El fragor de la pasión patriótica
En su búsqueda del estado de felicidad permanente, algunos prefieren no ver los rostros de la crisis
Los tiempos son convulsos. El cierre de filas de los cuerpos místicos nacionales silencia el clamor de la injusticia cotidiana. El primer impacto de la convocatoria de la consulta del 9-N ha sepultado la comparecencia parlamentaria del ex presidente Jordi Pujol, que se atrevió a lanzar una catiliniaria contra los diputados y se permitió no aclarar su fraude fiscal familiar y continuado. Cualquier asunto que no halle ubicación en el eje nacional queda atrapado entre los cascotes que levanta el impacto patriótico. La esgrima verbal entre la unidad o la ruptura de la patria concita más pasión que la objetivable pobreza energética. La prohibición de presentar la novela Victus,de Albert Sánchez-Piñol, en el Instituto Cervantes de Utrech, la indolente actitud de Mariano Rajoy sobre Cataluña o el constitucional cierre de filas de PP y PSOE ante el 9-N chocan estrenduosa y patrióticamente con la euforia del tricentenario y la convocatoria de la consulta en Cataluña.
Artur Mas apeló el pasado jueves a la astucia para lograr los objetivos nacionales. El David catalán contra Goliat español, dijo en imaginativa metáfora del Antiguo Testamento. Abusando de la figura que brindó el presidente, ambos contendientes podrían haberse enfrentado mucho antes, sin esperar que el gigante injuriara a Dios (Cataluña) en el valle de Ela. Cuando David libró el combate final, el filisteo ya llevaba días desafiando a los ejércitos del rey Saúl.
Los rostros que cada día muestra la crisis deberían hacer reflexionar a quienes en su búsqueda del estado de felicidad permanente pasan de puntillas sobre el combate cotidiano. Margarita Romero vive en Santa Coloma de Farners tiene 44 años y tres hijos. Su trabajo parcial de 410 euros al mes no le alcanza para pagar las tres dosis de insulina que precisa a diario y tiene que elegir entre comida o salud. El 64% de los ciudadanos que atiende la Cruz Roja en Cataluña o tiene dificultades o no puede adquirir la medicación que les prescriben.
En 2011, antes de que Goliat lanzara el desafío final, el Gobierno catalán, en una muestra de catecismo de mercado, se adelantó al de Mariano Rajoy y fijó para 2018 un déficit estructural del 0,14% del PIB, un porcentaje que el Ejecutivo central, más laxo, situó en un 0,40% y para el 2020. Ahora el objetivo soberanista ha trastocado los papeles y la Generalitat asegura con aplomo a través de su consejero de Economía que no va a recortar los 3.300 millones que le reclama el Estado. Una traición al antiguo catecismo
Es cierto que el reparto del peso déficit que hace el Ministerio de Hacienda a las autonomías es injusto, pues aplica la ley del embudo: dureza extrema para con las administraciones periféricas e indulgencia máxima para consigo mismo. Ahora en Cataluña, la explosión del movimiento soberanista y el interés político de CiU por liderarlo ha provocado un cambio retórico: del neoliberalismo a la social-democracia. Lo que antaño el ahora imputado Oriol Pujol denominaba “grasa del caldo” —el “sobregasto” en servicios— se ha convertido en la esencia misma de la popular escudella catalana. Ese cambio retórico es solo eso, pues no va acompañado de gestos, a juzgar por los recortes en sanidad o bienestar social. Cuando se baja a la concreción del gasto, la austeridad y el no hay dinero sigue siendo la doctrina oficial.
La prueba de que a algunos catalanes —contrariamente a los levantinos de Unamuno—, más que la estética los pierde la retórica, estuvo en el pleno del Parlament contra la pobreza, celebrado el pasado mes de marzo. Solo dos de las 18 medidas que se aprobaron tenían dotación económica: entidades sociales y renta mínima de inserción. Sin embargo, esos 14 millones totales ya estaban presupuestados previamente. Seis meses después de ese pleno, el Pacto de Lucha contra la Pobreza sigue sin firmarse y el Departamento de Bienestar ha retrasado el pago de 17 millones a entidades de infancia y discapacidad (el 25% del total de la nómina) “Se han hecho cosas, sí; la situación económica es difícil, también; pero la pobreza es urgente y causa malestar ver que sí hay celeridad para ciertas cosas”, aseguraba hace unos días en este diario Teresa Crespo, directora de las Entidades Catalanas de Acción Social y presidenta del consejo que asesora a Artur Mas en Políticas Sociales y Familiares.
Controlar el déficit ha dejado de ser lo primordial para CiU. Ahora ya no puede acceder a los mercados y el advenimiento del estado de felicidad permanente está a la vuelta de la esquina. Grandes palabras y florida retórica. Entre tanto, convendría recordar que el catalanista Francesc Cambó y el gran prosista Josep Pla, entre otros, fueron espías de Franco y que las bombas sobre la ciudad no solo las lanzó Espartero en el siglo XIX o la Aviación Legionaria Italiana en el XX. Pero preferimos recordar al reusense general Prim por derribar los muros de la borbónica y odiosa Ciutadella. Y olvidamos que bombardeó la Barcelona que abrigaba en sus calles la revuelta popular de la Jamància.
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