Un tratamiento temporal de la libido
La denominada castración química no es una forma de esterilización permanente, como puede ser la física
La denominada castración química no es una forma de esterilización permanente, como puede ser la física, sino un tratamiento farmacológico destinado a corregir la conducta de los delincuentes sexuales cuyos efectos desaparecen al interrumpir su administración. Generalmente, se acompaña con reducciones de pena a los internos que aceptan asumirla. No es el caso del segundo violador del Eixample.
No es una opción demasiado extendida, aunque es frecuente que surja en el debate público cada vez que se comete una agresión sexual especialmente atroz. Algo así ocurrió en Francia en 2007 y el entonces presidente, Nicolás Sarkozy, propuso ponerla en funcionamiento, así como un hospital para pacientes especialmente peligrosos.
Estados Unidos abrió el camino al comenzar a administrar esta polémica terapia en 1996; media docena de Estados la aplican. En España, un juez de Palma de Mallorca rechazó la petición de un violador reincidente en 2005 de someterse a esta medida. Cinco años más tarde, Cataluña la aprobó siguiendo la recomendación de una comisión de expertos creada por el Departamento de Justicia.
Existen dos familias de medicamentos para este fin. Una de ellas agrupa los fármacos que inhiben la producción de testosterona, la principal hormona sexual masculina (como el Depo Provera, un progestágeno). En este caso, lo que se persigue es disminuir tanto el deseo desmesurado como las fantasías sexuales de los agresores.
El otro grupo de compuestos se dirige a potenciar el control de los impulsos sexuales. En este caso, los mecanismos químicos que se desean modular no combaten el deseo directamente, sino que permiten que el propio individuo tenga la capacidad de frenar sus impulsos. Este tratamiento se basa en el uso de inhibidores selectivos de la recaptación de la serotonina, es decir, potencia la presencia de este neurotransmisor cuyo papel es clave en el control de la ira, el hambre, el deseo sexual o el estado de ánimo. De todos estos medicamentos, quizás el más conocido sea la fluoxetina (Prozac). A dosis bajas (20 miligramos al día), se suele indicar para el tratamiento de los trastornos depresivos. Una administración dos, tres o cuatro veces superior actúa en el control de los impulsos. No solo sexuales. También, por ejemplo, aquellos relacionados con las alteraciones de las conductas alimentarias.
En el comportamiento sexual interviene una conjunción de factores entre los que se encuentra la libido o el control del deseo, pero también otros muchos condicionantes, como destaca Santiago Redondo, profesor de Psicología y Criminología de la Universidad de Barcelona. Entre ellos, están los sentimientos, las emociones, los valores, la moral o todos los factores moduladores relacionados con los procesos de socialización y culturales. Por ello, Redondo apunta que el tratamiento farmacológico puede ser útil, siempre que forme parte de un programa integral que aborde el resto de factores a tener en cuenta, y que se plantee como un “apoyo puntual”. “Sin una terapia global, no sirve”, sostiene.
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