El gran engaño
A Mariano Rajoy se le juzgará por los recortes, pero también por haber prometido que no los habría
A primera vista puede parecer que al presidente Mariano Rajoy le está sucediendo lo mismo que a su antecesor José Luis Rodríguez Zapatero cuando, en mayo de 2010, tuvo que aplicar una política económica que no le gustaba, con plena conciencia de que al hacerlo arruinaba su crédito electoral y el de su partido. Rajoy no para de decir que no le gustan las medidas económicas que dicta cada semana. Lo mismo que decía Zapatero en su momento.
Hay una gran diferencia, sin embargo, entre la posición de uno y otro. A Zapatero le torcieron el brazo la Unión Europea, el directorio Merkel-Sarkozy y las exigencias de los mercados financieros, de los que pasó a depender perentoriamente cuando la crisis alcanzó a España. Rajoy, en cambio, afirmaba que ese programa económico impuesto era la solución, era el suyo, y que por tanto nadie mejor que él para aplicarlo.
Ahora ha descubierto que aquel programa contiene un montón de medidas que a él no le gustan. Lo que ha resultado muy iluminador es el brutal contraste existente entre lo que Rajoy y su partido aseguraron que sucedería cuando accediera al Gobierno de España y aplicara a fondo la gran solución, la agenda de la austeridad presupuestaria, y lo que en realidad está ocurriendo.
El rosario de contundentes afirmaciones desmentidas por la realidad es largo, pero una muestra vale para medir el contraste. Lo primero de todo era, recuérdese, la afirmación de que solo un cambio de presidente y del signo ideológico del Gobierno permitiría una mejora de las expectativas económicas. Se han producido estos cambios, pero no han mejorado las expectativas.
En consecuencia con lo anterior, se afirmaba que solo con un Gobierno de la derecha se recobraría la confianza de los inversores y los mercados financieros en España. Y otra derivada de lo mismo era la proclamación de que un Gobierno formado por el Partido Popular tendría la relevancia, el peso en las instituciones europeas y la fuerza en las relaciones internacionales que echaban en falta en el Gobierno de Zapatero. La realidad es, sin embargo, que Rajoy y su Gobierno están siendo igualmente zarandeados por los mercados financieros y si hay un atisbo de cambio de rumbo en la política económica es por la expectativa de una victoria electoral socialista en Francia.
Solo un Gobierno del PP se atreverá a ejecutar las reformas estructurales que España necesita y, en primer lugar, la del mercado de trabajo, dijo Rajoy. La cruda realidad es que la reforma de la legislación laboral ha servido, ya, para lo contrario de lo anunciado: deteriorar el clima social sin detener el crecimiento del paro ni la destrucción de empresas. Y los problemas reales de la economía española que se hallan en el origen de la crisis, como las consecuencias de la burbuja inmobiliaria en el sistema bancario, siguen sin ser abordados allí donde realmente duelen, que es en entidades dirigidas directa o indirectamente por el propio PP.
El apartado de promesas más concretas desmentidas por los hechos es también elocuente: con el PP no subirán los impuestos, no bajarán las pensiones, no se reducirán las prestaciones de los servicios sociales, la sanidad y la enseñanza públicas. Lo cierto es que se ha producido un alud de subidas de precios y de tasas y de recortes de servicios públicos. Ha subido el IRPF y se ha anunciado que subirá el IVA.
Lo peor de todo esto, lo que le confiere la cualidad de gran engaño, es que Rajoy y el Partido Popular sostuvieran antes de las elecciones que no iban a recortar estos servicios, ni a subir los impuestos. Se les va a juzgar no solo por haberlo hecho. También por haber trompeteado que no iban a hacerlo, que eso solo lo hacía la izquierda.
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