Elogio de un saludable riesgo
El espectáculo estrenado en el Real aguantó bien el envite de la combinación musical con la danza de Platel
Se había instalado el Teatro Real en la rutina del éxito esta temporada gracias a algunos espectáculos consagrados, y a otros nuevos como el de Iolanta/Perséphone, tocado por el sello personal de un Peter Sellars en estado de gracia. La división de opiniones tenía que llegar en algún momento. Era previsible que fuese en C(h)oeurs, como así sucedió.
C(H)OEURS
Les ballets C. de la B., Sinfónica de Madrid, Coro Intermezzo. Dirección musical: Marc Piollet. Dirección de escena y coreografía: Alain Platel. Fragmentos corales de Verdi y Wagner, música adicional de Steven Prengels. Teatro Real, 12 de marzo.
También es saludable, porque al fin se produce una apuesta de alto riesgo que nos devuelve al Mortier más incisivo en la búsqueda de nuevos horizontes estéticos. Con Alain Platel, Mortier había colaborado en Wolf en la Ruhr Triennale de 2003, un espectáculo osado en su combinación, alrededor de la música de Mozart, de danza, teatro, circo, canto y efectos audiovisuales, que incorporaba además una troupe de 15 perros.
Lo de ahora con Verdi y Wagner parecía, a priori, menos arriesgado, entre otras razones porque los coros de los dos grandes compositores de ópera del XIX sostienen a sus espaldas lo que haga falta, demostrando, si hacía falta, la modernidad y actualidad de su música. Por ello el espectáculo estrenado ayer en el Real aguantó bien el envite de la combinación musical con la danza de Platel, al menos durante la primera mitad.
En las artes escénicas todo tiene su medida y llegó un momento en el que la tensión se desvaneció, y a partir de ese momento no se volvió a recuperar el atractivo de la primera hora. Ese momento de frenazo en seco tuvo lugar como consecuencia de un largo monólogo hablado sobre un texto de Marguerite Duras y quizás de algún autor más, seguido de un absurdo juego de asociaciones por actitudes entre los miembros del coro y una innecesaria presentación de los nombres de los coristas.
Demasiado largo, demasiado banal. Cuando la fuerza narrativa procedía de la unión entre la música, los paisajes sonoros de las manifestaciones callejeras e incluso las escenas de danza, todo tenía otra perspectiva. Por una falta de sentido de la medida se pasó en un abrir y cerrar de ojos de la fascinación al tedio. Lo cual no impide una valoración positiva del riesgo.
Del riesgo y de los protagonistas musicales. Marc Piollet estuvo soberbio al frente de la orquesta y Andrés Máspero preparó al coro, como su paisano Bielsa —valga la comparación— hizo con el Athletic de Bilbao antes de enfrentarse al Manchester United en Old Trafford. La formación coral revalidó su gran estado de forma. A ello hay que añadir su capacidad teatral para moverse en escena y la capacidad de integración que manifestaron en la concepción compleja del espectáculo.
El público en general estuvo muy respetuoso y manifestó al final lo que sentía en una u otra dirección. Únicamente me sorprendió en una conversación privada que pillé al vuelo en una curiosa manifestación. “Esto es un espectáculo para gente inteligente”, decía un espectador molesto con lo que había visto. En fin, sin comentarios.
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