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LECTURA

La Segunda República Española. Una crónica 1931-1936

Un libro que reúne las crónicas parlamentarias, inéditas hasta ahora en castellano, que Josep Pla escribió en los periódicos durante este periodo

EL 14 DE ABRIL EN MADRID

«La Veu de Catalunya», 18 de abril de 1931

A las tres de la tarde del día 14 se izó en Madrid la primera bandera republicana, que tremoló sobre el Palacio de Comunicaciones. Esta bandera produjo un movimiento general de curiosidad que se convirtió en un estallido de entusiasmo al conocerse que representaba realmente lo que simbolizaba, o sea, la toma del poder por parte del Gobierno provisional.

En cuanto esto se hizo público, Madrid corrió a destruir y a esconder los símbolos monárquicos. Los comerciantes proveedores de la Real Casa, las tiendas con el escudo real, las fondas, teatros y restaurantes con algún nombre relacionado con la Monarquía, hicieron desaparecer rápidamente los nombres comprometedores y dinásticos. Las estatuas que el pueblo consiguió derribar cayeron de forma implacable. Un busto de bronce de Primo de Rivera fue colgado en el balcón de Gobernación.

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Las banderas republicanas se hicieron más y más espesas. Los retratos de Galán y de García Hernández se prodigaron con una rapidez fulminante. La Marsellesa, el Himno de Riego, las notas de la Internacional, salieron de la boca de la multitud juvenil. El pueblo de Madrid, que suele poseer una finura crítica indudable, aderezó el espectáculo con su causticidad proverbial. El Rey y la Reina no fueron tratados por la masa con cumplidos, pero tampoco con una crueldad exagerada.

Todo el entusiasmo popular tuvo casi siempre un aire de verbena; a veces en la Puerta del Sol llegó a adquirir una densidad emotiva profunda e inolvidable. La gente estuvo correctísima y la propiedad fue absolutamente respetada. Alguna anécdota de carácter anticlerical se produjo en los suburbios, pero no puede decirse que aquello acabara dando el tono al espectáculo.

El desbordamiento del entusiasmo de la juventud popular de Madrid ha durado 26 horas seguidas, pero la disciplina ha sido admirable.

El Gobierno provisional

Nada más conocerse la noticia de que el Gobierno provisional había tomado posesión, se hicieron innumerables comentarios sobre su significación política.4 El ministerio tiene una característica esencial, y es que ningún militar forma parte de él. Eso tiene realmente una importancia inusitada. Los republicanos han querido dar la impresión de que no deben el triunfo ni han de condicionarlo a ningún sable. No hay duda de que han logrado su propósito.

El eje político del ministerio está formado, aparte de la histórica figura de Alcalá Zamora*, por Domingo*, Lerroux* y azaña.* Sobre este trípode gravitará probablemente la joven República española. A Domingo y Lerroux les conocemos uficientemente. Azaña está considerado en Madrid como una personalidad de primer orden, cuyo rendimiento será proporcional a su preparación. Azaña es un intelectual formado por la cultura francesa más completa y más refinada. El primer nombramiento del Gobierno provisional ha sido un éxito que todo el mundo ha acatado: ha sido el general Blanco para la Dirección General de Seguridad.

El nombramiento se considera un hecho afortunadísimo, puesto que el general Blanco pasa por ser el hombre en quien más confianza tiene el cuerpo de Policía, y un hombre, además, de una excelente ponderación y de un gran tacto. El Gobierno provisional se ha puesto a trabajar en estos momentos; las líneas generales de la obra que pretende hacer son las siguientes:

Primera. Estructuración federal de España.

Segunda. Continuación de la política de estabilización.

Tercera. Política de aproximación a Portugal.

Cuarta. Establecimiento de un régimen liberal muy acentuado, basado en la interpretación literal del Concordato.

Quinta. Fomento de una política de ralliement 5 a la República, llevada a cabo con la mayor comprensión y tolerancia.

