El dodo no era gordo y torpe: un nuevo estudio desmonta la imagen del ave extinta más famosa
Investigadores británicos inician un proyecto para recrear la anatomía y comportamiento de esta especie, que es un símbolo de las extinciones provocadas por los humanos y un animal muy desconocido para la ciencia
Quizá el dodo no hubiera llegado a ser tan conocido hoy si Lewis Carroll no lo hubiera incluido como personaje en Alicia en el País de las Maravillas, una popularidad que la versión de Disney amplificó. Se dice que Carroll lo incorporó como caricatura de sí mismo, ya que su tartamudez le hacía pronunciar su verdadero apellido como “Do-Do-Dodgson”. Es difícil saber hasta qué punto debemos a Carroll y Disney la imagen que tenemos del dodo como un ave regordeta y torpe, carne de extinción. Pero un estudio reciente sugiere que esa imagen ridícula y simpática es falsa. Sería una tropelía más de los humanos hacia los dodos, tras exterminarlos hace más de 300 años y haberlos clasificado incorrectamente en los cajones de la ciencia.
El dodo (Raphus cucullatus) ha pasado a la historia como el símbolo más conocido de las extinciones provocadas por los humanos. La primera referencia escrita procede de navegantes holandeses en 1598, aunque la isla Mauricio, el único lugar donde habitaba, fue visitada anteriormente por barcos árabes y portugueses. Estos últimos pudieron acuñar su nombre a partir de doudo —loco, en portugués—, aunque también puede venir neerlandés dodaars —que significa trasero gordo— o, tal vez, fuese una onomatopeya referida a su llamada.
El origen de su nombre es un ejemplo de lo mucho que ignoramos sobre el dodo. Su imagen familiar puede dar a entender que era bien conocido por la ciencia antes de su extinción, pero no fue así. “En la época de su descubrimiento nadie estaba realmente muy interesado. El dodo se popularizó después de su desaparición”, comenta Neil Gostling, biólogo evolutivo de la Universidad de Southampton (Reino Unido) y supervisor de la nueva investigación.
A pesar de que se habían transportado animales vivos y disecados a Europa y Asia, casi todo se perdió: a finales del siglo XVIII solo quedaban una cabeza y un pie momificados, junto con algunos huesos. Hacía ya más de un siglo que el dodo era historia y muchos de los huesos conservados hoy se obtuvieron después de su extinción. “Antes de que supiéramos lo que teníamos, ya se había ido”, sentencia Gostling.
Un ave rápida y activa
Tampoco la imagen que tenemos de él le hace justicia. Aunque existen numerosos dibujos, la gran mayoría se copiaron de otros anteriores o de ejemplares disecados. El primer autor del estudio, Mark Young, también de la Universidad de Southampton, apunta que “no tenemos mucha idea del dodo ni de su aspecto; los únicos dibujos del natural los hicieron los navegantes neerlandeses que lo vieron en Mauricio”. La idea del ave gorda y perezosa pudo deberse, pues, a que los marineros las engordaban para el largo viaje a Europa.
Además, muchas aves engordan naturalmente antes de la estación de cría, y parece que este era el caso del dodo y de su especie hermana, el solitario de Rodrigues (Pezophaps solitaria), otra ave no voladora y extinguida a mediados del siglo XVIII que vivía en la isla del mismo nombre, a unos 560 kilómetros de Mauricio. “Probablemente, su figura variaba a lo largo del año”, dice Young.
Gostling apunta que los bocetos de 1601 del neerlandés Joris Joostensz Laerle —los únicos dibujados a partir de dodos vivos en Mauricio— “también muestran un trasero grande, pero se ve al ave mucho más erguida, con una pose casi atlética”. Esto encaja con las descripciones de la época, según las cuales el dodo era un ave rápida y activa. Lejos de la imagen del animal rechoncho y patoso, un poderoso tendón en sus patas lo impulsaba a gran velocidad a través de los bosques donde moraba; e incluso cuesta arriba por terrenos rocosos.
Palomas gigantes
El trabajo de Young, Gostling y sus colaboradores, publicado en la revista Zoological Journal of the Linnaean Society, pone en orden el linaje evolutivo del dodo y el solitario, aclarando el batiburrillo taxonómico que enmarañó su clasificación y que llegó a proponer varias especies como el dodo blanco, el dodo nazareno o el solitario blanco. Repasando 400 años de literatura científica y los restos conservados —la cabeza y el pie se encuentran en el museo de la Universidad de Oxford—, los investigadores reconfirman la pertenencia de estas aves, especies únicas en sus géneros respectivos, a la familia de las colúmbidas (palomas y tórtolas), pero hermanadas dentro de un grupo más pequeño exclusivo para ellas, la subtribu Raphina.
El trabajo de estos científicos no ha hecho sino comenzar. El equipo multidisciplinar formado por la Universidad de Southampton y los museos de Historia Natural y de la Universidad de Oxford reúne también paleoartistas y expertos en biomecánica computacional para recrear lo más fielmente posible la anatomía del dodo y su funcionamiento; lo más cercano posible a devolver esta especie icónica a la vida.
Con su aniquilación destruimos toda una rama del árbol de la vida, los primos gigantes terrestres de las palomas. Un experimento natural exitoso durante millones de años hasta que los humanos nos cruzamos en su camino. Los científicos confían en que las lecciones aprendidas nos eviten caer de nuevo en los mismos errores. En palabras de Young, “allá por el siglo XVII no existía el mismo concepto de extinción que tenemos hoy. Aún no se había acuñado el término científico, y los filósofos naturales de aquel tiempo eran cristianos creyentes en Dios y su creación”. Por entonces era inconcebible que los humanos pudiesen eliminar de la faz de la Tierra una especie creada por Dios. Tampoco los científicos viajaban a Mauricio, añade el autor del nuevo estudio. Ellos se limitaban a examinar las bitácoras de los navegantes neerlandeses y las muestras que traían.
Según Gostling, debido al extraño aspecto del dodo mucha gente llegó a cuestionar su existencia, creyendo que era un animal mítico como el fénix. Pero, entretanto, la caza, la deforestación y los depredadores introducidos por los europeos habían borrado del planeta a un ave incapaz de volar y que durante millones de años no había necesitado huir para salvar su vida. El último avistamiento confirmado de un dodo data de 1662. “Por desgracia, la humanidad aniquiló el dodo en menos de 100 años desde el primer contacto”, lamenta Young.
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