Alabama
Lo que juzgan intolerable es que no puedan escolarizar a sus hijos en “la lengua oficial, la única lengua oficial del Estado”
El pasado viernes, en el curso del programa El matí de Catalunya Ràdio, Manel Fuentes entrevistó a Consuelo Santos Neira, madre de una de las tres familias cuyas demandas judiciales han puesto en entredicho el modelo de inmersión lingüística catalán. En un momento de la conversación, y para deslegitimar el abrumador apoyo democrático que ese modelo ha mantenido durante décadas en el Parlamento catalán, la señora Santos argumentó lo que sigue: “También a principios del siglo XX, en Estados Unidos, Parlamentos con mayorías absolutas votaban leyes que decían que los negros no podían sentarse en los autobuses junto a los blancos. (…) Es lo mismo. Los niños castellanoparlantes no tienen derecho a nada”.
Nadie que resida en Cataluña desde hace algún tiempo (ya sea catalanoparlante, castellanoparlante o urduparlante) y no padezca una severa patología socio-ideológica es capaz de comparar la situación de quienes, escolares o no, tienen aquí el castellano como lengua materna con la de los negros en la América de la segregación racial. Esa clase de analogías delirantes, como la que asimilaba el régimen lingüístico catalán con el apartheid sudafricano o aquella otra, tan sobada y tan indecente, de los judíos y los nazis, solo se les ocurren a Alejo Vidal-Quadras y a sus discípulos y epígonos, con la esperanza de impresionar a quienes desconocen la realidad.
Pero es preciso desconocerla mucho para no apercibirse de que la supuesta negritud oprimida sigue ocupando una sólida posición de hegemonía en los quioscos y en los diales, en los juzgados y en la Administración periférica del Estado, en las carteleras cinematográficas, en las librerías, en el etiquetaje comercial… o en los programas informáticos. Y hay otro pequeño detalle que a la señora Santos se le escapa: en aquella América del Ku Klux Klan a la que ella se siente trasladada, los negros no habían podido votar a esas asambleas donde se promulgaban leyes discriminatorias contra ellos, ni tenían las espaldas cubiertas por todo el aparato de un Estado, desde el Tribunal Supremo hasta la Guardia Civil.
Lo cierto es que a lo largo de casi tres décadas la inmersión lingüística en catalán no ha generado ningún conflicto social digno de tal nombre, y ningún seísmo sociolingüístico
Con respecto a la situación del castellano en Cataluña ha ocurrido lo que pronosticó Joseph Goebbels sobre una mentira repetida mil veces, pero al revés: los mismos que llevan 30 años (recordemos el famoso Manifiesto de los 2.300) faltando a la verdad, intoxicando y sembrando cizaña en la materia, han terminado por creerse sus propias falacias. Solo así se explica que, el otro día, un articulista de Abc (César Alonso de los Ríos) pudiese iniciar su columna de esta guisa: “Tal como van las cosas, la presencia del castellano en Cataluña va a quedar como cosa del Instituto Cervantes. Y de alguna ONG cultural”.
Lo cierto es que el castellano goza en Cataluña de una salud envidiable y de una posición predominante en casi todos los campos. Lo cierto, también, es que a lo largo de casi tres décadas la inmersión lingüística escolar en catalán no ha generado ningún conflicto social digno de tal nombre, y tampoco ningún seísmo sociolingüístico. Pero sí ha excitado la hostilidad de unas tan exiguas como ruidosas minorías (desde CADECA a Convivencia Cívica Catalana) que, con excelente cobertura mediática y política, luchan no por el huevo, sino por el fuero. Lo que las moviliza no es que los niños castellanoparlantes salgan de la enseñanza obligatoria hablando un catalán excelente y un castellano pésimo (hipótesis que ningún estudio ni informe ha podido demostrar); lo que juzgan intolerable es que, si estamos en España, no puedan escolarizar a sus hijos en “la lengua oficial, la única lengua oficial del Estado”, como subrayó la señora Santos en la entrevista antes citada.
En todo caso, quedan ustedes avisados: estamos en Alabama, no sé si en Selma o en Montgomery, allá por 1955; Convivencia Cívica Catalana es como la NAACP (Asociación Nacional para el Progreso de la Gente de Color); Consuelo Santos es un trasunto de Rosa Parks, y Francisco Caja, la reencarnación de Martin Luther King… Sería cómico si no resultase tan grotesco.
Joan B. Culla i Clarà es historiador.
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