De la gallinita ciega a los monos cegados con cocos, el juego entre los animales es un entrenamiento para lo inesperado
La autolimitación en el juego podría tener una función evolutiva importante, según distintos estudios con macacos, ciervos, ballenas y ratas
Comienza el juego. A la gallinita le tapan los ojos con un pañuelo y el resto de los participantes se disponen en círculo alrededor, cogidos de la mano. Cuando están listos preguntan “gallinita, ¿qué has perdido?”, a lo que esta responde “Una aguja y un dedal”, y los jugadores la hacen girar diciendo “Da tres vueltas y la encontrarás”. A partir de ahí, la gallinita intenta atrapar a una persona y cuando lo consigue, tiene que adivinar su identidad solo con el tacto. Si acierta, intercambian los papeles.
La gallinita ciega, con sus variantes, se ha jugado por todo el planeta a lo largo de los siglos. En Inglaterra lo llaman blind man’s buff, en Bangladesh kanamachi y en Nigeria kola onye tara gi okpo?. Se ha representado en ilustraciones en multitud de ocasiones, como en un manuscrito del siglo XIII del Museo Atger de Montpellier, en un cuadro de Pieter Brueghel el Viejo de 1560 llamado Juegos infantiles, en un libro escolar chino de 1912 o en uno de los cartones que Goya pintó en 1789 para decorar el dormitorio de las infantas del Palacio de El Prado.
Taparse los ojos para jugar es tan universal que hasta lo hacen otros primates. La primera en documentar esta conducta fue Alyse Cunningham en 1921. Era la cuidadora de John Daniell, un gorila de llanura que, cuando era tan solo un bebé, fue capturado por unos agentes franceses en Gabón. Cunningham describe cómo a menudo cerraba los ojos con fuerza y corría golpeándose contra los muebles de su casa para jugar.
Desde entonces, este comportamiento se ha descrito en todos los grandes simios. Barbara Harrison, una pionera en la conservación de los orangutanes, describió en 1962 cómo dos machos jóvenes rehabilitados hacían un “concurso de pañuelos”. Uno se cubría la cabeza y los ojos con un pañuelo y el otro corría para arrancárselo y devolverle la visión. Cuando lo conseguía, cambiaban los papeles y volvían a empezar.
Los monos también se divierten con este juego. Un reciente estudio ha documentado que, en los alrededores del templo Pura Pulaki de Bali, los macacos (Macaca fascicularis) tienen la costumbre de utilizar trozos de cocos vacíos para taparse los ojos mientras juegan. Lo hacen una buena parte los individuos del grupo, tanto adultos como juveniles.
Los autores del estudio ofrecen una explicación: todo pudo empezar por casualidad. Imaginemos que un macaco estaba utilizando las manos y los dientes para acceder al núcleo blanco comestible de un coco. De pronto, sujetó la cáscara con la boca de forma que el objeto le cubría los ojos. Esta experiencia le divirtió y llamó la atención de sus compañeros, incitándoles al juego. Ver a un individuo pasearse torpemente con medio coco tapándole la cara resulta de lo más raro y curioso, tanto para nosotros como para los macacos.
El estudio indicó que la performance del coco aumentaba la probabilidad de que llegara a surgir un evento de juego entre dos individuos. Podría ser que los más mayores expresaran así su intención de jugar con los pequeños sin que estos se puedan sentir intimidados, como cuando un perro se tumba con las patas boca arriba. Es decir, podría tratarse de una señal de comunicación, una incitación al juego. Claramente, uno de los participantes se estaría poniendo en desventaja a posta, equilibrando así la partida y favoreciendo que se produzca.
Este tipo de acciones autolimitantes durante el juego social se dan en muchos animales. Los leones controlan su fuerza cuando juegan a pelearse con rivales más débiles, los monos capuchinos inician el juego desde una rama más baja que su oponente para darles ventaja y los gorilas animan a los más jóvenes dando giros que les vuelven más torpes.
Pero esta conducta tiene más funciones que la de igualar las interacciones sociales, porque los animales también se autolimitan jugando solos o con objetos. Distintas especies de ciervos hacen numerosos movimientos al jugar que les desestabilizan, como la postura bípeda o saltos repentinos. También se ponen en superficies poco estables que ponen a prueba su equilibrio.
Un estudio publicado en 2022 analizó el comportamiento de las belugas (Delphinapterus leucas) que viven en el SeaWorld de Texas. A estos cetáceos les gusta mucho jugar con objetos y en algunas ocasiones, se dificultan ellos mismos la tarea. Por ejemplo, colocan una pelota fuera de su alcance y se ven obligados a vararse para recuperarla o, mientras intentan empujar una boya, se ponen un cepillo en los ojos o en las aletas de la cola.
Otros casos nos resultan más familiares. Internet está lleno de vídeos de mascotas a las que les gusta ponérselo difícil cuando juegan, como gatos que ponen los ratones de juguete u otros objetos detrás de las patas de la mesa, mientras intentan atraparlos. Otros gatos se sitúan ellos mismos tras la puerta abierta del baño y pasan la garra por debajo para alcanzar el juguete que está en medio de la habitación. Hasta algunos perros se lanzan a sí mismos las pelotas colina abajo.
Además de la gallinita ciega, los seres humanos hemos inventado infinitud de juegos cuya base es la autolimitación. En la rayuela, saltamos a la pata coja para dificultarnos el movimiento, al igual que hacemos en las carreras de sacos. En balón prisionero o gavilán, nos restringimos mucho el espacio por el que nos podemos mover. En fútbol tenemos que meter el balón en la portería usando solo los pies y en voleibol los jugadores solo pueden dar tres toques antes de pasar el balón al otro campo.
Que la autolimitación en el juego de los animales sea tan frecuente, sugiere que tiene una función evolutiva importante. De hecho, las ratas jóvenes que no han tenido la oportunidad de jugar muestran una mayor respuesta de estrés y miedo ante una situación novedosa. Unos investigadores de la Universidad de Praga propusieron la hipótesis del “entrenamiento para lo inesperado”, según la cual, los animales creamos situaciones difíciles en un contexto seguro para adquirir poco a poco la capacidad de gestionar acontecimientos inesperados, tanto física como emocionalmente.
De esta forma, los juegos autolimitantes, al igual que el juego normal, va a mejorar las partes del sistema nervioso que controlan los músculos y la coordinación, como el cerebelo, pero también va a estimular los circuitos del córtex que controlan las emociones y las funciones cognitivas. Es posible que el juego de autolimitación a lo largo del periodo juvenil haga a los animales más capaces de afrontar las situaciones estresantes, al mejorar las áreas del cerebro responsables de las funciones ejecutivas y la regulación emocional a lo largo del desarrollo.
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