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CRÍTICA: 'UN FELIZ ACONTECIMIENTO'
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

El dolor de ser madre

Comedia dramática algo desequilibrada en su narración pero definitivamente identificativa.

Javier Ocaña
Un fotograma de 'Un feliz acontecimiento'
Un fotograma de 'Un feliz acontecimiento'

En la columna del debe: el miedo en toda su extensión; a los vómitos, al malestar, a los vaivenes hormonales, a la alimentación, a la salud del feto, a las ganas de sexo, al parto, al dolor, a la epidural, a la episiotomía, a la depresión, al regreso a casa, a la salud del bebé, a las malformaciones, a no poder dormir, ni trabajar, ni disfrutar, a dar de mamar, al sacaleches, de nuevo al sexo (pero en otro sentido), a las revisiones, a la suegra, a la madre, a la actitud de la pareja, a todo hijo de vecino, incluido el tuyo, a una misma. En la columna del haber: la sonrisa luminosa (y esporádica) de tu bebé. No parece una gran cuenta de resultados. Quizá porque poco tiene que ver con la economía o las matemáticas; ni siquiera con la filosofía, precisamente a lo que se dedica la madre protagonista de Un feliz acontecimiento, aproximación de Rémi Bezançon a la maternidad. Tener un hijo parece un acto descompensado. Y ahí radica la base de esta comedia dramática algo desequilibrada en su narración pero definitivamente identificativa.

UN FELIZ ACONTECIMIENTO

Dirección: Rémi Bezançon.

Intérpretes: Louise Bourgoin, Pio Marmaï, Josiane Balasko, Thierry Fremont, Gabrielle Lazure.

Género: comedia dramática. Francia, 2011.

Duración: 107 minutos.

Como El primer día del resto de tu vida (2008), el notable anterior trabajo de Bezançon, sabe explotar con una mezcla de poesía cotidiana y dramático sentimiento algunos de los más emocionantes momentos de una vida, pero en Un feliz acontecimiento puede haber una sobredosis de tema central, lo que genera cierta impaciencia, como si se necesitaran rendijas de aire fresco ajenas al gran eje. Eso sí, ante esto, surge la gran pregunta: si cuando se tiene un hijo no hay rendijas para nada, ¿por qué las va a haber en la película? Porque la vida es una cosa y el cine (y, sobre todo, su narrativa) otra. Así, a pesar de que la visualización de la problemática es siempre atractiva, en determinados momentos la película puede parecer un catálogo de situaciones ya muy explotadas, por ejemplo, en los monólogos cómicos. Un defecto que se puede ver acrecentado por un hecho en principio ajeno a la propia película: llegar justo después de la inmensa Declaración de guerra e, incluso, de los rotundos estallidos formales de Tenemos que hablar de Kevin, no le beneficia en absoluto.

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Sobre la firma

Javier Ocaña
Crítico de cine de EL PAÍS desde 2003. Profesor de cine para la Junta de Colegios Mayores de Madrid. Colaborador de 'Hoy por hoy', en la SER y de 'Historia de nuestro cine', en La2 de TVE. Autor de 'De Blancanieves a Kurosawa: La aventura de ver cine con los hijos'. Una vida disfrutando de las películas; media vida intentando desentrañar su arte.

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