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Los eclipsados (y eclipsadas) del ‘boom’ salen a la luz

Los lectores descubren a escritores y autores latinoamericanos del siglo XX

El escritor mexicano Jorge Ibargüengoitia, en 1982.
El escritor mexicano Jorge Ibargüengoitia, en 1982.

La fotografía de la tapa muestra a un jovencísimo Octavio Paz y a una bella chica, de ojos grandes, de apenas 17 años. La pareja está en Madrid, la fecha es 1937. La obra narra con gracia y sensibilidad la efervescencia de la España republicana que se defendía de las tropas de Franco con una particular mezcla entre idealismo adolescente y gran talento literario. El libro se llama Memorias de España, 1937 (Siglo XXI, 2000) y la firma pertenece a esa bella chica, de ojos grandes y de apenas 17 años. Ella es Elena Garro (México, 1920-1998), la primera mujer de Octavio Paz y una de las principales escritoras —injustamente desconocida— del siglo XX latinoamericano.

La historia de Garro (apasionante, trágica y merecedora de ríos de tinta aparte) sirve para ilustrar los nombres de los escritores eclipsados por las grandes estrellas del boom literario en América Latina. En particular, de las mujeres. La brasileña de origen ucraniano, Clarice Lispector, es uno de los principales ejemplos de las mujeres que debieron haber formado las filas del ‘boom’ pero que quedaron fuera por el machismo. La narradora, creadora de un mundo sutil e inquietante, describió con certeza la complejidad del universo femenino de la época, particularmente en Lazos de Familia (Montesinos, 1988), una colección de relatos sobre los gritos ahogados de las mujeres en crisis. Como cuenta el peruano Ivan Thays en su blog Vano Oficio “el ‘boom’ era un club que no aceptaba mujeres”. Las que formaban parte del exclusivo club eran agentes literarias, estudiantes, secretarias, groupies o esposas. En algunos casos, como el de Garro, el divorcio de Paz en 1959 le costó su carrera y la orilló al exilio. Lispector, una escritora descubierta hasta hace unos pocos años en el mundo hispanohablante, “puede ser muy pronto más conocida que algunas de las estrellas más rutilantes del ‘boom’”, según afirmó el lunes el escritor boliviano Edmundo Paz Soldán en un encuentro en Casa de América, de Madrid.

Juan Carlos Onetti cuando recibió el premio Cervantes en 1980.
Juan Carlos Onetti cuando recibió el premio Cervantes en 1980.RAÚL CANCIO

En las mesas de las librerías se agolpan, poco a poco, títulos de autores que recién han sido descubiertos más allá de sus fronteras. La revolución en el jardín (Reino de Redonda, 2008) es una recopilación de los mejores textos del escritor mexicano Jorge Ibargüengoitia (Guanajuato, 1928 – Madrid, 1983), elaborada con meticulosidad por el autor y ensayista Juan Villoro. La cuidadosa edición del título reúne algunas de las mejores perlas de uno de los escritores que asumió, en cierta medida, una suerte de enfant terrible de las letras mexicanas, siempre dispuesto a desmontar sus tótems más sagrados. El título del libro, La revolución en el jardín, corresponde a un viaje que el escritor hizo a La Habana en 1964. Ibargüengoitia hace un retrato despiadado, lleno de humor y sarcasmo, sobre el régimen de Fidel Castro en una época en la que el líder cubano era un referente para los intelectuales de izquierda de América Latina. Una de sus novelas, Los relámpagos de agosto (Joaquín Mortiz, 2007), causó un terremoto entre las élites literarias cuando fue publicada por primera vez en 1965. La trama pisaba más de un callo del establishment mexicano: se trataba de unas memorias falsas de un general de la Revolución Mexicana caído en desgracia. El libro, difundido en pleno priismo (1929-2000), contrastaba con la novela de la revolución publicada hasta entonces. En lugar de ensalzar al caudillo, hacía un retrato irónico y mordaz de los grandes mitos mexicanos.

Tan pesada es la etiqueta del boom que más de un escritor ha afirmado que América Latina debe sacudirse los tópicos sobre su literatura y desterrar la idea de que la literatura latinoamericana es un mundo totalmente separado de la literatura “tradicional”. La fotografía de un desafiante Juan Carlos Onetti en una cama apuntando a la cámara con un revólver sirve de punto de reflexión a Rodrigo Fresán sobre el escritor uruguayo, exiliado en Madrid desde 1975 —donde murió en 1994—, que solía decir que Montevideo era “un lugar muy lejos donde no puedo mentir”. El autor, que había defendido la cultura a través de un suplemento literario hasta que el dictador Juan María Bordaberry irrumpió en la historia, se inspira precisamente en una redacción en El Infierno tan temido, uno de sus cuentos más celebradas y de las más citadas por los nuevos lectores que, como muchos otros, parecen cada vez más ávidos de sumergirse en las aguas editoriales en búsqueda de los escritores latinoamericanos que comienzan a salir a la luz, y mejor aún, descubrir alguno de las decenas que aún quedan por conocer.

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