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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Nos deben una explicación

Son, por acción u omisión, los autores intelectuales de una aventura peligrosa e inútil que ha conducido a Cataluña a un callejón sin salida

Francesc de Carreras
Tajani, Juncker  y Tusk  recogen el Premio Princesa de Asturias.
Tajani, Juncker y Tusk recogen el Premio Princesa de Asturias.José Luis Cereijido (EFE)

Las cosas empiezan a ponerse en su sitio en Cataluña. Pero no cada uno está en su sitio. Algunos nos deben una explicación.

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Cuando digo que las cosas empiezan a ponerse en su sitio no pretendo insinuar que la crisis catalana está en vías de solución. Desgraciadamente, la convivencia civil y el progreso social y económico están seriamente afectados, tardarán en recuperarse. El daño es considerable y las heridas siempre cicatrizan lentamente.

La aplicación del famoso artículo 155 de la Constitución seguro que generará tensiones e insumisiones. Todo ello está aún por ver y probablemente las emboscadas en los colegios del 1 de octubre se repetirán en contextos muy distintos. ¿Acatará su cese Puigdemont? ¿Abandonará mansamente su despacho del Palau de la Generalitat? ¿Cómo recibirán algunos funcionarios a sus nuevos superiores jerárquicos? Sin duda habrá de todo. Algunos están deseando que lleguen, otros dudan sobre qué papel deben adoptar, unos terceros los ven como objetivos a combatir.

Deberán utilizar estos nuevos superiores mucho tacto y mano izquierda, limitarse a asegurar que las leyes se cumplan y no excederse en el objetivo para el cual han sido designados: restablecer el orden constitucional y garantizar que la Administración Pública debe servir “con objetividad los intereses generales” y actuar “con sometimiento pleno a la ley y al Derecho”, tal como prescribe el art. 103.1 de nuestra Constitución. Tras estos años de arbitrariedad politizada, de desprestigio oficial de la Constitución y de las leyes, de los jueces y sus sentencias, volver al funcionamiento regular de las instituciones no será tarea fácil ni cómoda.

Sin embargo, insisto en la idea primera: las cosas empiezan a ponerse en su sitio. ¿A qué me refiero? A que algunas mentiras, postverdades (o puigverdades, según el chiste de moda) empiezan a desvelar su paladina falsedad. Algunos, muchos en realidad, ya argumentábamos contra estas falsas ideas y hechos, pero después salían otros que, impertérritos, las afirmaban como ciertas con una seguridad pasmosa: tanto políticos, como expertos (sic), periodistas, columnistas o tertulianos. Machacaban diariamente a sus lectores y audiencias con embustes a la manera goebbelsiana y, como este sistema de propaganda no falla, el buen hombre de la calle, es decir, una inmensa multitud que confía en que aquello que dice la mayoría es la verdad, les hacía caso y se lo creía.

La economía catalana debía experimentar un subidón impresionante con la independencia. Ahora sabemos que las empresas huyen, las inversiones se retraen y el horizonte es mucho peor que antes. Todo ello sin independencia, sólo por temor a su mera posibilidad. También decían, sin despeinarse, que Cataluña tiene derecho a la autodeterminación, a decidir su futuro como Estado separado de España. Incluso la Ley de referéndum, aprobada tan irregularmente el 6 de septiembre, como quien dice hace cuatro días, tiene como objeto regular el derecho de autodeterminación de Cataluña. Autoridades incontestables de la comunidad internacional han respondido recientemente que Cataluña no reunía, ni de lejos, las condiciones para ser sujeto del derecho a la autodeterminación. También ciertos enteradillos sostenían que un nuevo Estado catalán permanecería en la Unión Europea. En Oviedo lo desmintieron el viernes pasado Juncker, Tajani y Tusk, las tres actuales cabezas visibles de la UE, durante el solemne acto de la entrega de los premios Princesa de Asturias.

En realidad, no hacían falta estos desmentidos, en los últimos años se habían producido otros muchos, cualquiera que supiera algo de economía y derecho sabía perfectamente que los defensores del independentismo mentían, mentían a sabiendas, demostraban con engaños su deshonestidad intelectual. Me refiero sobre todo a los considerados expertos, a los profesores de economía, de derecho público, de ciencia política, de relaciones internacionales. Y si algunos mentían, otros muchos callaban, se escabullían y agachaban la cabeza bajo el ala, mientras conservaban cargos públicos muy bien remunerados o aspiraban a ellos.

Pues bien, todos estos personajes tienen nombre y apellidos, podríamos hacer la lista. Son, por acción u omisión, los autores intelectuales de una aventura peligrosa e inútil que ha conducido Cataluña a un callejón sin salida, ha deteriorado la convivencia civil entre catalanes y con el resto de españoles, ha perjudicado el progreso económico y social, nos ha puesto en ridículo ante el mundo y ha comprometido nuestro futuro. No se les debe perdonar, tanta irresponsabilidad no les debe salir gratis, cuando menos nos deben una explicación. 

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