La cultura por la borda
Me desalienta el ciudadano resentido que quiere acabar con la cultura por considerarla oficio de privilegiados que un ministro "Manostijeras". El ministro te toca el bolsillo; el ciudadano, el corazón
Entre las voces exquisitas de los periodistas de la radio de la BBC se abre paso una voz masculina española, cálida, gruesa, del sur, tan familiar para mí que diría que se ha colado la voz de un tío mío. El hombre es de Jerez. Conductor de autobús. Lleva sin cobrar cuatro meses. Dentro de poco no tendrá con qué alimentar a sus hijos. No es el único oficio tocado por la desgracia en esta ciudad andaluza. También los trabajadores de los servicios sociales esperan cada día el ingreso de una nómina que pareció esfumarse hace tiempo. La pregunta es: ¿nos contentamos con echarle la culpa a la desregulación financiera, a los países ricos europeos, a Merkel, a Margaret Thatcher, pionera de estos tiempos infames? No es que quiera eximirles de responsabilidad, probado está que la tienen, pero ¿es esa una explicación completamente satisfactoria? El Ayuntamiento de Jerez tiene una deuda que corta el aliento, ¿pueden escudarse los políticos de ayuntamientos y comunidades en las hipotecas basura, la codicia bancaria o la presión europea? ¿No ha llegado la hora de reconocer un fallo del sistema? Los alcaldes han tenido una escandalosa libertad de movimientos, los presidentes de las comunidades han concebido su autonomía como un pasaporte al despropósito, y los periodistas, reconozcámoslo, hemos sido obedientes: unos porque estaban pagados por los políticos; otros, porque sabían que quien denunciaba el dispendio era señalado como personaje incómodo. Es ahora, por ejemplo, solo ahora, cuando a esos arquitectos estrella que han dejado su costosa impronta en todas las ciudades españolas se les pone alguna pega.
Nos preocupa la emigración de los científicos pero la sequía cultural nos parece un mal menor
¿De verdad que no tienen nada que decir los alcaldes de los ayuntamientos más endeudados de España? Todos hemos visto con nuestros ojos cómo los políticos se adornaban con la cultura. La burbuja inmobiliaria estaba directamente conectada con la burbuja cultural, como apuntó sabiamente el agente de música clásica Enrique Subiela, que ha hecho un resumen demoledor de cómo si los ayuntamientos no pagan su deuda a los productores, cierta cultura se muere. No ha habido país con más conciertos gratuitos de músicos de relumbrón, tantos como para disuadir a la iniciativa privada. No ha habido país donde el teatro público viajara con unos precios tan bajos para el público y con una cantidad de invitaciones para autoridades que descabalgaba el presupuesto. Se ha malacostumbrado a todo un pueblo: los empresarios han dependido en exceso de la ayuda pública y los consumidores de cultura han entendido que esta tiene que ser un regalo del Estado. Y lo triste es que no por ello hemos llegado a ser un pueblo más culto.
No ha habido país donde el teatro público viajara con unos precios tan bajos para el espectador
Ahora, cuando cada día parece comenzar con amenaza de derrumbamiento, se diría que todo el mundo se ha puesto de acuerdo en que la cultura es el elemento más prescindible de todo este engranaje. Sin que nos haya dado tiempo a una reconversión, sin que se haya aprobado la ley de mecenazgo, sin que los empresarios puedan hacer de la cultura una inversión rentable, la clase política ha comenzado a echar lastre para que el bote no se hunda y están tirando por la borda a músicos, productores, directores de teatro, actores, autores, orquestas enteras, ciclos de música hasta hoy exitosos, ayudas al cine, bibliotecas públicas, ficción en la tele pública, etcétera. Se nos llena la boca con la obligada emigración de nuestros científicos al extranjero, pero que España entre en sequía cultural nos parece un mal menor. Todo casa con una idea de la derecha más conservadora que ha estigmatizado al creador como un aprovechado, y con cierto radicalismo de izquierda que prima la gratuidad a la excelencia. Y no hablo solo de conciertos de música clásica. Hace unos días pensaba en todo esto mientras veía un capítulo de Cuéntame, uno de los últimos. Como fanática de las series que soy, quería saber cómo había evolucionado este producto español después de diez años en antena. Tengo que confesar que me sorprendió. Me pareció bien escrita, bien rodada, bien interpretada. Entendí en media hora cómo las peripecias de una familia corriente se habían convertido en cita obligada para muchos espectadores. Costumbrismo español, lo llaman algunos con desprecio. Pero también Dowton Abbey, otro producto de una tele pública, es costumbrismo. Costumbrismo británico, del que vende a la Gran Bretaña como si fuera el paraíso de los buenos modales y el buen gusto, con un edulcoramiento de sus clases aristocráticas que despierta sonrojo, pero que se perdona porque la serie es adictiva y entretenida. ¿Que en ocasiones es cara la cultura? Claro, y hay que ser rigurosos en la elección de proyectos para luego defenderlos.
Hoy vengo a decir, una vez más, que el músico, el actor o cualquiera de los trabajadores de esos oficios que sostienen un espectáculo no viajan en un barco diferente al del resto del país. A todos nos explotó la burbuja en la cara y todos hemos sido ciudadanos de un país subvencionado. En muchos sectores, no solo en el cultural. Pero más me desalienta el ciudadano resentido que quiere acabar de una vez por todas con la cultura por considerarla oficio de privilegiados que un ministro Manostijeras. El ministro te toca el bolsillo; el ciudadano, el corazón.
Babelia
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