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FERIA DEL LIBRO DE BUENOS AIRES

"Un sonámbulo en la noche insomne"

Los cien años de Onetti descubren el humor del autor de 'Juntacadáveres'

Le dijo a Eligio, el hermano de Gabriel García Márquez, una calurosa tarde de 1979, cuando acababa de cumplir 70 años: "Yo nunca he intentado ser clandestino. Sé que se dice que soy difícil, huraño. No, no es cierto. Soy como todas las personas. Cuando un tipo no te es simpático, no lo puedes aguantar. No puedo. Pero cuando estoy con alguien que me cae bien, bueno, tú lo has visto, no soy huraño, no soy irascible, no soy orgulloso".

Ahora el centenario de Onetti, que nació el 1 de julio de hace un siglo en Montevideo, Uruguay, da la oportunidad de que se conozca de veras el humor (el buen humor, pero también la rabia, y la melancolía) del escritor de Juntacadáveres. Es difícil creerlo, porque estuvo una década en cama, alejado del mundo, y porque parecía eso, un misántropo huraño que se escabullía del mundo y de sus ruidos. Pero era verdad: era un tipo divertido, le gustaba jugar con los niños y con los perros, se retrataba disparando revólveres de juguetes, se reía de los otros pero ante todo de sí mismo, y hacía chistes y bromas siempre que le daba la gana.

Si uno escucha a Dolly, su viuda, o a sus amigos más cercanos, que fueron niños cuando Onetti era ya una celebridad, tiene la oportunidad de romper aquellos tópicos que enfurecían al escritor. Era melancólico, sí, no quería ver a nadie, también, y escribió algunos de los libros más tristes (e íntimos) de la literatura mundial, cercano a Celine y a Kafka, y a César Vallejo, uno de sus grandes patrones. Pero era un humorista, y no sólo en la vida cotidiana, también en sus libros. Su volumen de artículos Confesiones de un lector (donde se recogen los artículos alimenticios que escribió para Efe) es un mandoble constante de sátira contra los solemnes que esconden su estupidez en la suficiencia, y contra los periodistas a los que una mano tendría que azotar siempre que dicen un tópico...

Dolly le conoció (y le quiso) como nadie, y lo contó en la Feria del Libro de Buenos Aires, en cuya edición de este año, la 35ª, Onetti y Julio Cortázar (por su libro inédito, Papeles inesperados) son dos grandes protagonistas. Dolly contó sueños, ocurrencias de Onetti, sarcasmos; escribía de noche, febrilmente, y a la mañana le acercaba resmas de papel, que ella tenía que pasar a máquina, y si ella bostezaba en algún instante, le gritaba sardónica: "¡O sea que te aburre Onetti!" Soñaba en voz alta, y al día siguiente le preguntaba por el contenido de su sueño. "No lo recuerdo", decía Dolly, demasiado dormida para anotar, y Onetti reía a carcajadas: "O sea que te has perdido uno de mis mejores cuentos. ¡Era un cuento completísimo!" Luis Harss, el autor de Los nuestros, acaso el libro más importante de la cultura literaria del boom, dijo de Onetti, y lo citó Dolly: "Lleva su cruz inclinando los hombros, como si purgara una culpa innominada e imperdonable". Es verdad, la llevaba. Pero era capaz de hacerle a su nieto Carlos la broma de obligarle a sacarle sangre a un amigo con una supuesta jeringa: el chico era muy avispado, y supo seguir la broma como si escenificara uno de los sueños narrativos de Onetti.

En este acto, que inaugura una serie de celebraciones de la obra de Onetti, hablaron algunos expertos en su obra; Antonio Fafoni dijo que Onetti no era un existencialista, sino "un nihilista activo". Por eso se recluyó, por eso dijo adiós a todo esto y se refugió en los fantasmas de Santa María, huyendo acaso del infierno tan temido. Dolly dijo en algún momento de su intervención una frase que subraya la capacidad de abstracción de Onetti: era "un sonámbulo en la noche insomne". Probablemente está en algunos de sus libros, pero es que en muchos de sus libros quien está es Onetti, reinando desde una sombra que ahora la gente va a ver, de nuevo, bajo la luz enorme de su literatura. María Lacaste, actriz, que estaba en el acto, y que era niña en la plenitud de Onetti, amigo de sus padres, dijo de él algo que Dolly atrajo y que le define, por encima de la malandanza del tópico sobre su tristeza: "Para mi inventó el juego y la historia de la bailarina y el alhajero. Yo era la bailarina y él, el alhajero".

"Juan tenía esa mirada soñadora. 'Estás noveleando', yo le decía", contó Dolly. Era un gran bromista. "Y como todos los escritores apasionados, Juan vivía soñando despierto".

Ese sueño está en sus libros, y estaba, en efecto, en esa mirada soñadora.

En la Feria de Buenos Aires está ahora por todas partes, mirando o apuntando con una pistola de juguete. En uno de esos recovecos con quienes fueron sus vecinos, en Madrid: Fernando Savater y Juan José Millás, españoles en este certamen. Savater ha protagonizado varios actos, e incluso una broma: le dijo al alcalde, Macri, preocupado por las manifestaciones, que hiciera un manifestódromo. Y como aquí se toman muy en serio a los filósofos, estuvieron a punto de poner en marcha la idea, hasta que Savater dijo que era una broma suya. Y Millás: su asunto, en una conferencia, después de haber presentado Los objetos nos llaman, su nueva novela, publicada por Seix Barral, fueron las palabras. En un estilo que Onetti hubiera abrazado, el escritor de La soledad era esto contó la vida de las palabras, y terminó con un diálogo que el autor de Cuando ya no importe hubiera celebrado con un vaso de vino: "Estoy llena de palabras y no sé qué hacer con ellas" "Démelas -le dije-, escribiré con ellas un cuento de misterio" "Pero no me las dio. Moraleja: sí sabía qué hacer. Todo el mundo sabe qué hacer con ellas, pero no tenemos ni idea de lo que ellas hacen con nosotros".

De eso va la feria. De la literatura.

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