Señales desde el planeta Lanzarote
Usando la isla como metáfora del mundo, la bienal canaria celebra una edición ejemplar: lejos de lo espectacular y con un presupuesto modesto, pero llena de buenas ideas y conocimiento del territorio
A las seis de la madrugada del 29 de noviembre se metían en la piscina diseñada por César Manrique en los Jameos del Agua de Lanzarote las primeras personas autorizadas en muchos años para hacerlo. Lo hacían provistas de convenientes katiuskas de goma blanca y ante algunas decenas de asistentes tempraneros. El madrugón merecía muchísimo la pena: del amanecer al anochecer se celebró allí el Laboratorio Interplanetario Interespecies. Lo organizaban Andrés Jaque, Iván Munuera y Roberto González con brillantez visionaria y optimismo contra viento y marea (es por otra parte la única forma de serlo) y arrancaba así Lanzarote Planetario, la decimosegunda edición de la Bienal de Lanzarote.
En los Jameos del Agua debatieron geólogos, botánicos, astrofísicos, vulcanólogos o artistas. Se pasó de lo micro a lo macro, del tiempo humano al tiempo geológico, de lo cósmico a lo microscópico. Los Jameos son un microcosmos dentro de otro microcosmos isleño dentro de otro mayor que es el planeta Tierra. Todos son únicos en su género, y ciencias de la vida, de la tierra y del espacio convergen aquí. Nos enteramos de que en Lanzarote se entrenan astronautas de la Nasa y la Agencia Espacial Europea; de que los tubos de lava marcianos parecidos a los Jameos protegen de las radiaciones y podrían albergar vida; de que los viñedos de La Geria ha sido modelo para los chinos que han germinado en la luna la primera planta; de que una misión no tripulada a Marte cuesta lo mismo que dos superproducciones de Hollywood.
La excepcionalidad de Lanzarote no consiste sólo en las visionarias iniciativas de César Manrique o Fernando Higueras. Es una isla planetaria porque funciona como sinécdoque de nuestro planeta entero
La carrera espacial no es un dispendio escapista, es una inversión en ciencia básica que puede ayudar a solucionar los problemas terrestres. Estamos en un momento crítico y crucial y corresponde a la ciencia y al arte delimitar los protocolos éticos para nuevas ramas del conocimiento: del derecho espacial a la exopolítica o la astrobiología. Ni este planeta ni ninguno pueden abandonarse a los delirios imperialistas galácticos y la testosterona cósmica de mandamases neofascistas y tecnomesías.
Una bienal satisface su razón de ser cuando se construye de dentro hacia fuera, cuando saca partido de las condiciones muy concretas del lugar en que se celebra y pone en relación lo local y lo global. Funciona si ayuda a ver con nuevos ojos un paisaje conocido para el público local y lo descubre a un público “forastero”, dando perspectiva y amplitud de campo a problemas y particularidades concretas que tienen reflejo y repercusión en un diálogo más allá de sus fronteras. Esta Bienal de Lanzarote es un ejemplo excelente, lejos de lo espectacular y lo faraónico: con un presupuesto modesto, con conocimiento milimétrico del territorio por parte de la directora María José Alcántara y su equipo gestor, con buenas ideas y plantada en un suelo fertilísimo e interesantísimo.
Porque la excepcionalidad de Lanzarote no consiste sólo en las visionarias iniciativas de César Manrique o Fernando Higueras, épicas, polémicas, únicas en el mundo. Es una isla planetaria porque más incluso que toda isla funciona como sinécdoque e imago mundi de nuestro planeta entero: la gestión del agua y los recursos naturales escasos, la tensión de flujos migratorios y turísticos que crece a diario, la evolución de una sociedad agrícola y rural a otra post-industrial y de servicios, la vulnerabilidad ante un colapso ecológico que se confirma diariamente, el presente marcado por un pasado colonial, el mestizaje de culturas e influencias europeas, africanas, americanas.
Sobre esa idea de la isla como metáfora del mundo Gilberto González construye la exposición colectiva /pieza de resistencia de la bienal: Gabinete en disolución. Conoce muy bien el territorio, y en su texto evoca la impresión que dan las islas sobre el horizonte marino: cómo poco a poco cobran forma o se disuelven, cómo fingen satisfacer nuestras fantasías de comprensión y de mundos nuevos habitables: una isla, recuerda, es alternativamente un ready-made y un objet trouvé. González elige obras híbridas, ambiguas, en mutación constante, de artistas tan dispares como Juan Gopar, June Crespo, Asunción Molinos Gordo o Kiko Pérez. Y las pone a dialogar en un montaje brillante que saca todo el partido a las bóvedas de roca volcánica del MIAC de Arrecife, el viejo castillo acondicionado por Manrique en la que seguramente fuese su mejor y más refinada intervención en la isla.
También arma un particular gabinete, al estilo de los suyos, Hannah Collins en Entre volcanes, comisariada por Alicia Chillida: fotografías propias de volcanes en Lanzarote y México, postales antiguas, notas y dibujos que arman el relato visual de un viaje físico y simbólico a un pasado (y un futuro) tan humano como telúrico. Coincide durante este mes en cartel con la exposición del MIAC, y a partir de marzo con la instalación Las islas de Rogelio López Cuenca y con un nuevo ciclo de encuentros y conferencias dirigido por Fernando Castro Flórez, que arrancó el 3 de febrero con una conferencia-caminata hasta la cima del volcán de la Corona. Merece la pena la escalada en Lanzarote: desde sus alturas, estos meses, se abarca de un vistazo todo el planeta.
‘Lanzarote Planetario’. Bienal de Arte de Lanzarote. Hasta el 30 de junio.
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