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Ana Navas-Acién, asesora de Biden contra el cáncer: “En España, limpiar los aires y los cielos en las ciudades es la emergencia número uno”

La epidemióloga andaluza, experta en salud ambiental, ha sido escogida para el comité que decidirá las inversiones del megaproyecto milmillonario lanzado por la Casa Blanca para tumbar la enfermedad

Ana Navas cancer
La epidemióloga Ana Navas-Acién, en su despacho de la Universidad de Columbia, en una imagen cedida por la institución.Universidad de Columbia
Javier Salas

El concepto de justicia ambiental puede sonar hippy, pero es una de las razones que han llevado a la epidemióloga andaluza Ana Navas-Acién al comité asesor de la Casa Blanca para la lucha contra el cáncer. Joe Biden, que perdió un hijo por un tumor cerebral, lanzó la Misión contra el Cáncer para “acabar con el cáncer que conocemos hoy en día” haciendo un esfuerzo similar como el que llevó astronautas a la Luna. El megaproyecto cuenta con un presupuesto de base de 1.700 millones de euros y Navas-Acién (nacida en Almería hace 50 años, formada en la Universidad de Granada) ayudará a decidir en qué se emplean.

Esta epidemióloga es experta en salud ambiental, pero está especialmente preocupada por cómo afectan factores como la contaminación del aire, la toxicidad del agua y el humo del tabaco a colectivos desfavorecidos. Tras su paso por la Escuela Andaluza de Salud Pública y la Universidad Johns Hopkins, tiene claro que su objetivo es “que sea fácil para las personas tener estilos de vida saludables, cómo podemos mejorar la salud de la gente sin que tenga que hacer un esfuerzo individual: en cáncer, cardiovasculares, infecciosas, cualquier enfermedad que te puedas imaginar”. Ahora dirige un proyecto en la Universidad de Columbia de Nueva York que le permite aunar sus inquietudes: investigar cómo afecta el entorno en la salud, pero “también hacer ciencia aplicada, realizar intervenciones y trabajar con comunidades que están afectadas por los problemas de salud ambiental, justicia social y justicia ambiental”. En su caso, con las comunidades indígenas de las grandes llanuras del norte, que conviven con venenos como arsénico o uranio en sus territorios y aguas. Pero esas injusticias ambientales también se la ha encontrado en la Gran Manzana: “Las autopistas que van por los barrios ricos de Nueva York no permiten pasar los camiones, los diésel, etc. Todos tienen que pasar por las autopistas donde están los barrios pobres. Es impactante y se hizo así por diseño”.

Navas-Acién comenzará en junio a decidir cuáles son las prioridades de financiación para la investigación en cáncer: “Es un gran honor, lo veo también como un reconocimiento para nuestro campo de la salud ambiental y su importancia para la prevención del cáncer”. Pero reconoce que inicialmente creyó que era un engaño. “Cuando me llegó el email desde la Casa Blanca, al principio pensé: ‘Esto seguro que es mentira, quién me va a mandar un email de la Casa Blanca a mí’. Además, estaba en Almería y en la playa, en verano. Y cuando se lo conté a mi familia, todo el mundo se reía de mí”, recuerda entre risas. Sin embargo, más allá del honor y de la broma, la epidemióloga lo tiene claro: “Tengo una agenda completa: desde temas de agua, desigualdades, justicia ambiental, el aire, el tabaquismo… Voy a aportar todo lo que pueda”, asegura por videoconferencia desde Columbia.

Pregunta. ¿Qué es lo que usted puede aportar a este consejo asesor?

Respuesta. Para mí lo más importante es cómo podemos prevenir la exposición a sustancias cancerígenas. Ahora mismo hay mucha contaminación ambiental a través del aire que respiramos, el agua que bebemos, los alimentos. Las personas tienen mucha exposición a sustancias cancerígenas en la vida diaria. En Estados Unidos, hay muchas desigualdades en esas exposiciones: las poblaciones rurales, indígenas e hispanas tienen niveles de contaminación más elevados que otras por varios motivos, por ejemplo en el arsénico del agua. También estudio temas de polución ambiental que es una prioridad número uno. Es algo que me preocupa muchísimo. En España, por ejemplo, creo que limpiar los aires y los cielos en las ciudades es la emergencia número uno. Si tuviese que escoger un problema en España contra el que hubiese que hacer algo es eliminar la contaminación, por los niveles que está respirando la gente en Madrid, en Granada, en Barcelona… Son ciudades particularmente afectadas. El aire es muy importante, desde un punto de vista estratégico, para cualquier país.

