Greenaway y la curiosidad
El director afirma que el cine "ha sido magníficamente reemplazado por otras formas de recolectar información"
Peter Greenaway (Newport, Gales, 1942), mantiene una asombrosa actividad multidisciplinar que le lleva constantemente de un lado a otro del mundo, aprovechando la posibilidad que existe en estos momentos de "deslizarse entre los medios" y satisfacer "el fascinante asunto de crear". Ayer llegó a Barcelona para participar en la 14ª edición Docsbarcelona; programó la sección Dernier Repas, impartió una clase magistral y mostró trabajos suyos de los comienzos de su carrera y uno de los últimos, sobre La última cena, de Leonardo da Vinci.
"Cuando te haces viejo se supone que debes jubilarte, pero lo cierto es que mi volumen de trabajo no para de crecer", ironiza. "Vivo en Holanda, donde la eutanasia es legal y creo que nadie hace nada interesante después de los 80. Ahora tengo 68, solo me quedan 12 años más y tengo gran cantidad de cosas que debo empaquetar, hasta que me someta voluntariamente a la eutanasia".
El director de clásicos como El contrato del dibujante (1982), El cocinero, el ladrón, su mujer y su amante (1989) y La ronda de noche (2007) no se considera un cineasta, sino alguien que ha "jugado con el cine durante un tiempo", que sigue fiel a la pintura -expone ahora en Locarno- y que entra y sale de cualquier tipo de expresión artística.
Cree que el cine, tal como lo hemos conocido, está muerto, pero que la actividad de contar historias a través de imágenes sigue viva. "Mi profesión está desapareciendo y me reafirmo en mi tesis de que el cine está básicamente muerto. Pero ha sido magníficamente reemplazado por otras formas de recolectar información".
"Recolectar información; interesante definición", le dice el periodista. "Sigo creyendo que hay suficientes seres humanos que quieren saber cosas y, por tanto, siempre habrá lugar para la gente que tiene un sentido profesional de la curiosidad. Usted también ha dedicado toda su vida a ser profesionalmente curioso", responde. "Ahora", añade, "lo interesante es la mutabilidad, la maniobrabilidad que existe entre un medio y otro, porque cualquier producto si no aparece como una película comercial, aparecerá en cualquier otra forma de manifestación. Todos llevamos encima la Santísima Trinidad: un móvil, un ordenador portátil y una grabadora. Todo el mundo es potencialmente un cineasta, e incluso disponemos de un extraordinario sistema de distribución que se llama Youtube, por lo que ya no necesitamos intermediarios, todo esto nos lleva a una emancipación, en términos cinematográficos, que no impide que podamos proclamar la muerte del cine tal y como lo concebían nuestros abuelos".
Y fiel a esta máxima, Greenaway tiene decenas de proyectos inmediatos: "uno sobre Einsenstein perdiendo su virginidad en México, otro sobre Muerte en Venecia, en el que la relación sexual se consuma, y otro con Malkovich sobre un grabador del siglo XVII. Además, tengo dos óperas, una obra de teatro y un contrato para escribir un centenar de libros para un editor parisiense..." A esto se añade la serie sobre nueve pinturas clásicas que empezó con Rembrandt y Da Vinci. Acaba de estrenar Las bodas de Caná, de Veronés y seguirán el Guernica, de Picasso, Las Meninas de Velázquez y la Capilla Sixtina de Miguel Ángel.
Babelia
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