¿Responsabilidad social o lavado verde? Esto es lo que hay detrás de la etiqueta ‘neutro en carbono'
¿De verdad es posible que una empresa de transportes a nivel mundial no tenga el más mínimo impacto?
El Festival de Cine de Málaga presenta la semana que viene El secreto de Ibosim, una obra que tiene un interesante atractivo al margen de su calidad cinematográfica: se ha presentado como la primera en haber dejado una huella de carbono neutra. El anuncio se suma al que hizo la Academia del Cine el pasado enero, cuando explicó que la Gala de los Goya sería neutra en carbono, y no es que el cine español marque tendencia. Es el mismo concepto que en los últimos tiempos han usado empresas tan diversas como Bankia, Cabify, Starbucks, Acciona y Amazon. También hay marcas de bebidas, productos de alimentación e higiene, incluso administraciones públicas como la Región de Murcia que cuentan con una certificación semejante. Hasta Europa se ha marcado la neutralidad en carbono para el año 2050. Pero, ¿qué es ser neutro en carbono? ¿Qué implica tener esta etiqueta? ¿Es fiable el proceso por el que se obtiene? ¿Qué garantía tiene el consumidor de que lo que se anuncia como neutro en carbono verdaderamente es mejor para el medio ambiente?
A primera vista, el concepto parece sencillo. Como explican en el Parlamento Europeo, la neutralidad de carbono se alcanza cuando se emite el mismo volumen de dióxido de carbono (CO₂) que el que se retira de la atmósfera. A estas alturas, el origen de estas emisiones contaminantes está bastante claro: los vehículos, la ganadería, la industria… Cómo se retira de circulación el gas de efecto invernadero es la incógnita más compleja de la ecuación, pero se resume en dos vías principales: proyectos de energías renovables para sustituir a las contaminantes y plantación de bosques, que por la actividad biológica de las plantas ejercen de sumideros de contaminación (para rodar El secreto de Ibosim se plantaron 750 árboles en Murcia). Este balance puede aplicarse casi a cualquier cosa que uno pueda imaginarse: servicios, productos, organizaciones, transportes, edificios, eventos… incluso una familia puede ser neutra en carbono si se aplica.
Así dicho, suena a contabilidad para principiantes; lo que entra por lo que sale, o viceversa. Tanto da. Sin más. Un cálculo fácil, pero que da mucho juego, teniendo en cuenta que el sello neutro en carbono es solo una de las muchas ligadas al clima y a las emisiones de gases contaminantes. Desde Greenpeace calculan que la lista de etiquetas llega a unas 400 distintas, entre las que se destacan otras como carbono negativo, que sirve para señalar en positivo a quienes reducen más CO₂ que el que emiten. ¿De verdad es necesaria semejante plétora de etiquetas? Quizá no sea una contabilidad tan sencilla... “En el fondo es todo un engaño, es un lavado verde e insostenible”, afirma rotundamente Reyes Tirado, doctora en Biología e investigadora en el Laboratorio de Greenpeace Internacional en la Universidad de Exeter, en Reino Unido.
La especialista define estos sellos como “un laberinto de confusión utilizado por empresas para engañar a las personas”, y asegura que son un sinsentido. Según su interpretación, estas distinciones permiten que una compañía muy contaminante parezca ecológica —pongamos el ejemplo de una aerolínea que pega una etiqueta verde con la leyenda neutro en carbono en la puerta de todos sus aviones—. “No hay espacio en el planeta para plantar tantos bosques como harían falta para frenar las emisiones de CO₂, por eso lo importante es reducir y cambiar el sistema”, argumenta Tirado. Y sentencia: “La clave no está en compensar, sino en reducir emisiones y demostrar compromisos tanto en el abandono de combustibles fósiles como en que la actividad de la empresa no destruya ecosistemas, no potencie la deforestación ni contamine los océanos”.
El rompecabezas volátil de la huella de carbono real
Las palabras de Tirado suenan creíbles porque, al fin y al cabo, todo lo que el consumidor va a ver del esfuerzo por borrar la huella de carbono de la empresa es una bonita etiqueta. Y cuesta imaginar que empresas como las de transporte de mercancías puedan no dejar la más mínima huella de carbono. ¿Cómo distinguir si está uno ante la enésima operación de ‘marketing’? “A simple vista es muy difícil saber si lo que nos están contando es cierto”, admite Javier Pedraza, responsable de los proyectos de huella de carbono y cambio climático en Green Globe, donde ofrecen consultoría medioambiental. Pedraza recuerda que hay empresas que han intentado lavar su imagen diciendo que sus productos son sostenibles y más respetuosos con el medio ambiente de lo que son en realidad: “Por eso un sello o una etiqueta no siempre significan algo: lo importante son las entidades verificadoras independientes, que utilizan protocolos estandarizados y son totalmente fiables”.
Dichas entidades son la salvaguardia de la confianza, pero su trabajo no fácil. Una de las quejas de los especialistas es la complejidad para calcular exactamente la huella de carbono de cualquier actividad, ya que hay infinitas formas de generar CO₂. “Se trata de identificar las fuentes de emisión y su intensidad”, subraya José Magro, gerente de sostenibilidad y responsabilidad social corporativa de AENOR, donde realizan una certificación externa y objetiva de la neutralidad de carbono. Pero entran en juego variables tan variopintas como el uso del coche, el consumo de plásticos y la alimentación, y no siempre están directamente relacionadas con la actividad de la empresa o la fabricación de un producto; los costes medioambientales indirectos son muy difíciles de calcular.