Me preocupa ver la cantidad de jóvenes que fuman en España... A veces me dan ganas de llorar”

P. Ha trabajado en temas de control de tabaquismo

R. El tabaco es el carcinógeno número uno que tenemos en la gran mayoría de las ciudades y todo lo que se pueda hacer desde estrategias de salud pública para dificultar el acceso al tabaco es fundamental, sobre todo a las poblaciones jóvenes. Es una prioridad para mí. Ahora aquí estamos trabajando mucho en temas de cigarrillos electrónicos porque entre los jóvenes en Estados Unidos ha desaparecido el tabaco tradicional, lo usan menos del 5% de los jóvenes. Aquí se ha reemplazado por completo por los cigarrillos electrónicos, lo que va a ser muy interesante a nivel epidemiológico. ¿Qué va a pasar con ese cambio tan sustancial? Es como un experimento natural: de tener unas prevalencias del 15% hace unos años, a una caída enorme en el uso del tabaco combustible, con la cantidad de cancerígenos que se están eliminando... Todo eso se lo quitas con los cigarrillos electrónicos, aunque sigue habiendo otros carcinógenos, por lo que hemos visto. En ciencia uno tiene que estar siempre alerta a lo importante, pero también a lo nuevo; tienes que buscar lo relevante y la innovación a la vez. Por eso hemos desarrollado líneas nuevas relacionadas con el cannabis, porque ahora se está convirtiendo en un producto muy común.

P. ¿Entonces es mejor que los jóvenes fumen cigarrillos electrónicos?

R. Es una pregunta muy difícil. Sabemos que los cigarrillos tradicionales son muy dañinos para la salud a largo plazo. Todo lo que podamos hacer para eliminarlos es importante. Pero me preocupa la adicción de los jóvenes a los cigarrillos electrónicos y sus posibles efectos a largo plazo. Eso es algo que estamos analizando en un estudio en jóvenes de Nueva York, evaluando la salud cardiovascular y pulmonar; es un estudio fascinante, pero aún no tenemos suficientes datos. También me interesa si pueden ayudar a las personas que fuman a dejarlo. Son preguntas abiertas que requieren estudio y ciencia y, por supuesto, estar alerta para evitar nuevas epidemias. Reconozco que me preocupa ver la cantidad de jóvenes que fuman en España, en Europa en general, la cantidad de humo que ves en todos los sitios... A veces me dan ganas de llorar. Y no sé como decirle a la gente, por favor, no fuméis. Me acuerdo de ver a una señora en un aparcamiento de un supermercado, fumando dentro del coche con el bebé detrás. Y yo pensaba, ¿qué hago? Porque si le digo algo se va a enfadar, pero a la vez ¿cómo no le digo nada?

P. ¿Qué opina de la iniciativa en Nueva Zelanda de prohibir el acceso a partir de determinada edad?

R. Es complicado hacer eso de forma efectiva. Al ser un país más aislado, quizás lo van a poder conseguir. Pero en los países que estamos muy interconectados, son estrategias que no funcionan bien porque las fronteras son muy fluidas y además está el comercio electrónico. Lo que no se puede es seguir promoviendo el tabaquismo. Me preocupa que se propongan planes de futuro sin tomar acciones que se pueden implantar hoy mismo, como aumentar el precio y dificultar la accesibilidad y visibilidad de los productos del tabaco. Son acciones clave que se siguen retrasando. Tenemos que hacer todo lo posible como sociedad para dificultar la iniciación al tabaquismo y ayudar lo máximo posible para que las personas que fuman puedan dejarlo lo antes posible, y hacerlo ya, no dentro de 10 años. Nos va demasiada salud y calidad de vida en ello. Es una responsabilidad política número.

