Antonio Muñoz Molina: “Ahora todo el mundo es nacionalista del presente, parece un país perfecto, como si en el pasado la gente hubiera sido tonta”
El autor jienense publica ‘No te veré morir’, una novela donde juega con el tiempo y las nostalgias y vuelve a reflexionar sobre las contradicciones de Estados Unidos y la sórdida historia de España
En las primeras 70 páginas de la nueva novela de Antonio Muñoz Molina no hay un solo punto. Es una sola frase construida con la minuciosidad del orfebre, una frase arbórea y omnicomprensiva, proliferante, que trata de introducir en un solo instante el presente, el pasado y el futuro; las vidas de esos personajes que vivieron un amor de juventud y que ahora, salvo en sueños, llevan casi 50 años sin verse.
No te veré morir (Seix Barral), que toma como título uno de los célebres versos que le escribió Idea Vilariño a Juan Carlos Onetti, tiene suspense sin ser una novela de suspense, tiene amor sin ser una novela de amor, y tiene algunos ingredientes que a veces aparecen en la literatura del autor: escenarios estadounidenses, una visión destemplada del pasado de España o una cita de Marx ya utilizada como título en otra de sus obras: “Todo lo que era sólido se desvanece en el aire”. Se sigue desvaneciendo, y cada vez más.
En uno de los días más tórridos del estío madrileño acompañamos al jienense, de 67 años, mientras saca un rato a pasear a la perra Lolita. Luego nos refugiamos en el amplio salón de su hogar, donde hay penumbra protectora, un ventilador y el Paradise Lost de Milton sobre la mesa, al lado de un ejemplar de The New Yorker. Hace aparición estelar la otra escritora habitante de la casa, Elvira Lindo, que se asoma a saludar. Luego hablamos de la novela mientras Lolita, muy contenta, transita entre nuestras piernas, tal vez excitada por el lanzamiento editorial.
Pregunta. En el fondo, el tema de esta novela es el tiempo. El paso del tiempo.
Respuesta. Quería hacer un libro corto, muy sintético, pero en el que cupiese el máximo de tiempo posible: ese fue el desafío que se me planteó. Por lo demás, una novela es una construcción temporal, de modo que el tiempo ya está intrínsecamente relacionado con ella. La poesía no tiene por qué serlo, puede ser más instantánea. Pero en la novela y el cine cabe la duración.
P. ¿Y usted cómo se lleva con el paso del tiempo, tan aterrador?
R. A mí me gusta. Me gusta tener una perspectiva. En mi trabajo, también en el periodico, hay algo muy importante que es contar el tiempo que has vivido, porque eso se tergiversa muy fácilmente. Debido a mis orígenes rurales y a mi generación, he conocido un mundo muy distinto a este, un mundo más aislado, atrasado, desigual, y conocer eso puede dar mucha riqueza si uno no cae en la tentación, con la edad, de rechazar el presente.
P. ¿Todo conforme, pues, con el tiempo?
R. Bueno, también está la melancolía del paso del tiempo, del declive personal y la muerte de personas que quieres. Pero también una cosa muy curiosa, que es la proyección hacia el porvenir que te dan, no ya los hijos, sino los nietos. Un hijo te proyecta hacia un futuro que todavía es tuyo, pero un nieto te proyecta hacia… hacia…
P. … hacia lo desconocido.
R. Claro. Y, como digo, esa perspectiva te permite mostrar un arco temporal muy amplio en una novela. Es que ahora todo el mundo es nacionalista del presente, parece que es un país perfecto, y el pasado parece habitado por gente tonta y prejuiciosa. Por eso me gusta mostrar la conexión.
P. Los protagonistas viven en Estados Unidos, circunstancia que aprovecha usted para volver sobre aquel país que conoce y por el que siente cierta… ¿fascinación?
R. El contacto con Estados Unidos ha sido fundamental en mi formación y, de hecho, mucho de lo que sucede en el libro refleja experiencias propias. Yo me fui a Estados Unidos cuando todavía existía la distancia: no había Internet, y cuando te ibas, te ibas. Esa lejanía te hacía estar plenamente en el sitio en el que estabas.
P. ¿Y dónde estaba usted?
R. En un mundo que me seducía mucho, que me fascinaba con su cultura pop, como lector y aficionado a la música, donde se había inventado la publicidad, la imagen, la superficie. Pero que, a pesar de la familiaridad que dan las películas, es un mundo más raro de lo que parece. Es una sociedad muy religiosa, de gente que vive muy aislada.
