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Cómo lograr que una conversación difícil no te amargue el día, en tres pasos

Tener puntos de vista distintos no provoca las peleas. Razonar tampoco siempre las resuelve. Para que la situación no se enrede, comienza por escucharte a ti mismo

Los hombres se encienden más con las críticas directas, las mujeres, si se les menciona errores del pasado.
Los hombres se encienden más con las críticas directas, las mujeres, si se les menciona errores del pasado.Antonio Iacobelli (Getty Images/500px Plus)

Hablando no siempre se entiende la gente. Lo sabe cualquiera que haya perdido los papeles alguna vez discutiendo con su jefe, aquel compañero, ese primo, la pareja… Vamos, que lo ha vivido todo el mundo. El problema empieza con un desasosiego que crece con cada elevación del tono, puede que acompañado de un sentimiento de ofensa, hasta que sale por la boca con la forma del típico rebuzno que no hace más que empeorar las cosas. Y un análisis honesto de la experiencia deja claro que la disparidad de criterios no suele ser el motivo de que se pierdan las formas. Uno estalla porque falla el autocontrol. Pero eso tiene solución.

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Es fácil saber cuándo hay que reconducir urgentemente la situación, ya que la agitación produce una serie de reacciones automáticas en el cuerpo que se identifican rápidamente. “Las emociones tienen una parte fisiológica, y cuando percibimos que hay una ofensa o una amenaza, el cuerpo se prepara para la acción, para defendernos con contundencia. Se pone en tensión, el corazón late más deprisa, la respiración se vuelve más agitada…”, describe la psicóloga clínica Julia Vidal, portavoz del Colegio Oficial de Psicólogos de Madrid.

Esa respuesta fisiológica facilita, a su vez, que aumente el estrés, lo que deriva en un círculo vicioso que no ayuda precisamente al cese de las hostilidades. En su lugar, este bucle consigue desviar el foco de atención, de manera que el objetivo pasa de ser solucionar el asunto que ha originado las desavenencias a lidiar con el mal trago que estamos pasando. “Podemos sentir vergüenza, culpa, miedo, enfado…, y en vez de centrarnos en abordar el problema lo hacemos en defendernos, en contenernos para no responder al otro con una frase inadecuada y en tratar de que no piense que no sabemos controlarnos”, añade la psicóloga directora del centro Área Humana. Pero no lo conseguimos...

Mantras calmantes y respiración, ¿son suficientes?

Obviamente, el primer paso para manejar esta difícil tesitura es distinguir entre la resolución del problema y las emociones que han originado la escalada; y más vale hacerlo antes de que toda la tensión sea liberada, incontrolablemente, por la boca (algunos gestos ayudan). Para ello hay que conseguir hacer una valoración correcta de la situación. “Puedo centrarme en ver que esta persona no debería estar enfadada conmigo y es horrible que lo haga, o pensar que es normal que pase y valorar posibles soluciones. Hay que tener en cuenta que los enfados son una oportunidad para entender lo que siente y piensa la otra persona. Cuando lo vemos así, la tensión se reduce mucho”. Haz el esfuerzo.

El segundo paso es identificar y aceptar las emociones que amenazan con dar al traste con el diálogo, lo que requiere iniciar una segunda conversación, esta vez interior. “Constantemente tenemos un diálogo interno con nosotros mismos, que en este caso debe ser de calma y constructivo”, expone la terapeuta. Se trataría de repetirnos una especie de mantra en el que caben frases como “esto es normal”, “todo estará bien”, “forma parte de la vida”, “escucha al otro”, “no tienes que darle respuesta ahora”…

La instrucción es clara, pero es más fácil de decir que de hacer; no todos somos capaces de ponernos en modo zen cuando tenemos a alguien delante apuntándonos con un dedo. Afortunadamente, hay varias maneras de ayudarnos a nosotros mismos. Por ejemplo, se puede acompañar esa retahíla de autoafirmaciones con una regulación de la respiración. “Viene muy bien realizar respiraciones profundas o diafragmáticas. Es una técnica que a nivel fisiológico reduce la activación del sistema nervioso simpático”, nos recuerda la psicóloga clínica. Está demostrado que respirar despacio induce a la calma.

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El tercer paso no siempre es necesario, pero si llega el momento de darlo, no esperes ni un segundo. Está pensado para cuando ni todos los mantras juntos ni las distintas técnicas para aliviar el estrés funcionan, y notas que empiezas a perder los estribos. Es el momento justo para sugerir un aplazamiento de la riña. “Si uno está sobrepasado por la situación, lo mejor que puede hacer es posponer la conversación”, recomienda Julia Vidal. “Decir al otro: ’Mira, me gustaría hablar contigo de este tema, pero en otro momento”. Conviene hacerlo así, con calma y buenas palabras, ya que el modo en que nos expresamos contribuye decisivamente a rebajar la tirantez.

Hay que exponer nuestro punto de vista con diplomacia y evitar lanzar reproches y ataques personales, sobre todo cuando la discusión se da en el ámbito de la pareja. Un estudio de la Universidad de California del Sur encontró que cuando los cónyuges se critican mutuamente, los niveles de estrés y las discusiones aumentan. Los hombres se encienden más con las críticas directas; por ejemplo, cuando su cónyuge les dice que son incompetentes o que están equivocados. Las mujeres experimentan la ira con mayor facilidad cuando se les menciona errores del pasado.

A este despliegue de recursos puede añadírsele uno más: exponer al otro, si está desatado, que no está empleando formas adecuadas. “Ponerle un espejo delante para que se vea. No es como cuando estamos ante una persona con depresión y le decimos: ‘anímate’, porque en ese caso le estamos diciendo lo que debe hacer. Aquí, cuando alguien te lo refleja, tomas más conciencia”, dice Vidal. Con mano izquierda, naturalmente: “Mirar a alguien y decirle: ‘Estás alterándote mucho, creo que es mejor que pares, estás muy enfadado, ¿no te estás dando cuenta de que me estás insultando?’. En vez de reaccionar con un ‘y tú más’, hacerle ver su actitud viene bien”. Con suerte, te calmarás a ti y a tu acalorado interlocutor. Y vuelta a empezar, pero esta vez con mejor pie.

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