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Todos los españoles conocen a uno...

El arduo trabajo de la inmigración anónima propicia el respaldo y el favor popular que dispensa el público a los argentinos famosos que cruzan el Atlántico

"¿Y ése de verdad es famoso, allá?", preguntan los amigos cuando volvés un rato a Buenos Aires, y te ponen algunos nombres sobre la mesa. "Porque él anda diciendo en las entrevistas que en España lo aman". Los amigos quieren saber si es cierto, o si es un bluf. Como si trascender en la península fuese una mentira recurrente de algunos argentinos que, al regresar, engrosaran su currículo con falsas hazañas ibéricas.

Pongamos luz sobre el tema; hablemos entonces de la fama, o del éxito, de los argentinos en España. Y también derribemos leyendas urbanas. ¿Es verdad que en cada sector resplandeciente de la sociedad española hay un argentino famoso? No, es mito: sólo los hay en los estratos de la creatividad y de los deportes. No hay banqueros argentinos famosos, sí futbolistas y basquetbolistas. No hay gastrónomos nacionales con éxito, sí actores y músicos.

Los futbolistas son los pájaros más complicados de catalogar
La camada migratoria mejoró la calidad emocional del aluvión

La primera distinción sobre el reconocimiento está dada por el arraigo. Están los que intentan limar el yeísmo y el voseo, y quienes hacen esfuerzos por mantenerlo vivo. Leonardo Sbaraglia vive en España desde hace poco y ya habla como si hubiera nacido en Valladolid. Alfredo Di Stéfano, con miles de años en estas tierras, parece haber llegado de Barracas antes de ayer. Rodrigo Fresán aguanta estoico; Andrés Neuman ya claudicó.

Ricardo Darín y Andrés Calamaro lograron conseguir un tono neutral que no parece molestar en ninguna parte. El de ellos parece acento de avión, el tono de voz de los que pasan más tiempo sobre el Atlántico que en cualquiera de las dos tierras firmes. La misma magia la consiguen Héctor Alterio y Pepe Soriano, posiblemente pioneros en esa entonación intermedia, casi canaria.

La segunda distinción tiene que ver con la estampa. Jorge Valdano maneja un garbo muy europeo: difícilmente se nos ocurra que pueda vivir otra vez en Santa Fe; no le da el porte, se sentiría incómodo. En cambio Miguel Ángel Solá, que también está asentado en Madrid, parece que estuviera haciendo una valija eterna para regresar; podemos imaginarlo en Palermo mucho más holgado que en el barrio de Chueca.

Los futbolistas en activo son los pájaros más complicados de catalogar. Por supuesto que el más famoso es Leo Messi, pero todos los que lo secundan en éxito mediático (el Kun Agüero, el Pipita Higuaín, y la lista es larga) no le ponen jamás el sonido castizo a letra ce. Y uno los ve sufrir en las ruedas de prensa cuando tienen que decir portería, larguero, penalti y pichichi. Sobre todo pichichi: pronunciar ese sustantivo, que significa 'goleador' pero parece el sobrenombre de una mascota pequeña, les hace daño en su virilidad. Lo dicen, casi todos, pero con un nudo en la garganta y unas ganas enorme de volver al potrero de la infancia y desquitarse.

La tercera distinción es de género. Tanto como le gusta al español el argentino sensible, del mismo modo le da fama y prestigio a la mujer dominante. No hay argentinas famosas, y a la vez dóciles, en España. Sí femeninas, pero con una dosis necesaria de ráfaga arrolladora. ¿Qué tienen en común Cecilia Roth, Maitena Burundarena, Cecilia Rosetto y Daniela Cardone? Que han trabajado aquí, han tenido éxito cada una en lo suyo, y que tienen un perfil de combate muy alto. Son mujeres peligrosas.

La última distinción es nominal. Hay argentinos con inmenso éxito en su campo, pero nadie sabe cómo se llaman. Son, sobre todo, publicistas de gráfica y televisión. O guionistas. Periodistas de prensa escrita. También médicos, cirujanos y psicólogos. O dentistas. Y en verano cientos y cientos de socorristas que, junto a la Cardone, vienen cuando hace calor y se vuelven a casa cinco meses más tarde.

Es muy difícil no dar con un argentino en las capas medias y altas de casi cualquier empresa de estos ámbitos. Sin duda, y sin que esto signifique un alarde chovinista, no hay otra inmigración en España que acumule tantos activos cualificados. Ni siquiera de países vecinos como Francia o Portugal. Ni tampoco de otras regiones que hablan el idioma castellano. Y este fenómeno sociológico produce, a la vez, que casi todos los españoles de clase media (y media alta) conozcan al menos a un argentino en su cotidianeidad. Que sepan con naturalidad hacer panqueques, que hayan escuchado alguna vez a Víctor Hugo Morales en la radio o que el mate no les parezca -como en otras culturas- una droga alucinógena extravagante.

La nueva camada migratoria, la de 2001, mejoró bastante la calidad emocional del aluvión anterior, que quizá fue demasiado menemista y entrepreneur; y también aventajó en alegría a la camada de los setenta y primero ochenta, tan noble pero también tan triste y desarraigada.

Desde esta óptica, posiblemente el argentino más famoso de estas tierras mediterráneas sea el anónimo, el que trabaja en la misma oficina que el español medio. Todos conocen a uno, que por supuesto no es el mismo, pero sí es uno solo en el inconsciente popular ibérico. Ése con el que ellos, los gallegos, han compartido una cierta intimidad imprevista. El que les abrió la heladera cuando fue de visita, el que alguna vez los saludó con un beso (oh, humillación masculina), o el que le puso azúcar al mate y se lo dio tibio, para que el inexperto lo probara por primera vez.

Las grandes luminarias -Messi y Darín, Cecilia Roth y Quino, Les Luthiers, etcétera- son entelequia de esos otros miles que no tienen nombre y que también intentan, en el día a día, ponerle filosofía menor a las sobremesas españolas. Los famosos son queridos gracias a la ardua labor de los anónimos.

Jorge Valdano y Alfredo Distefano
Jorge Valdano y Alfredo Distefano
La actriz argentina Cecilia Roth
La actriz argentina Cecilia Roth

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