Situación del Rey

En eso, el Rey, que no ofreció, a pesar de cuanto se diga, resistencia ninguna a la aceptación de los métodos y de la ideas triunfantes, ¿en qué situación jurídica ha quedado? Ésta fue, desde el primer momento, la preocupación de los monárquicos en Madrid. El Rey, antes de marchar, redactó un manifiesto dirigido al país, cuyo tono era de una indudable vivacidad. Este documento fue puesto en manos del último presidente del Consejo de la Monarquía, pero no se consideró que éstos fueran los mejores momentos para publicarlo. La sustancia del documento consiste en la creencia de que la salida del Rey de España es el mal menor para el país, dado que la salida evita la guerra civil. El Rey pone de relieve, además, que no ha querido aprovecharse de los elementos que tenía a su alcance para resistir la oleada republicana. El Rey recurre, en una palabra, a la fórmula constitucionalista pura y, a su entender, la aplica, con su marcha, de forma literalmente exacta.

Este documento político, sin embargo, no fue seguido por ningún otro documento. El Rey no ha firmado, al parecer, en ningún sitio, su abdicación para él y para sus hijos. El Rey ha marchado, simplemente. No creo, por otra parte, que haya negociado de momento con nadie las relaciones económicas que pueda tener con el nuevo estado de cosas. He querido destacar todo esto —que constituye a estas horas la conversación de todos los monárquicos de Madrid— no por la importancia que pueda tener el asunto en sí mismo, sino para destacar un matiz del momento que posee un interés indudable.

Madrid, ciudad sin fondo

Las horas vividas en Madrid, mientras tanto, han sido una cosa enorme y de una profundidad considerable. Una monarquía que duraba quince siglos ha caído como un peso muerto desplomándose, muerta por la base.

Nada ha resistido. Madrid, que ha tenido durante tantos siglos como única razón de existir, como quien dice, la Monarquía, ha visto el hundimiento de las instituciones, la dramática marcha de sus símbolos físicos, con el júbilo del pueblo desbordado y con la indiferencia casi absoluta de sus clases altas. Ni la aristocracia, ni el Ejército, que tantas veces sirvió de justificación a la Monarquía, ni las familias ligadas por múltiples razones con la Casa y el Estado, han dado prácticamente señales de vida. Estos últimos días los círculos aristocráticos de Madrid han sido los primeros en izar la bandera republicana. Este hundimiento general ha sido, a mi entender, lo que más ha impresionado al observador que busca el dramatismo profundo de las cosas y trata de captar el fondo amargo que tienen los fenómenos de la historia humana. La frivolidad de Madrid —no del pueblo, sino de las clases que tienen como razón principal de su existencia la Monarquía— ha sido un fenómeno casi trágico.

Y es que todo estaba profundamente minado por la obra nefasta de la Dictadura. El Ejército, sobre todo, era una cosa descompuesta a un grado indecible, muy superior a lo que creían los propios militares republicanos.

Los estudiantes, exponente de la burguesía española y de las clases medias, han dado pruebas suficientes de su clase. Los últimos ministros de la Monarquía —sobre todo Ventosa y Romanones—,* pusieron de manifiesto, mucho antes de que el desplome se produjera, la gravedad de la situación general. El Rey, que sintió como nadie estas últimas semanas la debilidad de la base de su posición, ha dejado que los acontecimientos se produjeran normalmente con la indiferencia del gran señor que ve el proceso de su ruina implacable. El Rey —y eso no lo digo con sentimentalismos fuera de lugar, sino por lo que pueda convenir a los historiadores— ha estado dominado estas últimas horas por una suerte de serenidad terrible e impávida.

El Palacio Real en la madrugada del 14

El espectáculo que ofrecía el Palacio Real a las dos de la madrugada era una de aquellas cosas para cuya descripción se precisaría el claroscuro de Shakespeare y la grandeza del estilo de Tácito. Su enorme mole parecía un fantasma tétrico. La Reina estaba dentro. Su hijo mayor, muy enfermo, oía el rugir de la multitud enloquecida y febril. Todo Madrid era una calderada de gritos y canciones, de vivas y mueras, de oleadas humanas que pasaban. El Palacio, custodiado en su interior, no tenía fuera ningún guardia. Los golfillos6 de Madrid habían ocupado las garitas de los soldados. La gente pasaba por la plaza de Oriente, unos con los puños alzados, la cara pálida, la garganta rota por el griterío popular; otros contemplaban —curiosos— con aire melancólico el gran Palacio que ha sido la tumba de los Borbones de España. Encima del balcón de la fachada el pueblo había colgado, atada a una caña, una bandera republicana, hecha deprisa y corriendo, con harapos de suburbio miserables. Todo estaba acabado y la Reina hacía las maletas más indispensables, guardaba las joyas y reliquias familiares, mientras Madrid, dominado por un insomnio frenético, enviaba oleadas de gente con aspecto suburbial a la plaza de Oriente. Volviendo a pie por la calle Mayor se veía el resplandor rojizo de los arcos voltaicos de la Puerta del Sol y una nube de polvo amarillo —de carretera castellana— que tornasolaba la luz blanca. Gobernación, con sus ventanas iluminadas, estaba ocupada por el primer Gobierno provisional de la República, que trabajaba…

