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Por qué la ‘Fotografía 51’ de Rosalind Franklin no fue la clave para descubrir la estructura del ADN

La revista ‘Nature’ conmemora el 70º aniversario de la doble hélice con un artículo que agranda la figura de la codescubridora, discriminada por sus colegas, y desmonta la leyenda de la mítica imagen de rayos X

Rosalind Franklin
Rosalind Franklin (1920-1958), química y cristalógrafa británica, fue una de los cuatro codescubridores de la estructura en doble hélice del ADN.Photo 12 (Universal Images Group/Getty Images)

Rosalind Franklin fue la única codescubridora de la doble hélice de ADN que no recibió el premio Nobel en 1962. Había fallecido en 1958, con tan solo 37 años, y quedó marginada durante décadas de la historia oficial de uno de los grandes logros de la ciencia en el siglo XX. La revista Nature, que publicó ese descubrimiento un día como hoy hace 70 años, le rinde homenaje en este aniversario con un artículo que reivindica su contribución y la pone al mismo nivel que las de Francis Crick, Maurice Wilkins y James Watson.

La importancia de Rosalind Franklin en esa hazaña científica ya había sido reconocida con motivo del 50º aniversario, en 2003. Y alrededor de esos años su figura fue dada a conocer al gran público a través de libros como The Dark Lady of DNA (La dama oscura del ADN, no publicado en español), de Brenda Maddox. Los autores del nuevo artículo en Nature, el historiador de la medicina Nathaniel Comfort y el zoólogo Matthew Cobb, lamentan que junto con esa popularización se extendiera una versión de la historia que ahora tratan de desmontar. De entrada, desmitifican la relevancia de la Fotografía 51, que simboliza tanto la gran aportación de Franklin como las injusticias y desprecios cometidos contra ella.

La Fotografía 51 está considerada una de las imágenes más importantes de la historia de la ciencia y, en la cultura popular se ha instalado como la clave que llevó a descubrir la estructura del ADN, cuando Maurice Wilkins le enseñó a James Watson la imagen a escondidas de su autora, Rosalind Franklin, que había logrado esa nítida imagen de rayos X unos meses antes. Esa versión cuenta que, al ver la foto, James Watson inmediatamente se dio cuenta de que el ADN era una doble hélice y corrió a contárselo a su compañero Francis Crick. Juntos, elaboraron su modelo en pocas semanas y se apuntaron la primicia.

El primer problema de esa popular historia (nacida del polémico libro de Watson La doble hélice) es que retrata a Franklin “sentada delante de la imagen durante meses, sin ser capaz de darse cuenta de su importancia, mientras que Watson lo comprendió de inmediato”, escriben Cobb y Comfort en su artículo divulgado hoy por Nature. Ellos defienden que sí se dio cuenta, e incluso más de lo que se creía hasta ahora.

El segundo problema es que eso no es lo que pasó. “La narrativa de Watson parte de una premisa absurda. Presupone que Franklin, una experta cristalógrafa, era incapaz de entender sus propios datos, mientras que el novato Watson lo hizo de inmediato”, afirman Cobb y Comfort. Los autores del nuevo artículo aclaran que todos los implicados en la historia “incluido Watson, sabían que era imposible deducir ninguna estructura precisa de una sola imagen (otras estructuras podrían haber producido los mismos patrones de difracción de rayos X). Lo único que revelaba la imagen es que la molécula del ADN era probablemente algún tipo de hélice, algo que nadie dudaba entonces”.

Los verdaderos méritos de Franklin

Lo que sí sucedió, según las cartas y artículos originales consultados por Nathaniel Comfort y Matthew Cobb, es que Rosalind Franklin fue la primera de los cuatro codescubridores de la doble hélice que se dio cuenta de que en las moléculas de ADN había “grandes hélices con varias cadenas y con los fosfatos hacia el exterior”, contó en noviembre de 1951 en un seminario al que asistió James Watson. Como era costumbre en él, Watson no tomó notas y omitió algunos detalles importantes a su compañero Crick. Juntos, elaboraron su primer intento de estructura de ADN: un modelo de triple hélice erróneo (y con los fosfatos hacia el interior), que no llegaron a publicar. Tras ese fracaso, su jefe les prohibió seguir investigando en el ADN durante el año 1952.

