El rumor de un suicidio aviva el mito de Marlene Dietrich 100 años después de su nacimiento
Alemania rinde homanaje a la diva del celuloide cuando se cumplen 100 años de su nacimiento
Nuevos rumores que apuntan a que Marlene Dietrich se suicidó por temor a acabar en una residencia han contribuido a aumentar la leyenda de la diva enigmática y solitaria, de cuyo nacimiento en Berlín se cumplen hoy cien años. Puntualmente, coincidiendo con el homenaje de su ciudad natal y las innumerables retrospectivas que perpetúan el culto a Marlene, la prensa alemana se hace eco de unas revelaciones de su confidente y secretaria, Norma Bosquet, acerca de la muerte de la estrella.
Una sobredosis de somníferos fue la causa de su muerte, el 6 de mayo de 1992, afirma esta estadounidense de 76 años, la única persona que visitó a diario a la diva en la última etapa de su vida, que pasó recluida en el piso parisino al que se retiró en 1976.
Dos días antes había sufrido un fallo cardíaco y ello hacía prácticamente inevitable su traslado a una residencia de ancianos, cuestión que, al parecer, temía más que a la muerte. Dietrich pidió a su amiga que le comprara somníferos y unas horas después de que Bosquet cumpliera el encargo la hallaron muerta.
Nunca se le hizo una autopsia. Marlene tenía casi 90 años y un historial médico de depresiones y dolencias complejo desde que, en 1980, una lesión en el muslo precipitó su aislamiento. Su amarga soledad es uno de los episodios que estos días, a raíz del centenario, llenan páginas, documentales y ciclos sobre la diva.
En ellos se reproduce hasta el infinito las estaciones de su vida: el Angel azul, con que Josef von Sternberg lanzó a una Marlene de contornos aún redondeados; la angulosa diva que cantó ante los soldados aliados, tras renegar de la Alemania; los gritos de "traidora" que escuchó en 1960, cuando volvió a pisar Berlín.
Un recuerdo con honores de estado
Su tumba, en el cementerio de Friedenau, ha sido escenario de un homenaje institucional en este 27 de diciembre, exactamente cien años después de su nacimiento en el barrio de Schoeneberg.
El presidente alemán, Johannes Rau, quien estos días recordó a Marlene como ejemplo de esa "Alemania mejor" que se opuso a la "atroz barbarie" nazi, ha acudido a depositar una corona de flores. El jefe de cancillería del Gobierno regional berlinés, Andre Schmitz, ha pedido perdón en nombre la ciudad por el trato hostil que se dispensó a la actriz tras la II Guerra Mundial.
Para el alcalde de Berlín, Klaus Wowereit, Marlene fue ante todo una mujer que "trazó su propio camino", en lo que incluye su regreso, a su ciudad natal, donde fue enterrada diez días después de morir.
Si esa voluntad de decidir sobre su destino implica también el suicidio, es algo que entra en el terreno de las especulaciones. El director del departamento del Museo del Cine berlinés depositario del legado de la actriz, Werner Sudendorf, lo considera "plausible" y "evidentemente posible", pero no entra en aseveraciones.
"Estoy sola, como siempre"
Entre el material privado recientemente recuperado está un fajo de cartas personales, donde la distante mujer fatal del celuloide habla sin tapujos de su soledad. "Aún no me he recuperado de la muerte de mi marido. Esa soledad. ¿Cuántos años me quedan aún?", escribía en 1979, tres años después de enviudar de Rudolf Sieber, con quien se casó en 1923 y de quien nunca se divorció, a pesar de sus múltiples romances.
Desde su cama de enferma, Dietrich mandó a su amiga Bianca Berger esos mensajes dramáticos, como la frase, escrita en mayúsculas: "Estoy sola, como siempre" o "El mundo es cruel. Que uno se mantenga en vida es un milagro. Y no hablemos de depresiones...".
Se reconocía culpable de esa situación, puesto que nunca se adaptó al trato con extraños y no soportaba quedar al cuidado de enfermeras o yacer en un hospital: "Esta bazofia es increíble", explicaba a su amiga, respecto a la comida que recibía ahí. La mujer que sedujo a medio planeta y tuvo en su nómina de amantes tanto a hombres como a mujeres pagó la factura de su altivez y murió en soledad, sin llegar a reconciliarse nunca con Berlín.
Su centenario se ha vivido en Alemania como un capítulo ritual, plagado de homenajes institucionales, retrospectivas que han hecho las delicias de mitómanos y cineastas, así como galas de sabor kitch, pero sin demasiado calor ciudadano. Junto al presidente Rau y otros representantes institucionales, en el cementerio de Friedenau esperaban apostados unas docenas de curiosos y periodistas.
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