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CONSTITUCIÓN CHILE
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Como la vida misma

A partir ahora derechas e izquierdas coincidirán en el mismo relato: los chilenos rechazaron dos proyectos identitarios

Carolina Leitao abraza a su hija luego del triunfo de 'en contra'.
Carolina Leitao abraza a su hija luego del triunfo de 'en contra'.Cristobal Venegas

Alguna vez le escuché decir a Roberto Méndez –el decano de la encuestología chilena- que cuando hay un Gobierno de izquierdas la gente en Chile se vuelve capitalista, y cuando hay uno de derechas se vuelve socialista. Esto ayuda a explicar los sorprendentes vuelcos que ha experimentado la escena electoral chilena tras el estallido social de 2019, y el macizo triunfo del en contra al proyecto constitucional propuesto por la derecha en el plebiscito de este domingo.

Sucede que, como el dios Jano, los chilenos tenemos simultáneamente dos caras: una marcadamente individualista y otra estatista. En tiempos de vacas flacas todos miramos al Estado en busca de ayuda o como agente de cambio, pero cuando ellas se reponen inmediatamente emerge ese capitalista que todos tenemos dentro.

Lo mismo cuando surgen amenazas de dejarnos sólo con una de las dos caras. Así sucedió con la Convención Constitucional, con la que se inició el proceso constitucional que hoy termina. Ella amenazó con borrar la cara capitalista, por lo cual fue rechazada abrumadoramente en el plebiscito de septiembre del año pasado. No fue un golpe de Estado, como en 1973, pero si un golpe cultural y político de magnitudes parecidas. Prueba de ello es que terminamos en un plebiscito como el de hoy, donde las alternativas en la papeleta fueron dejar las dos caras, la capitalista y la socialista, tal como están actualmente, o modificar la ecuación en un sentido aún más capitalista, sazonándolo con pizcas de moralismo conservador.

Pero en el día de hoy le tocó el turno a la propuesta que surgió del Consejo Constitucional, controlado a su gusto por las derechas. Ella amenazó con quitar dientes al Estado y sufrió la misma suerte que el proyecto de la Convención: el rechazo. Los chilenos, por lo visto, estamos resueltos a preservar nuestras dos caras ante amenazas de izquierdas o derechas. Son nuestra identidad, como Jano.

No estoy de acuerdo, por lo mismo, con quienes interpretan los vaivenes del electorado chileno dese una óptica ideológica. Discrepé de quienes en octubre del diecinueve sostuvieron que “Chile cambió”, y que lo seguiría haciendo indefectiblemente “hasta que la dignidad se vuelva costumbre”. Discrepé también de quienes plantearon que el triunfo del Rechazo en 2022 inauguraba un nuevo ciclo donde las derechas podían actuar a su antojo, como lo hizo el Partido Republicano en el Consejo Constitucional al desechar el acuerdo de los Expertos. Lo que tenemos, en realidad, es una sociedad compleja, y como tal, un sistema con múltiples caras o componentes que interactúan de maneras que no siempre son lineales ni predecibles, lo que conduce a comportamientos que no se pueden anticipar o controlar.

Lo sucedido en Chile desde el estallido social que abrió paso al proceso constitucional se entiende entonces mejor preguntando a Chat GPT sobre el comportamiento de los sistemas complejos. En ellos el cambio en una parte o componente del sistema puede tener efectos inesperados en otras partes. Exhiben comportamientos no lineales, donde pequeñas variaciones en las condiciones iniciales pueden llevar a resultados muy diferentes (el famoso efecto mariposa). Hay cambios que obedecen al conjunto del sistema y no a la actuación de sus componentes individuales. Y se generan bucles de retroalimentación que pueden amplificar los efectos o mitigarlos.

¿Cómo fue que una Convención Constitucional anticapitalista derivó en el dilema del día de hoy, cuando lo que estuvo en juego fue si mantener el orden democrático-capitalista actual, o radicalizarlo en un sentido ¡más capitalista!? La respuesta hay que buscarla en los sistemas complejos, que por si sirve de consuelo, tienen mayor capacidad de adaptarse y evolucionar en respuesta a cambios en el entorno. El caso de Chile así lo demuestra, con un proceso constitucional que a la larga consiguió procesar exitosamente las pulsiones violentas que en 2019 estuvieron a un tris de destruir la democracia.

Los chilenos salimos hoy de esta larga experiencia constitucional como uno sale muchas veces de las terapias: aceptando que el proceso fue más largo que lo previsto, con la sensación de no haber descubierto la piedra filosofal, pero más conformes con la vida que nos toca vivir.

En mi último libro (La Sociedad Impaciente, 2022) decía que el Chile de hoy se comprende a partir de eso que la RAE define como “la intranquilidad producida por algo que molesta o que no acaba de llegar”. Esto nos ha conducido a oscilar, como en un péndulo, entre nuestras dos caras, a no soportar la espera ni la disciplina, a responder agresivamente ante cualquier contrariedad, a no encontrar sosiego. Los motivos no son idiosincráticos sino materiales: una economía que no crece, una desigualdad que atenta contra la expansión del sentido de dignidad, un sueño meritocrático transformado en pesadilla, el temor agudo a la delincuencia y la inmigración y una clase dirigente juzgada como indolente. Los viejos airbags, como la familia, la clase social, el partido, el sindicato, la Nación y, muy en especial, la religión, han caducado, con lo que no hay nada que mitigue la impaciencia. De ahí el estallido de 2019; de ahí la búsqueda de una solución milagrosa, como la que se depositó en la cuestión constitucional.

Tras cuatro años de travesía, sin embargo, y tras evaluar las alternativas que se le ofrecieron, el pueblo chileno dio su veredicto. “Ya basta. Preferimos quedarnos con la Constitución que tenemos, lo cual ha venido cambiando lenta y pacientemente, y que puede seguir cambiando en el futuro, antes que quemar las naves y embarcarnos en una nueva aventura”. Nos pasó como a esas parejas que, después de probar por fuera, vuelven a reunirse y a valorar lo que tenían.

En aquel libro sugería aprender del budismo y el hinduismo, para quienes “la paciencia no es signo de apatía o cobardía, sino de fuerza y coraje; no es una señal de resignación, sino de esperanza; no es un signo de pasividad, sino de control de la impulsividad”.

El modo como hoy hemos cerrado el proceso constitucional quizás apunta en ese sentido. A partir ahora derechas e izquierdas coincidirán en el mismo relato: los chilenos rechazaron dos proyectos identitarios, uno inspirado en la “nueva izquierda” y el otro en la “nueva derecha”. No fue lo que soñamos, pero es lo que conseguimos y tendremos que cuidar. Como la vida misma.


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