Entre los 15 y los 25 años tienes mayor capacidad para volverte adicto a la nicotina”

P. Esa duda que plantea de la madre fumando es una buena metáfora de la salud pública, la pelea entre la intervención individual y la colectiva.

R. A mí nunca me ha gustado abordar el problema desde el plano individual y valoro mucho a mis compañeros de la medicina que lo hacen. Pero es importante poner en marcha estrategias generales para conseguir eliminar ese humo innecesario. Está totalmente demostrado que es entre los 15 y los 25 años cuando realmente tienes mayor capacidad para volverte adicto a la nicotina. Y está claro que la industria va a aprovechar ese conocimiento, tanto por las vías tradicionales como por las nuevas. Es un tema muy complejo a nivel social. Por ejemplo, está claro que el tabaco es demasiado barato en España. Es muy fácil de acceder a esos productos, está en todos sitios, en cada esquina lo puedes comprar. Y claramente está todavía socialmente aceptado. Quizás cada vez menos, pero aun así se ve como algo normal. Todo eso lo hace muy accesible. Los factores contextuales son obviamente muy importantes. Pero también tienes que pensar por qué fuma la gente: claramente el tabaco, la nicotina, tiene efectos que ayudan a las personas de alguna manera. Si no, no sería un producto que se usase. Si nadie le ve un beneficio personal, ¿por qué te vas a gastar el dinero en algo así? También hay que entender eso. Los datos de Estados Unidos de grupos de población que siguen usando el tabaco te llevan a pensar que para conseguir una estrategia realmente efectiva debemos ir más profundamente a las necesidades sociales y psicosociales de las personas, a las vulnerabilidades, ver cómo ayudar en esas necesidades para evitar esos hábitos. Esos son los esfuerzos que tenemos que hacer a nivel poblacional. No es fácil.

P. La dicotomía que vimos en la pandemia de responsabilizar a la gente: ponte la mascarilla, pero no invierto en mejorar la ventilación de los edificios.

R. ¿Estamos invirtiendo lo suficiente en hacer ciudades saludables y edificios saludables? Hay muchas oportunidades para mejorar la salud ambiental, nuestras ciudades y nuestros ambientes, de forma que sean mejores para los estilos de vida. Vías para bicicletas, menos tráfico y zonas peatonales, edificios mejor ventilados, energéticamente más eficientes. Al hablar de estos temas, ves que ya se une más gente a la que en principio no le gusta la salud pública o que la ve como una pérdida de tiempo y recursos, cuando ven que hay una oportunidad de mejorar, de invertir, de adaptar, de innovación. Pero ahora mismo es demasiado costoso.

P. ¿Cómo ve los debates que tenemos aquí en España sobre hacer las ciudades más saludables?

R. La calidad del aire es fundamental y veo el debate demasiado politizado. Está muy politizado, pero creo que va a cambiar porque la gente cada día exige más para las ciudades. Y eso va a generar cambios. La actividad física es el otro elemento clave: para la prevención de enfermedades crónicas, incluido el cáncer, es fundamental. Eso es una ventaja de las ciudades españolas, que en general promueven mucho la actividad física, pero hay que ver cómo favorecer aún más esa movilidad. Una de las oportunidades que tenemos en este en el siglo XXI es hacer las ciudades más saludables, que mejoren la movilidad y minimicen la contaminación, sobre todo del aire.

