El arcoíris o cuando la ciencia no puede desprenderse del componente mágico
Todo empezó cuando Newton colocó un prisma de vidrio delante del único rayo de luz que entraba en una habitación a oscuras
Si ha habido una bandera que ha coloreado las calles, esa ha sido la bandera LGBT. Para explicar sus colores, hay que remontarse a la antigua Grecia, cuando el arcoíris era contemplado como un camino mágico trazado entre el Cielo y la Tierra por la diosa Iris.
Bien mirado, el arcoíris tiene un componente mágico, por mucho que Aristóteles se empeñase en señalar que aquel camino de colores no se debía a una diosa, sino al eco de la propia luz cuando se descomponía en tres colores (rojo, verde y violeta), creando así una ilusión óptica. A partir de aquí, a partir de la explicación certera pero incompleta de Aristóteles, el arcoíris irá reduciendo su origen mágico; parafraseando al poeta John Keats, el arcoíris acabará formando parte del aburrido catálogo de lo común.
Con todo, los destellos coloridos del arcoíris seguirán provocando el hechizo en científicos como Newton, el último mago, tal y como lo calificó Keynes. No hay que olvidar que fue Newton quien identificó los siete colores del arcoíris con los siete elementos alquímicos (oro, plata, cobre, mercurio, plomo, hierro y estaño) y, ya puesto, con las siete notas de nuestra escala musical. Siguiendo la tradición pitagórica, los rayos de luz originaban vibraciones de distinta intensidad dependiendo de la magnitud de los mismos. Según Newton, las vibraciones mayores se identificaban con los colores más fuertes (rojo o amarillo) mientras que las menores se identificaban con los colores más débiles (azul añil y violeta); la fusión de todas ellas daba origen al color blanco. De esta manera, Newton, no despojó del todo el atributo mágico del arcoíris cuando trató de explicar el fenómeno.
Hay que recordar aquí que, para su experimento, Newton colocó un prisma de vidrio delante del único rayo de luz que entraba en una habitación a oscuras. De esta manera, el rayo atravesó el prisma y quedó reflejado en la pared opuesta donde aparecieron los colores del arcoíris. Si donde decimos prisma ponemos gotas de agua, entenderemos que el arcoíris se forma con ayuda de la lluvia. Sin ella no tendría lugar.
Con todo, el arcoíris no es como una aurora boreal que existe aunque nadie la observe. Para que exista el arcoíris, además de sol y de lluvia tiene que haber un ojo que capte el fenómeno, es decir, que sin la figura del observador no existiría dicho fenómeno. De ahí que el componente mágico no pueda desprenderse de la explicación científica por la cual el arcoíris se debe a la refracción de la luz solar en las gotas de lluvia.
Pero, por otro lado, afirmar que si no existiera nuestra retina, la luz no se descompondría en siete colores sería una manera de reducir la realidad, ya que los colores en los que la luz se descompone son continuos, de tal manera que diferenciar el añil del violeta resulta tan dificultoso como imposible.
Tal vez por eso, a la bandera creada por Gilbert Baker para el orgullo LGBT le falta el añil, siendo el rojo el que identificamos con la vida, el naranja con la salud, el amarillo con la luz de sol, el verde con la naturaleza, el azul con la serenidad y el morado con el espíritu. Con estas cosas, buscando correspondencia entre los colores y las categorías —y sin proponérselo— Baker se acercó a Newton.
El hacha de piedra es una sección donde Montero Glez, con voluntad de prosa, ejerce su asedio particular a la realidad científica para manifestar que ciencia y arte son formas complementarias de conocimiento.
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