Siguiendo con el ejemplo de la última gala de los Goya, emisiones directas fueron las de la maquinaria utilizada para el montaje del escenario, que consumen diésel; los grupos electrógenos para dar servicio a los equipos de televisión y el gas natural para la climatización. En el capítulo de emisiones indirectas caben desde el consumo eléctrico hasta el transporte de las 750 personas que trabajaron en el evento, los viajes y el alojamiento de los invitados, la gestión de los residuos, el catering, el consumo de agua, la seguridad... Además, hubo que tener en cuenta que en la organización participaron el Ayuntamiento de Málaga, Televisión Española, la Academia del Cine y diferentes empresas privadas, lo que añade considerables dosis de complejidad. En teoría, la maraña de emisiones indirectas también da alas a la creatividad contable, que solo puede constreñirse a través de las metodologías reconocidas a nivel mundial que se han desarrollado. Son procesos que pueden ser verificados por un tercero, y eso es lo que los convierte en los más fiables.
Confiar en que se han llevado a cabo correctamente pasa por que sean auditados por entidades verificadoras como AENOR. En el caso de la gala malagueña de los Goya, Green Globe realizó los cálculos y, más tarde, AENOR los verificó otorgando su certificación. El informe del evento señala que emitió 199,57 toneladas de dióxido de carbono a la atmósfera, de las que una tercera parte correspondieron al transporte, pese a que se fomentó el medio más sostenible, el tren. El 90% de quienes viajaron a Málaga se subieron a uno, pero el coste en carbono del 10% que lo hizo en avión fue el mismo que el de ese 90% porque la aviación es más contaminante y sus trayectos fueron más largos. Para compensar esas emisiones, la Academia de las Artes y las Ciencias Cinematográficas de España compró emisiones por un valor de alrededor de 1.000 euros en el mercado que la ONU pone a disposición de cualquiera, donde se encuentran proyectos que reducen las emisiones en países en vías de desarrollo. En su caso, el dinero fue a parar a una iniciativa de una central hidroeléctrica en Brasil y dos centrales eólicas en India.
El Ministerio de Transición Ecológica también tiene un registro de proyectos de absorción de CO₂ en su página web. Es de consulta pública y actualmente recoge más de medio centenar de iniciativas. La mayoría tienen que ver con terrenos forestales, pero cada vez surgen más posibilidades, como apadrinar praderas de posidonia bajo el Mediterráneo a iniciativa del Consell de Formentera —Red Eléctrica Española también tiene una iniciativa similar, abierta a particulares y empresas— y otros muchos proyectos que, como por ejemplo AlveLal, buscan reforestar espacios sin árboles. Pero ninguno borra el escepticismo de la investigadora de Greenpeace Reyes Tirado, quien insiste en que este tipo de planes y etiquetas no son más que “una distracción y un engaño, que retrasan la acción y anestesian a los consumidores para seguir consumiendo productos contaminantes simplemente porque llevan una etiqueta verde”. Fuentes de la Academia de Cine no aseguran que se mantenga la iniciativa de neutralidad en carbono en las próximas ediciones.
Consumidores activos frente al ‘marketing’ medioambiental
Juanjo Amate, director de la consultora de innovación social Sostenibilidad a medida, ve claras las limitaciones de este tipo de etiquetas: “La compensación no debe ser el fin último: el objetivo debe ser reducir”. Javier Pedraza, de Green Globe, prefiere fijarse en las ventajas del proceso. “Es importante dar el primer paso y tener identificadas tus emisiones: a partir de ahí sabes dónde puedes reducir”, insiste. Entre ambas posturas, y el desconocimiento y la ausencia de políticas claras, la realidad es que la mayoría de quienes calculan su huella de carbono se suelen quedar en eso: conocen sus cifras de emisiones y no hacen nada más para corregirlas.
Solo algunas entidades dan un primer paso reduciendo y pocas llegan a dar uno más hacia la compensación. Al menos, es lo refleja el registro del Ministerio de Transición Ecológica para otorgar sellos de certificación, que, a principios de agosto, contaba con 1.195 organizaciones que han inscrito 2.733 huellas de carbono (algunas han podido inscribir datos de varios años). Casi 2.300 huellas habían sido calculadas, pero solo 366 añadieron en el plan la reducción de gases y únicamente 50 terminaron el ciclo, equilibrando lo emitido.
“Ha habido, y hay, mucho ‘marketing’ en todo esto, pero cada vez hay registros y certificados más fiables sobre empresas que miden sus emisiones de gases de efecto invernadero, y que las reducen o compensan”, añade el responsable de Sostenibilidad a medida. Amate opina que las empresas y organizaciones que cumplan los procesos correctamente, las que se esfuercen por reducir sus emisiones, deben comunicarlo públicamente “sin temor alguno a que parezca solo ‘marketing”. La reputación lo es todo. Mientras tanto, el consumidor tiene que seguir siendo activo para discernir qué etiquetas son realmente fiables o cuáles son solo una manera de distraerles y hacerles pensar que consume de manera sostenible. “Los consumidores deben buscar indicios”, avisan desde The Carbon Trust, una organización que desde 2001 asesora al sector público y al privado en cómo acelerar la transición hacia un mundo más sostenible y mide y certifica la huella ambiental.
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