Lo nuevo de Sparks, Ed Sheeran, Bunbury, Fatoumata Diawara y otros discos del mes
Los críticos musicales de ‘Babelia’ seleccionan los álbumes más destacados de las últimas semanas
Segunda juventud de Sparks
Por Iñigo López Palacios
Sparks
Island / Universal
Lo mejor de Sparks siempre ha sido su sentido del humor y sus portadas. Lo peor, que sus discos tendían a hacerse demasiado largos. Llevaban encima el estigma de ser un grupo de canciones más que de álbumes. The Girl Is Crying In Her Latte, grabación de estudio número 26 de una banda de dos hermanos septuagenarios, Russell y Ron Mael, que llevan cinco décadas trabajando juntos, es, sin embargo un disco que se hace corto. Parece mentira, pero están en plena forma.
Sparks siempre ha sido uno de esos nombres a los que, independientemente de si te gustaban o no, se les tenía cariño y respeto. Habían creado un universo propio a base de pastiches ajenos. Su resistencia y su esmero por hacer lo que les da la gana resultaba admirable. Su nombre salía muy a menudo en conversaciones con músicos y es cierto que su influencia se percibe en muchos grupos de pop contemporáneos, de Pet Shop Boys a Franz Ferdinand. El único problema es que el público no ha compartido nunca esa devoción que sus correligionarios sienten por ellos.
The Girl Is Crying In Her Latte no les va a convertir en superventas, son demasiado particulares para eso, pero asombra por su energía, impropia de músicos tan veteranos. Y se escucha como una especie de menú degustación de todas las etapas de su carrera. Un poco de tecnopop, alguna canción glam, cabaret, opereta pop, mucho teatro y mucho humor. No son solo ejercicios de estilo: las canciones de este disco están vivas, frescas y lozanas. ‘You Were Meant For Me’ podría sonar en un club indie retro, entre Pulp y Belle and Sebastian. ‘Nothing Is As Good As They Say It Is’ podría ir entre un ‘Fame’ de Bowie y los Roxy Music de Brian Eno. Pero, más allá de ejemplos particulares, lo que asombra es cómo han conseguido meter en una caja influencias anacrónicas, universos paralelos y que, sin embargo, ni una sola de las canciones dé muestras de debilidad. Si alguna vez le preguntan por una banda que en su vejez esté más viva que nunca, ponga este disco de ejemplo.
Lo más curioso es que Sparks son más populares ahora que nunca. Y ese ha sido su sueño siempre: ser famosos. Su tardío renacimiento empezó con FFS, el disco que grabaron con Franz Ferdinand en 2015. En 2021, el documental Los hermanos Sparks fue recibido como si el mundo llevase décadas esperándolo y creó la épica necesaria para reivindicarlos: la historia de un dúo que ha pasado medio siglo siendo un par de excéntricos anglófilos de Los Ángeles que no encajaban del todo en ningún sitio. En 2022 ganaron un César por la banda sonora de Annette, de Leos Carax. Y ahora Cate Blanchett protagoniza el vídeo del sencillo que da título al álbum y sus canciones aparecen en series como Yellowjackets. Es como si Sparks se estuviesen desquitando de tantas travesías por el desierto con una recopilación de canciones con voluntad de single. Pero con alegría, porque no hay nada más alejado de Sparks que el rencor. Esa especie de mirada fascinada que exhiben ante un mundo que no terminan de entender y al que intentan diseccionar se mantiene. La diferencia es que ahora les hacen caso.
Arlo Parks, música floja
Por Xavi Sancho
Arlo Parks
Transgressive
La pérdida de carácter de Arlo Parks desde sus sencillos de debut es alarmante. Dejó de querer ser la voz de la generación Z, y algún jefe de marketing sabrá por qué. Dejó Londres para irse a Los Ángeles, algo que puede haber elevado su estado de ánimo gracias a la mayor exposición al sol, pero ha redundado en un sonido y una expresión, valga el chiste, desangelados. La música de la londinense transita hoy entre lo suave y lo flojo, lo elegante y lo aburrido, lo sensible y lo ñoño, lo emocionante y lo cargante. Es la suya una propuesta que para funcionar requiere de un electorado poco interesado en leer el programa electoral. En una época en la que podemos incluso intelectualizar a Santiago Segura, con ella este ejercicio resulta estéril.
Recogiendo el legado de bandas como Morcheeba, que llevaron a las agencias de publicidad y los hilos musicales de los centros comerciales la propuesta del trip hop, Parks recupera ese sonido flojo y trata de hacerlo lo suficientemente suave como para que se haga agradable al tacto. Porque esta es música que se toca, ni tan insípida como la que solo se mira, ni tampoco tan sabrosa como la que se engulle. Si tuvieras que renunciar a un sentido, ¿cuál sería? Exacto, el tacto.