La calidad del aire es fundamental y veo el debate demasiado politizado”

P. Para usted es muy importante la relación con la comunidad.

R. Para las poblaciones indígenas con las que trabajo es un tema importante la propiedad de los datos, de quién son los datos. ¿Del científico que los recoge, la organización que los financia, que en muchos países son los estados? Las poblaciones indígenas consideran que los datos son de su propiedad, de los participantes de los estudios, de las comunidades que acceden a colaborar. Ha sido una de las grandes lecciones científicas que he tenido, porque siempre tiendes a pensar que los datos son tuyos, pero realmente pertenecen a las personas, que nos los dan en préstamo. ¿Y cómo se usan? Hay que tener una gran responsabilidad, sobre todo que puedan beneficiar a esas personas que han participado en la investigación y que no haya un abuso posterior. Como cuando se hacen ensayos clínicos en países en desarrollo, que luego no se benefician directamente. Y el conocimiento tradicional es un elemento fundamental: respetar y entender y trabajar juntos con las comunidades que están afectadas por lo que vamos a estudiar. Creo que la ciencia en el siglo XXI ya no se puede hacer sin esta relación con la comunidad. Aparte del respeto por el medio ambiente, que es un pilar de sus formas de vida, otro elemento muy interesante es lo que las poblaciones indígenas llaman el principio de las siete generaciones. Es la idea de que en cualquier decisión que tomemos colectivamente debemos estar pensando no en el efecto a corto plazo, sino en cómo va a afectar dentro de siete generaciones más allá de la nuestra. Y otro tema donde el conocimiento tradicional es fundamental es en la dieta: la mediterránea y la mayoría de las dietas tradicionales suelen ser muy saludables porque están adaptadas a las necesidades y a las disponibilidades de lo que hay en cada lugar, y normalmente se han generado durante tiempos muy largos en la sociedad. Tengo la suerte de trabajar con estas comunidades, que no quieren quedarse atrás: quieren ver cómo la ciencia les puede ayudar y aprovecharlo. Pero no que sea abusiva o ignore sus necesidades. Es muy interesante y hacen la ciencia mejor. Ha sido una gran lección.

P. La Misión Cáncer tiene una meta muy ambiciosa: “acabar con el cáncer que conocemos” en 25 años.

R. Es bueno ser ambicioso. Biden parte de una experiencia personal dura, que mucha gente entiende, porque la mayoría tenemos una experiencia cercana. Y realmente ya se ha avanzado mucho en cáncer: si lo pensamos, ha habido una gran mejora si lo comparamos con hace 10, 20, 30 años. En el tratamiento y diagnóstico precoz se ha avanzado mucho, pero la idea es que se puede avanzar todavía más si invertimos en ciencia. Y lo interesante de la iniciativa es que no va solo por una única línea estratégica, sino que desarrolla múltiples líneas de trabajo, centradas ya sea en cánceres distintos o en estrategias diferentes, ya sea redes de pacientes o estrategias para diagnóstico precoz o para tratamiento o para prevención. Son cosas que ya existían, pero se trata de fortalecerlas para que realmente tengan recursos y puedan innovar y buscar oportunidades nuevas. Es una línea estratégica para el país y en cáncer quieren invertir aún más y lo han puesto como una prioridad.

P. Pero no es solo una cuestión de gastar, también aportar nuevas perspectivas, como la suya.

R. Exacto, reconocer la importancia de la prevención, de la contaminación, eso es fundamental. Una de las estrategias es claramente es la preventiva: conseguir que las personas no padezcan esta enfermedad. Si queremos disminuir la mortalidad por cáncer, una de las estrategias clave es reducir el número de cánceres, claramente eso va a ser lo más efectivo para mejorar la mortalidad. 25 años es un tiempo razonable para conseguirlo. Si tú consigues quitar el humo del tabaco, el número de cánceres que vas a prevenir va a ser enorme. Realmente las estrategias preventivas son las más eficaces, aunque luego tengan menos visibilidad. Eso es lo que pasa en salud pública: como las intervenciones disminuyen el número de casos, no se ve el éxito, es menos glamuroso. El éxito de curar a la persona con cáncer es muy obvio. Pero bueno, ya lo sabemos, es nuestro trabajo y nuestro esfuerzo colectivo y la recompensa es ver esa reducción.

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Sobre la firma

Javier Salas
Jefe de sección de Ciencia, Tecnología y Salud y Bienestar. Cofundador de MATERIA, sección de ciencia de EL PAÍS, ejerce como periodista desde 2006. Antes, trabajó en Informativos Telecinco y el diario Público. En 2021 recibió el Premio Ortega y Gasset.

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