P. ¿Qué aprendió?
R. Entre otras cosas, fue el aprendizaje del capitalismo crudo, viajando desde el mundo europeo y socialdemócrata. Aquel es un capitalismo sin gaseosa, sin rebajar, se ve la dureza que se esconde debajo de la superficie brillante y benévola.
P. Se mencionan aquí a los homeless, a los que también dedicaba su atención en Ventanas de Manhattan, y a los que hace poco también les dedicó un artículo.
R. Mi interés surge de una pregunta: ¿cómo una sociedad próspera, probablemente la más potente del mundo, se puede permitir esa lacra que son las personas sin hogar, que en muchos casos son familias enteras, gentes con problemas de soledad o de salud mental? Gente cuya vida se desbarata un día para siempre. Es la crueldad de un mundo donde no están las redes familiares, ni las redes del Estado del Bienestar. Luego empecé a ver esas cosas en España, esas diferencias sociales.
P. ¿Cómo reaccionan a ese mundo sus personajes?
R. Hay uno que se integra mejor que el otro. Los dos han vivido un proceso inicial de deslumbramiento, pero más tarde de escepticismo y de creciente extranjería: cuanto más conoces esa sociedad y su idioma, más te das cuenta de lo extraña que es para ti.
P. Ahora se promueve el individualismo exacerbado: hemos de labrarnos solos nuestro camino, no dependemos de nadie. Las relaciones entre los protagonistas evidencian las formas complejas y sutiles en las que estamos relacionados.
R. Otra cosa que he observado es que el capitalismo puede empapar completamente la vida íntima de las personas. No solo es el modo en que trabajamos, sino que lo impregna todo. Nadie es autónomo, eso es una falacia, una tontería. Todos tenemos una cantidad de redes alrededor, la idea del individuo que lo consigue todo con su propio esfuerzo es otra mentira. La garantía mayor de éxito es que tus padres tengan dinero. “El secreto del éxito es empezar desde arriba”, como se dice en Sospecha, la película de Hitchcock, que me gusta mucho.
P. La meritocracia, vaya.
R. Es cierto que las personas tenemos que esforzarnos en la vida para nuestro desarrollo personal, pero eso no es tan determinante en nuestro destino.
“La garantía mayor de éxito es que tus padres tengan dinero”
P. ¿En su carrera literaria ha habido algo más que esfuerzo y talento?
R. He tenido suerte en muchos aspectos. Por ejemplo, cuando yo era niño aparecieron becas para estudiar, porque procedo de una familia de agricultores: si hubiera nacido un poco antes no hubiera podido ni tener estudios. He tenido la suerte de llegar a adulto en un país que llegaba a la libertad, en los años ochenta había un interés muy grande por gente nueva que escribiera, se amplió mucho el público lector; también había interés desde el extranjero por la literatura española. Era también la época en la que los periódicos empezaban a crecer, y yo empecé a escribir en un periódico local, el Diario de Granada. Y personalmente también tuve suerte, por ejemplo, de encontrar un editor. ¿Tuve mérito? Supongo que sí, pero hay que reconocer que las circunstancias influyen, y hay gente muy buena que, por una razón y otra, no consigue destacar.
P. ¿Qué mueve a escribir una nueva novela a un escritor tan asentado y reconocido como usted?
R. Es algo que no puedes evitar, que no controlas, o que no puedes controlar. Es una vocación. Si no hubiera tenido lectores quizás hubiera perdido mi vocación, no lo sé, pero esa vocación ni llega a satisfacerse del todo por el reconocimiento exterior, ni llega a desalentarse del todo si no lo tienes. Por otro lado, a veces lo que desde fuera se ve como éxito, por dentro se vive como angustia e incertidumbre: “¿Y si esto que he hecho no vale?”.
P. Otro de sus intereses que aparecen aquí y allá es la ciudad, lo urbano.
R. Sí. Yo tenía una visión estética, literaria, de la ciudad, que era una visión en dos dimensiones. Luego fui descubriendo la tercera dimensión, la dimensión social. Por ejemplo, cuando viví en Virginia y daba clase, estaba siempre por la universidad y los alrededores, pensaba que vivía en el primer mundo, un mundo habitado exclusivamente por blancos. Un día tuve que ir a Washington y al tomar el autobús Greyhound en la estación vi otro mundo. Una estación inmunda, en un barrio muy deteriorado, donde todo el mundo fumaba, cuando la clase media estadounidense ya había dejado de fumar. Desde una posición de cierto privilegio es muy fácil no ver estas realidades.
