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Mario Muchnik: una vida trazada por la ciencia

Antes de sumergirse en el mundo de la edición, se doctoró en Ciencias Físicas en Roma, formando parte del descubrimiento de la antipartícula bautizada como Sigma+

El fotografo Mario Muchnik, en su casa, en Madrid, en 2019.
El fotografo Mario Muchnik, en su casa, en Madrid, en 2019.Samuel Sanchez
Montero Glez

Hace unos días falleció Mario Muchnik, figura esencial para entender que la cultura es una cualidad de la sangre. Alejado del criterio cuantitativo que mueve las miserias del mundo, su actividad como editor será recordada por hacer difusa la frontera entre ciencia y literatura, es decir, entre el rigor y la imaginación.

Porque Mario Muchnik, antes de sumergirse en las cajas, tipos e interlineados de los textos, se doctoró en Ciencias Físicas en Roma, entrando a trabajar en el Instituto de Física de la misma ciudad y formando parte del descubrimiento de la antipartícula bautizada como Sigma+. Lo hizo después de haber completado su licenciatura en Nueva York, en la Universidad de Columbia.

En la segunda parte de sus memorias, tituladas Banco de pruebas, da cuenta de la metodología aplicada al citado descubrimiento, donde la modificación de hipótesis fue una categoría esencial para dar con la citada antipartícula. Con ello, Mario Muchnik deja claro que solo es posible representar la realidad siempre y cuando nos arriesguemos a entrar en contradicción con ella. Solo de esta manera se llega a regular la incertidumbre del entorno que condiciona a todo componente elemental de la materia.

Para él, la materia es una rebelión de la nada contra sí misma cuyo resultado es un “todo” compuesto por partículas necesarias y elementales. Tal vez por eso conectó tanto con Julio Cortázar y su literatura, pues fue Cortázar, siguiendo la estela borgiana, quien mejor conversó con el mundo invisible, ese ir y venir de partículas no sujetas a cálculo y que subyace bajo la realidad, demostrando que en toda expresión artística sucede lo mismo que en la física de partículas. Porque, al igual que cada partícula está asociada a una antipartícula de igual masa y carga opuesta, en toda obra artística que se precie ha de subyacer tensión entre dos códigos opuestos.

Algo parecido fue lo que le enseñó a Mario Muchnik el escritor Ernesto Sabato cuando este último decidió dejar la física para dedicarse plenamente a la literatura. Mario Muchnik era por entonces un adolescente que pasaba las horas de la siesta estudiando matemáticas con Sabato. Quería ser físico como él. La vocación le llegó a Mario por el impacto que supuso la noticia de la bomba atómica. El terror de Hiroshima y Nagasaki, que trajeron desastre y ruina, tendría su origen en el mal uso de unos avances científicos a los que el ser humano había despojado de toda sensibilidad.

Llevado por la curiosidad científica, sumada a un sentido humanista de la misma, Mario Muchnik se puso de codos con aquellos libros donde se explicaba la relación de las partículas con la materia, y donde se le hicieron familiares nombres como Max Planck, Niels Bohr o Albert Einstein, de quien Mario escribiría una biografía a finales de los años 80 (Lumen), cuando ya era un editor prestigioso que había divulgado por Hispanoamérica a autores como Elias Canetti, Oliver Sacks o Carlo Ginzburg, cuyo libro El queso y los gusanos se convertiría en uno de los libros esenciales a la hora de mostrar la tensión entre materialismo e idealismo, entre biología y religión, entre rigor y literatura. Ginzburg lo elaboró a partir de la biografía de un anónimo molinero italiano que vivió en las colinas de Friul entre 1532 y 1601.

El listado de títulos publicados por Mario Muchnik durante su vida editorial daría para una pieza más larga. De momento, y para terminar, decir que tuvo la generosidad de incluirme en su catálogo junto a los más grandes nombres de la literatura contemporánea.

Por todo ello, desde este raro estado de la materia inerte que es la vida, quiero celebrar con estas líneas la amistad que Mario Muchnik me brindó para traerme hasta aquí. Sin ella, sin su amistad, nada hubiera sido posible para mí.

El hacha de piedra es una sección donde Montero Glez, con voluntad de prosa, ejerce su asedio particular a la realidad científica para manifestar que ciencia y arte son formas complementarias de conocimiento.

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Sobre la firma

Montero Glez
Periodista y escritor. Entre sus novelas destacan títulos como 'Sed de champán', 'Pólvora negra' o 'Carne de sirena'.

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