Todas las hojas son del viento
Se fue el flaco.
En Argentina se le dice flaco más o menos a la mitad de la población.
Pero Spinetta es y será “el flaco”. No hace falta decir su nombre.
Para hacerse una idea de la influencia que proyectó en la música y en la sociedad argentinas, es equivalente a la que tuvo Lennon en el mundo.
Impregnó a varias generaciones con su poesía, su lirismo, su rabia y su filo. Agudo y sensible. Original hasta el extremo.
Cuando yo tenía 12 años lo vi por primera vez en vivo, en el teatro Olympia de Buenos Aires. Mezclado entre jóvenes (adultos), jipis y rockeros, que me miraban como diciendo: “¿Este pendejo de dónde sale?”. Iba con mi hermano Javier Urondo, solo un año mayor que yo. No era habitual niños de nuestra edad en conciertos a la una de la madrugada…
Después lo vi muchas más veces.
Sobre todo en la etapa de Pescado Rabioso. El mejor grupo de rock que ha existido en habla hispana, a mi entender.
El disco titulado Artaud, en homenaje al poeta surrealista francés, es para mí la cumbre de la música pop cantado en español.
Ese disco tuvo la proeza de hacer que yo, y muchos otros preadolescentes leyéramos al poeta francés, comprando sus libros y no entendiendo absolutamente nada de lo que estábamos leyendo.
No importaba.
No había nada que entender... había que sentir…
Esto lo refleja en su máxima expresión Spinetta en la canción Por en ese disco. En donde hilvana, una tras otra, palabras inconexas y sin sentido, completando una obra maestra, donde canta con un sentimiento superintenso. Y todas esas palabras cobran sentido.
Como si estuviese emitiendo un verdadero mensaje.
Y “ese” era el mensaje.
Que todo valía.
Él era un creador libre.
Justo hace unas semanas grabé dos canciones suyas (Nena boba y Para saber cómo es la soledad), para la edición argentina de mi disco…
Que ahora sirvan como mi homenaje.
Lo voy a extrañar.
Chau, flaco.
Continúa la conversación en @alejostivel.
Babelia
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