de sus padres. Sorprende que Nourizadeh crea en la dosificación de golpes de efecto hasta el punto de poner en grave peligro de vaciado de carisma el primer tramo del relato. Cuando llega el momento de la artillería pesada, Project X no teme romper su verosimilitud a golpe de hipérbole, pero no deja de proporcionar eficaces estímulos cómicos, al tiempo que canibaliza algunos de los subgéneros más sucios de la vídeocultura YouTube: grabaciones de fiestas salvajes, de chicas borrachas en actitudes poco decorosas, de consumos politóxicos y reyertas a borde de piscina. La película llega al gesto, más nihilista que político, de hermanar todo eso con la estética de la indignación.