UN DÍA DE FIESTA NACIONAL

«La Veu de Catalunya», 20 de abril de 1931 Madrid llega a la madrugada del día de la fiesta nacional implantada para celebrar la proclamación de la República con los pulmones rotos y la garganta ronca.7 Ha sido un día de fraternización general amenizada por los instrumentos de viento de las bandas de los regimientos de la guarnición. Las escenas populares han tenido una vivacidad enternecedora y el pueblo ha vivido el encantamiento y la ilusión que sugiere en este momento la palabra República. Mientras, se ha terminado de limpiar la población de símbolos monárquicos, de coronas, de escudos y de bolas. Por otra parte, las calles han sido objeto de una nueva rotulación espontánea, en la que se han prodigado los nombres de los héroes de la revolución, los nombres de Galán y Hernández,8 del héroe popular Franco* 9 y de los nuevos ministros. Las principales innovaciones han consistido en colocar la coletilla Zamora a la magnífica calle de Alcalá, y en dar el nombre de Marcelino Domingo a la plaza de Bilbao.

El ministro de Instrucción Pública ha vivido en una casa de huéspedes de la vieja plaza y el cambio de nombre llega con la aureola de las cosas románticas.

En el ambiente político el día ha venido marcado por sentimientos amables. Todo el mundo ha podido sentir la satisfacción que produce el formar parte de un país que ha sabido hacer, grosso modo, una revolución tan ordenada. Todo el mundo ha destacado que la educación política general era mucho más elevada de lo que la gente creía. El tono de las conversaciones ha tomado un aire de simpatía y se han prodigado los abrazos espectaculares que en Madrid forman parte del ornato ciudadano.

Uno ha constatado gozoso que, en verdad, todo el mundo ha cumplido con su deber y que la República empieza su vida con una solidez envidiable, realmente importante.

El «ralliement» a la República En eso, los ministros han tomado posesión de los ministerios. Los ministros exiliados han vuelto a España en medio de un recibimiento triunfal. Prieto* ha sido el orador de cara al País Vasco. Nicolau d'Olwer* ha estado brillantísimo de cara a los ciudadanos de Valladolid y de Burgos, que lo han aclamado. Domingo ha hablado al pueblo de Madrid con aquella emocionada corrección que le es peculiar. El tono general de los discursos ministeriales de toma de posesión ha sido admirablemente moderado. En el momento de escribir estas líneas el único ministro que no ha tomado posesión ha sido el señor Nicolau d'Olwer. Este retraso se debe a que su aceptación definitiva está condicionada a la solución de los asuntos de Cataluña. Existe la impresión, sin embargo, de que Nicolau será ministro de Economía y Barbey10 subsecretario.

El tono de inteligente prudencia de estos discursos ha acentuado muchísimo el movimiento de ralliement de la gente hacia la República. La gente se sitúa y se sitúa bien, o sea, de un modo absolutamente favorable.

La impresión reinante es que el zurcido entre ambos regímenes será un trabajo de una perfección acabada. La República naciente tiene la idea clarísima de que el problema del momento es el de su consolidación. Ante los problemas considerables que tiene planteados, esta táctica es la más política y la más eficaz. El interés del país, por lo demás, obliga a todo ciudadano consciente de su responsabilidad a facilitar, más que a entorpecer; a sumar, más que a restar. Así lo ha entendido la gente desde el principio, y es eso lo que va a facilitar la obra ingente que deberá enfocar el Gobierno provisional.

