Somos jóvenes…
“Carabancheleando” es un colectivo de investigación militante que busca que sean las propias personas que residen en ella quienes creen y trasladen las narrativas acerca de sus espacios
He salido de mi jurisdicción habitual y me he ido a San Blas para conocer un proyecto con nombre evocador: “Unas pipas en un banco”, el mejor plan del mundo, cuando yo era adolescente.
Lo implementa “Carabancheleando”, un colectivo de investigación militante, centrado en el estudio de las periferias, que busca que sean las propias personas que residen en ella quienes creen y trasladen las narrativas acerca de sus espacios. Su trabajo les ha permitido comprobar cómo la relación con el barrio “es ambivalente: por un lado puede provocar vergüenza reconocer que vives en un sitio pero, al tiempo, hay un fuerte sentimiento de pertenencia basado, entre otras cosas, en el apoyo vecinal”, señala la antropóloga y activista Laura Escudero Zabala.
Tras sacar “el diccionario de las periferias”, para el que recopilaron términos propios del extrarradio, comienzan de nuevo. La idea, cuenta la ilustradora feminista Ana Peñas, era empezar a la vez con jóvenes que hablaran de sus barrios y poder generar conexiones entre los institutos participantes (de Parla, Carabanchel, Leganés y San Blas). “Es una edad en la que aún dependen mucho de los adultos y tienen muy poca voz. Así que viven una especie de doble periferia”.
A partir de unas sesiones en las que se lanzan preguntas y se favorece la discusión entre el alumnado, logran que afloren las problemáticas que realmente les preocupan, como la homofobia, el antigitanismo o las bandas. También se introducen otras “como los desahucios y descubren que son aspectos estructurales que afectan más a un tipo de personas que a otras”, comenta Escudero.
Pero el barrio es también corazón, así que si es atacado, duele. Noelia Núñez es una alumna del I.E.S. Gómez Moreno y afirma que le da rabia que haya personas que se consideren superiores a ella por la fama que tenía Canillejas en los 90, cuando había gente pinchándose. Nerea Fernández, su compañera de Las Rosas la secunda: “Noelia se siente super orgullosa y no se va a ir de ahí”. Continúa hablando de la importancia de las conversaciones que han tenido últimamente gracias al proyecto: “En clase hay personas homosexuales que nos han contado experiencias que yo desconocía, por eso no me había puesto en su piel. Escucharles sirve para aprender y pensar de otra manera”. “Pasa igual con ‘las panchotecas’ que citó un compañero colombiano” , añade Noelia, ”él las llama así y va ahí porque coincide con sus paisanos”.
De sus charlas han nacido mapas que recogen los lugares de ocio que frecuentan. Justo el día que voy, una parte del alumnado y del profesorado abandona el centro para visitarlos.
Nerea me explica que irán a los muritos, el lugar en el que dicen que se hacía botellón antes y a los laguitos, unas piscinas improvisadas a las que tienen que acceder pasando por debajo de una carretera y en las que mucha gente se baña en verano, aunque en lugar de césped o arena haya escombros y la seguridad no esté garantizada. Los fines del mundo están a un paso.
El barrio recorrido, explicado, vivido y sentido por una juventud que será quien lo transforme y quien continúe comiendo, “aunque cada vez menos”, me recuerda Nerea, unas pipas en un banco.
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