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Cómo escribir cartas que jamás enviaré ha convertido mi mundo interior en un lugar más apacible

Una psicóloga explica la magia de usar bolígrafo y papel para ordenar las emociones

cartas buenavida
Yulia Reznikov (Getty)
Manuela Sanoja

Son poco más de las 23:00 horas y acabo de llegar a casa después de cenar con un par de amigos. En tiempos de pandemia toca recogerse temprano. De pronto, siento la imperiosa necesidad de coger una libreta de esas que se acumularon en la estantería cuando todavía salía a eventos y presentaciones. Elijo una específica, una hecha con papel reciclado y de gramaje grueso. Y un boli, un Pilot negro 0.7. Manías. “Han pasado más de dos años...", empieza la carta.

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Unos minutos más tarde, mi mano, que parece que fuese sola, decide que es momento de poner punto y final. Firmo y vuelvo al principio para escribir el nombre de la persona a la que van dirigidas esas once páginas (tamaño A5, no nos vengamos arriba). Le pongo un “querido” antes, pero lo tacho al instante. He acabado y siento alivio. Siento que he vomitado todo aquello que no me he atrevido a decirle cuando nos hemos visto. Y, lo más importante, siento que he dado un portazo a una puerta que llevaba demasiado tiempo entornada. Ni lo suficientemente abierta como para que entre o salga nadie, ni lo suficientemente cerrada como para no ver a quien hay al otro lado.

Lo de escribir para desahogar sentimientos y sacar emociones no me lo he inventado yo. Se usa en terapias como la cognitiva conductual, esa que trata la forma en la que interpretamos las situaciones, cómo reaccionamos ante ellas y las emociones que nos generan. Y es que esta técnica, llamada escritura expresiva o psiconarrativa, cuenta con numerosos estudios que la respaldan y que concluyen que ayuda a curar y cerrar heridas. La Universidad de Berkeley (EE UU), por ejemplo, propone un ejercicio para superar retos emocionales que consiste en escribir cada día los pensamientos más profundos durante 15 minutos. Y maneras de escribir hay tantas como quieras: como diario, en forma de epístola, a modo de lista... En mi caso, más allá de conocer la teoría, nadie me ha aconsejado que lo ponga en práctica, así que me pongo en contacto con una experta para que me ilumine.

Al otro lado del teléfono, Elena Dapra, psicóloga clínica y portavoz del Colegio Oficial de Psicólogos de Madrid (COPM), escucha mi historia. La de la carta y la que he vivido con la persona a la que va dirigida. Le explico que no es algo que haga habitualmente, pero que tampoco es la primera vez. “Has empezado diciendo que lo haces cuando no han acabado bien las cosas con alguien. Cuando no has acabado bien con alguien es porque no has cerrado esa historia y los seres humanos necesitamos cerrar. Para eso sirve este ejercicio", me explica. Y añade que “se suele usar en situaciones de duelo, en personas que no han podido despedirse de alguien”. Es decir, cuando la otra persona ha desaparecido de tu vida, sea de la manera que sea. “Escribes diciendo lo que significó para ti, lo que te hizo sentir, lo que quedó por decir”, continúa.

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A medida que vamos hablando me voy soltando, le cuento más acerca de lo que he vivido y de lo que he escrito. En el papel quedan los detalles, desde nuestro primer encuentro hasta el último. Lo que nos hemos dicho y lo que, al menos por mi parte, ha quedado por decir: “Me has mareado, pero me he enganchado...”. Dapra no tarda en señalarme que el cierre no es mi caso. Que, de hecho, mi historia no ha llegado a su fin. “En realidad no quieres cerrar, pero la situación te lleva a ello por cansancio. Y te lleva a querer tomar una decisión”.

Resulta que despedirse de alguien o poner punto y final no es el único objetivo de esta técnica. Cuando me lo dice, recuerdo para qué más la he usado. Todas las veces que he sentido la necesidad de sentarme a escribir lo que pienso han sido a causa de un conflicto con otra persona. Por ejemplo, esas discusiones de pareja en las que entras en bucle. En las que cuando te pones a hablar no acabas de ver una salida porque cada uno se enroca en lo suyo, y una vez en el centro de la vorágine tampoco acabas de decir todo aquello que piensas. “La psiconarrativa en psicología es una variedad monológica de reproducción del pensamiento de forma directa", dice Dapra. Para que nos entendamos: "Sirve para que el cerebro reorganice la información. Es decir, es un método de autocontrol en el que ordenas tus ideas y tu discurso”, aclara.

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De hecho, “lo habitual es escribir en primera persona” (de ahí lo de monológica). Busco aquellas notas antiguas que he escrito. “Siento que...”, “a mí me parece...", “yo quiero...”. Veo un patrón. Aunque son muy diferentes a la carta que me ha llevado a hablar con Dapra, todas tienen en común esa manera de empezar las frases. "Es un ejercicio de toma de consciencia. Para quien escribes, en realidad, es para ti misma. Te ayuda a poner cosas en la balanza, a relacionar ideas que no están hiladas en tu cabeza y a tomar decisiones”, me explica. Y, aunque en mi caso suela salir en situaciones de pareja, dice Dapra que puede valer también para relaciones de amistad, familiares, laborales...

Me quedan dos dudas. La primera, ¿por qué hacerlo de noche en mi habitación? “Es necesario estar en calma”, me aclara. Es decir, no vale cualquier momento, y lo habitual es que sea a última hora o por la mañana. “Son los momentos del día en los que más solemos reflexionar sobre lo que nos ocurre”. La última: aunque en mi día a día me dedique a escribir con el ordenador, para esto no me vale. “¿Por qué a mano?”, le pregunto. “Porque forma parte de ti, es como una extensión de tu interior. El portátil no lo es”. En definitiva, son momentos, espacios y herramientas que favorecen la intimidad que requiere este tipo de escritura. Y por si pica la curiosidad, la carta no ha sido enviada. Probablemente nunca la recibirá ni escuchará todo aquello que, por mi parte, ha quedado por decir. Pero yo me siento mejor.

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