Ésta es, a mi parecer, la nota dominante del momento: a un lado y a otro se observa la necesidad de crear un terreno de comprensión mutua general.

El nubarrón de estos momentos: Cataluña

Vistas las cosas desde Madrid, es indudable que el único problema un poco difícil que ha debido plantearse la República ha sido el problema catalán. Desde el primer momento se dio al acto de don Francesc Macià* la importancia enorme que ha tenido. Macià y sus amigos, desde el punto de vista político, han sacado a la República del ambiente algo vagaroso y abstracto que tuvo al nacer. Ante un país, en una palabra, que no supo en un momento dado qué forma concreta tendría la República, Macià resolvió de golpe el problema con el hecho consumado de la República Federal.

11 Los acontecimientos ocurridos en Barcelona en estas últimas horas han sido seguidos aquí con un interés apasionado, y la parte que podía entrar en contradicción con las ideas de la opinión pública española ha sido corregida por el convencimiento de que es preciso dejar que las cosas vayan perdiendo fuerza a través de su proceso biológico normal. Macià es muy conocido en Madrid, y muy querido. El idealismo de su temperamento, al manifestarse de la forma esplendorosa en que lo ha hecho, ha sido perfectamente comprendido por la opinión pública de aquí. El Gobierno, por su parte, ha dado toda clase de facilidades y ha demostrado una comprensión realmente sensata. Las conferencias telefónicas entre Alcalá Zamora y Macià han sido siempre de una atropellada y febril cordialidad. Y esta tónica, natural dadas las horas que acabamos de vivir, si no ha vencido a estas alturas todos los obstáculos, no hay duda de que lo hará.

Hoy se ha sabido que venía aquí, como plenipotenciario de Macià, el señor Carrasco i Formiguera.12 El señor Carrasco tal vez no pueda resolver, aquí en Madrid, todos los problemas que planteará. La discusión, en definitiva, es una típica cuestión del momento: es una cuestión de terminología, pero es probable que el señor Carrasco pueda, disponiendo de la riqueza de nuestro léxico político, armonizar su opinión con la de los miembros del Gobierno provisional que parecen más difíciles y que, según dicen, serían los señores Maura, De los Ríos y Albornoz.* En todo caso, se considera casi inevitable un viaje a Barcelona de algunos miembros del Gobierno provisional al objeto de limar las últimas dificultades.

Si bien no puede negarse, pues, que los asuntos de Cataluña han sido el primer nubarrón, éste habrá servido para hacer brillar con mayor dramatismo el radiante sol republicano. De este nubarrón Madrid ha recogido esencialmente la parte más sabrosa de varias escenas, lo cual habrá servido para hacer más notable, a los ojos de esta opinión pública, los dramáticos y coloridos acontecimientos catalanes.

Los primeros decretos de la República

Los primeros decretos promulgados por el Gobierno provisional han sido de reparación. Se cree, en este sentido, que la anunciada apertura de procesos será abrumadora para la Monarquía, por lo que su importancia política podría ser muy grande. Los primeros nombramientos han sido también muy bien recibidos y, aunque en la hora en que escribo no nos hallamos más que al principio del cambio del personal político, no hay duda de que el criterio de elección de cargos parece obedecer a la intención del Gobierno de dar entrada en la clase política a los elementos jóvenes más acreditados. Aunque Madrid sea una ciudad algo desordenada en lo referente a la organización del trabajo, no hay duda de que el Gobierno trabaja mucho. El Gobierno provisional hace reuniones larguísimas y va tomando forma lo que debe realizar. El entusiasmo popular, demostrado de modo espectacular, se va enfriando, naturalmente, porque treinta y seis horas de griterío sólo las resiste nuestro temperamento meridional. Realizado, pues, este primer trabajo, cabe constatar que el otro trabajo de construcción y consolidación ha empezado bajo unos auspicios más bien brillantes.

ELPAIS.es publica todos los miércoles un fragmento literario de las últimas obras editadas por Ediciones Destino (http://www.edestino.es)

Portada del libro 'La Segunda República Española.
Una crónica 1931-1936', de Josep Pla.
Portada del libro 'La Segunda República Española. Una crónica 1931-1936', de Josep Pla.
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