Parálisis institucional, cambio social
La reforma Wert es un ejemplo de la desconfianza de los ciudadanos y de la mirada reaccionaria de un Gobierno
Es sorprendente la falta de respuestas institucionales a la tremenda situación que atravesamos. Todo parece desmoronarse, y los mensajes oficiales muestran a una élite paralizada. Un conjunto de dirigentes, tanto en la Generalitat como en la Administración General del Estado, a los que les han fallado los automatismos heredados, y que al no disponer de mapas de navegación útiles en los nuevos escenarios, recurren de manera reactiva y defensiva a viejas fórmulas o, peor aún, se refugian en tics autoritarios o salidas estrictamente ideológicas. Pasamos los días esperando señales de los que aparentemente mandan, Merkel y sus aliados en la Unión Europea, para saber si la asfixia será total o sólo parcial. Todo lo demás es secundario. Mientras, la gente va hundiéndose en sus penurias y sinsabores. Surgen debates sobre temas relevantes, como por ejemplo el aborto o la normalización lingüística, pero que parecen más entretenimientos para distraernos de lo que nadie sabe como abordar, que verdaderas encrucijadas políticas.
la respuesta del Gobierno Rajoy ha sido de vuelo gallináceo y cargada de ideologismo obsoleto
Fijémonos en la reforma educativa que propugna Wert. El diagnóstico de partida es suficientemente grave como para justificar cambios de estrategia. Estamos situados en el doble de abandono escolar (26,5%) que la media de la UE (13%), y muy lejos de los objetivos del 2020 (10%). Para ese mismo año, las aspiraciones europeas serían situar con niveles de educación superior al 40% de las personas entre 30 y 40 años. Estamos lejos de poder alcanzar esa cifra. Y ese negro escenario viene acompañado de un cambio tecnológico sin precedentes y de una crisis de empleo de envergadura descomunal. La situación requeriría una verdadera ofensiva pública y un gran acuerdo social. Pero, la respuesta del Gobierno Rajoy ha sido de vuelo gallináceo y cargada de ideologismo obsoleto. En la reforma Wert se sigue partiendo de la hipótesis que el Estado tiene las claves del problema, conoce las respuestas y dispone de los recursos para llevarlas a cabo. Frente a la perspectiva de restricciones en el gasto público de matriz estructural debido a las crecientes facilidades para la evasión y elusión fiscal, caben dos soluciones: movilizar a la ciudadanía para que haga suyas, defienda y cogestione el conjunto de políticas sociales y educativas, o aceptar e impulsar la segmentación social que generará el que unos paguen por esos servicios, y los que no lo puedan hacer, queden residualizados en unos servicios públicos desacreditados. La reforma Wert apunta a lo segundo. Frente a la dificultad para seguir gestionando la educación pública en un sistema de competencias fragmentadas y distribuidas, puedes dar confianza a los espacios territoriales más cercanos a los problemas, o tratar de blindarte con dinámicas de recentralización que aseguren (ilusoriamente) que todo está bajo control. La reforma Wert opta por lo segundo. Si tienes dificultades crecientes para gestionar un sistema educativo que necesita una profunda remodelación y puesta al día, puedes optar por que los profesionales de la enseñanza asuman sus responsabilidades y recuperen fuerza y dinámica para liderar el cambio y regenerar el sistema, o puedes pensar que de ellos no va a salir nada bueno, y que por tanto lo que es necesario es buscar liderazgo y dirección fuera, y disciplinar el sistema con mecanismos de evaluación externa que genere premios y castigos. La reforma Wert opta por lo segundo.
La parálisis institucional, la falta de perspectivas del Gobierno del PP (que en este sentido no es muy distinto de lo ocurrido en los últimos años del Gobierno Zapatero), la incomprensión sobre lo que significa Internet y el cambio de época, pretende contrarrestarse con reforzamientos ideológicos de matriz burocrático-religiosa (asignatura religión, separación por sexos,…), con oxidados mensajes nacionalistas (españolizar a todo quisque), y con el despliegue de mensajes que advierten de los peligros de la violencia que puede derivarse de aquellos que hacen oír su voz. La reforma Wert es, en este sentido, un ejemplo evidente de la parálisis institucional, de la desconfianza a los ciudadanos, de la mirada reaccionaria y defensiva de un Gobierno que si bien no sabe como responder al cambio de época ni hacia donde dirigirse, si que pretende aprovechar la crisis para reforzar la mercantilización de los servicios públicos y distribuir favores entre los allegados. Necesitamos otras perspectivas sobre las que construir el cambio social.
Joan Subirats es catedrático de Ciencia Política de La UAB
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