P. Las ciudades están sometidas a muchas tensiones.
R. Sí, sociales, medioambientales. Ahora vemos estas ciudades hiperturísticas que te hacen preguntarte: ¿la ciudad, para quién es? Pienso en Manhattan, donde convirtieron las vías del tren elevado en un parque, el High Line, y era algo revolucionario, pero que para lo que sirvió fue para subir el precio de las viviendas alrededor. Entre los barrios más acomodados y los barrios obreros puede haber una diferencia de esperanza de vida de varios años. Así que la visión estética de la ciudad es muy incompleta. Ahora en España vemos brutalidades como gobernantes que llegan a ayuntamientos y arrancan los carriles bici…
P. Se percibe, también, un regreso del interés por el mundo rural. Algunos hasta lo romantizan.
R. Cuando se ha vivido trabajando en el campo es difícil romantizarlo. Pero es curioso que en mi generación nos hicimos urbanitas de una manera muy papanatas, rechazábamos todo lo que tenía que ver con ese mundo. Me produce simpatía la gente que se vuelve a acercar al campo, porque esta forma de vida urbana no es sostenible. Ver el campo con otros ojos también ha sido un aprendizaje para mí. Había mucho complejo.
P. ¿Sufrió usted estigma por proceder del mundo rural?
R. Claro, hubo quien me llamaba cateto por escribir de Nueva York, cosa que no hubieran hecho si mi origen fuera otro. Ha habido mucho clasismo. Incluso cuando te veían favorablemente, como una especie de fenómeno antropológico, el escritor que venía de la “España profunda”.
“Creo que contra la censura tenemos más defensas que contra la pérdida de derechos sociales”
P. ¿Cómo ha vivido el devenir político reciente, con tantas elecciones, campañas y emociones?
R. Primero con mucha tristeza, luego con alivio, y ahora estamos a la expectativa. Lo de mayo fue tremendo, y nos acercamos a las segundas elecciones con cierto ánimo de fatalismo. Pero ahora tengo esperanza.
P. Estamos viendo censura en obras teatrales… A usted le censuraron a los 16 años una obra de instituto.
R. Sí, era una obra llamada La academia, de esas que entonces se llamaban “contestatarias”. Nos la prohibieron un día antes del estreno, y aquello me hizo sentir un joven autor censurado (risas).
P. Pues la censura vuelve.
R. Hay que estar vigilante con eso, pero creo que lo importante, más allá de la censura, es el posible retroceso en derechos sociales. Creo que contra la censura tenemos más defensas, es más fácil organizarnos, que contra la pérdida de esos derechos.
P. En su novela, y en otros textos, también muestra una visión sórdida de la España del siglo XX.
R. Volviendo al paso del tiempo, quien ha vivido varias de estas épocas no puede tener una visión fatalista del país, hemos mejorado mucho. Este país no está condenado a nada: en una generación se hicieron cosas que nadie esperaba que se pudieran hacer. Cuando las cosas ocurren, todo el mundo las ve evidentes, pero antes de que pasen no tanto. Cuando murió Franco, la sensación que había era de angustia. Las cosas podían haber sido de otra manera, y ahora podemos darnos cuenta de los cambios a mejor que ha vivido nuestro país. Es algo inaudito.
P. ¿Hay futuro con tanto apocalipsis por delante?
R. Recuerdo cuando el futuro estaba de moda, en los años sesenta: se iba ir a la Luna, luego a Marte, luego llegaría el año 2000… De eso escribí en El viento de la Luna. Recuerdo ver la fecha de la película Blade Runner, el año 2019, parecía inalcanzable. Mi sensación ahora respecto al futuro es muy terrenal: vivimos en un sistema económico que se sostiene sobre la destrucción sistemática y concienzuda de las condiciones ambientales que hacen posible la vida humana.
No te veré morir
Seix Barral, 2023
240 páginas. 19,90 euros
A la venta el 30 de agosto
Puedes seguir a BABELIA en Facebook y Twitter, o apuntarte aquí para recibir nuestra newsletter semanal.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.