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Un ente impredecible

El cáustico dúo Sparks pública su vigesimotercer álbum, una obra en la que insisten en reírse de todo

Ron (izquierda) y Russell Mael, en una imagen promocional de su nuevo disco.
Ron (izquierda) y Russell Mael, en una imagen promocional de su nuevo disco.

Entre otras cosas, Sparks aparecieron sobre la faz de la Tierra para que viésemos que en el rock se podía exagerar a placer sin resultar histriónico. Un hito consolidado gracias a un exacerbado sentido del humor, o lo que es lo mismo, al hecho de no tomarse a sí mismos en serio. ­Sparks ya eran así cuando en 1974 triunfaban con canciones de inusual estructura y títulos como ‘Esta ciudad no es lo suficiente grande para los dos’. Interpretado por Queen, este tema hubiese impulsado a un gran número de humanos a hacer lo que se dice que hacen los lemmings: lanzarse por el acantilado más próximo. Es milagroso que 40 años después, Sparks, que apostaron por el eurodisco cuando este tipo de asuntos daban mala reputación si te dedicabas al rock; que han tenido no pocos altibajos creativos, pero nunca han dejado de hacer lo que les apetecía, sigan aquí. Russell Mael canta dramáticamente pero sin afectación las canciones de su hermano Ron, ambos ocupando un mundo reconocible a años luz de distancia. Escribiendo sobre ellos, Morrissey —uno de sus herederos artísticos, al cual dedicaron en 2009 Lighten Up Morrissey— afirmó que Ron Mael era un genio y “¿dónde pueden vivir los genios si no es en el infierno?”.

Hippopotamus, su álbum número 23, es una síntesis de muchas de las cosas que han hecho antes, canciones pop que se amoldan sin ningún tipo de complejo a sonidos que enfaticen su mensaje. Su disco anterior fue una colaboración con Franz Ferdinand, un proyecto bautizado FFS (2015) que les hizo replantearse su aproximación a la canción pop. Su último álbum como Sparks, publicado en 2009, resultó ser una ficción musicalizada sobre Ingmar Bergman, encargo de Sveriges Radio, la emisora pública sueca. Y Lil’ Beethoven (2002) era un acercamiento del pop a la música repetitiva, un afortunado experimento que ratificó, una vez más, que Sparks es un ente impredecible. Ahora los tenemos de vuelta haciendo canciones que hablan sobre la intersección entre el amor y el diseño escandinavo, el vértigo urbano y una piscina donde flotan cuadros de El Bosco, un microbús conducido por un hippy y un hipopótamo.

‘What The Hell Is It This Time?’, con esos arreglos orquestales fundiéndose con el riff rockero en la piel de la canción, es lo que podríamos denominar como la canción arquetípicamente Sparks. Antes de que nacieran Pet Shop ­Boys, los hermanos Mael ya se reían de todo —también de ellos mismos— sin que se notara más de la cuenta. En ‘Edith Piaf (Said It Better Than Me)’, entre pianos fastuosos y solos de guitarra que a otros les sentarían como un tiro, los cáusticos setentones proclaman: “Vive rápido y muere joven / demasiado tarde para eso”. Llaman a Leos Carax para que cante que “cuando eres un director francés / todas las escenas deben ser oscuras como el infierno” en una de las pocas canciones prescindibles de un disco excelente.

Las modas nacen y mueren; ­Sparks se mantienen como si nada. Imprescindibles para aquellos que los aman, invisibles para el resto. Edith Piaf lo expresó mejor que ellos. Ils ne regrettent rien.

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