Mientras tanto, Rosalind Franklin siguió avanzando. Bajo su dirección, fue el estudiante de doctorado Raymond Gosling quien en realidad tomó la mítica Fotografía 51 en mayo de 1952. Gosling y Franklin habían depurado su técnica hasta el punto de lograr que esa fuera la imagen de rayos X más nítida de las que tomaron del ADN (en su escurridiza forma B) en aquella época. Pero, por sí misma, esta imagen no tuvo más mérito que esa nitidez y, quizás, haber emocionado a James Watson.

Original de la imagen de difracción de rayos X del ADN, tomada en mayo de 1952 por Raymond Gosling y conocida como la 'Fotografía 51'
Original de la imagen de difracción de rayos X del ADN, tomada en mayo de 1952 por Raymond Gosling y conocida como la 'Fotografía 51'Rosalind Franklin/Raymond G. Gosling (Ava Helen and Linus Pauling Papers)

Para Watson y Crick sí que fueron cruciales los datos que obtuvieron Franklin y Gosling del estudio de esa y otras imágenes de rayos X del ADN. En enero de 1953, Francis Crick fue invitado a una nueva charla de Franklin y Gosling en el King’s College de Londres, donde iban a presentar esos datos. Según una carta que los autores del nuevo estudio han descubierto, en esa invitación se asumía que Crick ya conocería los datos a través de su jefe, Max Perutz.

Franklin ya sabía que Watson y Crick podían estar al tanto de sus datos. Nathaniel Comfort y Matthew Cobb explican ahora que, por eso, no puede decirse que Watson y Crick robaron los datos de Franklin. Se los había proporcionado de manera informal Perutz, que había tenido acceso a un resumen preliminar previo a su publicación. Sin embargo, recalcan “que deberían haberle pedido permiso a Franklin para utilizar esos datos y también dejarle claro cómo los estaban usando”.

Hoy en día, la ética de la investigación científica hubiera llevado a hacer eso y a publicar conjuntamente el descubrimiento. En 1953, lo que sucedió fue que Watson y Crick publicaron su modelo teórico y, justo a continuación, en el mismo número de Nature, Rosalind Franklin y Maurice Wilkins publicaron por separado sus datos experimentales, que confirmaban la validez del modelo de doble hélice.

Sobre el nuevo estudio, la historiadora de la biología María Jesús Santesmases opina que “la figura de Rosalind Franklin no necesita de estas conclusiones, ya sabidas, para que comprendamos la gran importancia de sus aportaciones”. Para Santesmases, investigadora del Instituto de Filosofía (CSIC), “hace décadas que sabemos que ella fue fundamental y las afirmaciones de este nuevo artículo no restan la discriminación y el sesgo de género que sufrió. Un sesgo de género que entonces era permanente para las investigadoras y que no ha desaparecido del todo ni ahora”.

Los dos premios Nobel que no ganó

Estudiosa de su trayectoria científica y coautora de una biografía de Rosalind Franklin, María Jesús Santesmases recalca que el descubrimiento de la doble hélice del ADN “fue una obra coral” y considera que al divulgar estos grandes logros de la ciencia “debemos dejar a un lado las reconstrucciones heroicas y evitar la tentación de utilizar los premios Nobel para valorar la relevancia de los científicos, pues cada vez representan menos a la comunidad investigadora. Solo debemos usarlos como una referencia más”.

En el caso de Franklin cuesta no hacer una reconstrucción heroica de su figura, inicialmente olvidada, y además ignorar los dos premios Nobel que no recibió. En el momento de su fallecimiento prematuro en 1958, debido a un cáncer de ovario, estaba realizando unos estudios con su discípulo Aaron Klug sobre complejos de nucleoproteínas en los virus. Klug continuó la línea abierta por Franklin y acabó recibiendo el Nobel de Química en 1982.

Sobre si Franklin hubiera merecido compartir el Nobel de 1962 por la doble hélice del ADN, el nuevo artículo de Comfort y Cobb no deja duda. Según los autores, Franklin había llegado también por su cuenta a descubrir una de las implicaciones fundamentales de la estructura, que permite “una infinita variedad en la secuencia de su cadena [...] Esto podría explicar la especificidad biológica del ADN”, apuntó en su libreta en febrero de 1953, casi al mismo tiempo que Watson y Crick anunciaban haber descubierto ese “secreto de la vida”, con su eufórica entrada en el pub Eagle de Cambridge. A Franklin le faltaron algunas piezas para resolver el puzle ella sola, pero Comfort y Cobb quieren dejar bien claro que era “un miembro con igual peso en el grupo de cuatro científicos que descubrieron la estructura del ADN”.

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