Funciona bastante bien ‘Impurities’, aunque, la verdad, es complicado explicar los motivos. Esa suerte de arrebato rockero a lo Cranberries que es ‘Devotion’ hará las delicias de todos esos que sienten que por fin sus tardes en solitario escuchando a The Corrs y a Dolores O’Riordan o viendo Sensación de vivir son reivindicables, tras la derrota del esnobismo. En ‘Dog Rose’ se encuentran Traveling Wilburys y los Fleetwood Mac de Tango in the Night y se caen bastante bien, aunque son incapaces de recordar los nombres los unos de los otros. En ‘I’m Sorry’ se adosa al sonido de Sault, una de las mejores bandas del momento, y lo que le sale parece hecho con chatGPT. El disco incluye un dueto con Phoebe Bridgers, que es la Norah Jones de 2023. El único momento realmente memorable es ‘Room’, una canción tan mala que incita a la violencia. Es la peor, pero también la mejor.
Ed Sheeran, sin alma
Por Laura Fernández
Ed Sheeran
Atlantic / Warner
No hay manera de que el niño prodigio de Halifax, el tipo que conquistó musicalmente a Elton John con 20 años, levante el vuelo. En su quinto álbum no hay un solo atisbo de alma. Su pop de fórmula resulta, una vez más, profusamente insustancial; tan plástico, tan calculado —y eso pese a contar con Aaron Dessner (The National) a los mandos— que ni las súplicas de ‘Curtains’, ni el lamento folkie a lo Damien Rice de ‘Life Goes On’, ni el aparente arrojo (frívolo) de ‘Eyes Close’ logran inyectar el menor flow en su trabajo. Ni las sacudidas vitales de Sheeran en los últimos tiempos (la muerte de un amigo, la enfermedad de su mujer) han sido capaces de perturbar su sonido, que sigue pareciendo incapaz de permear.
Alison Goldfrapp, más de Goldfrapp
Por Beatriz G. Aranda
Alison Goldfrapp
BMG
No hay grandes sorpresas en el debut en solitario de la británica Alison Goldfrapp: las 11 canciones de The Love Invention dibujan una línea continuista respecto al grupo Goldfrapp, que lideró junto a Will Gregory y que le dio la fama desde su aplaudido debut en el año 2000. No hay grandes cambios: melodías vocales sobre bases de pop electrónico más o menos experimentales, y letras amorosas a veces un tanto obvias, con versos como “nunca dejes de amar” o “¿sabes de qué están hechas las estrellas?”. Convence bastante más cuando la producción se vuelve extravagante y las voces más sugerentes, como en ‘Never Stop’, ‘Subterfuge’ y en ‘So Hard So Hot’, destacando además el estilo soñador y nostálgico de ‘In Electric Blue’.
Un Bunbury poco experimental
Por Carlos Marcos
Enrique Bunbury
Warner
Tan particular y contradictoria es la carrera de Enrique Bunbury que el objetivo de este disco se ha ido al garete justo cuando se publica. El título, que evoca la retirada de la actriz sueca a los 36 años, pretendía anunciar su prejubilación. Comunicó que no daría más conciertos, pero ahora vuelve: ya tiene una decena de fechas confirmadas para finales de este año y 2024. En su descargo decir que no es el primer músico en marcarse un farol. Quizá sí el primero que ha rectificado tan pronto. ¿El disco? Lo mejor es precisamente ‘Desaparecer’, el tema donde cuenta sus sensaciones de renuncia. Para los demás, propone un pop-rock demasiado estándar para un artista que ha hecho de la experimentación el motor de su trayectoria. Existe poca en este trabajo.
Fatoumata Diawara, identidad y compromiso
Por Javier Losilla
Fatoumata Diawara
Montuno / Wagram
En su gozosa búsqueda de un lenguaje propio que combine sin lugares comunes tradición subsahariana y ritmos transculturados de la negritud, la compositora maliense ha logrado en London Ko (de Londres y Bamako) una de sus mejores síntesis. Damon Albarn comparte con ella la autoría y la producción de algunos temas. A su lado, participan la norteamericana Angie Stone, el pianista cubano Roberto Fonseca, la intérprete nigeriana de afropop Yemi Alade y el rapero ghanés M.anifest. ‘Dakan’, con guitarras a lo Amadou y Mariam, y ‘Maya’, con sabor góspel, se acercan a la modernidad clásica africana. El grueso del disco es una elocuente apuesta por un código sonoro que rompe patrones sin que Diawara sacrifique su identidad y su compromiso.
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