‘Huir’, novela de una ciudad que desaparece
El enigmático Evan Dara describe a base de diálogos la desintegración de una pequeña comunidad a raíz del cierre de una universidad, otorgándole un flujo de conciencia a la propia localidad
Evan Dara, el tipo al que se compara con Thomas Pynchon porque es aún más misterioso que él —ni siquiera su agente sabe quién es: jamás se ha dejado ver, y se rumorea que podría ser cualquier otro escritor, por ejemplo, nada menos que William T. Vollmann—, tiene ya una extravagante y nutritiva —estilística y temáticamente— obra a sus espaldas. Tres obtusamente brillantes novelas, y una curiosa obra de teatro, cuyo espíritu, fragmentario, en algún sentido mental —hay en ellas, siempre, un flujo de conciencia que, de alguna forma, acaba fuera de la propia conciencia, expandiéndose a un mundo ansioso por devorarlo—, puede palparse, y disfrutarse, en cierto sentido, más que nunca, en esta su novela más apeteciblemente accesible, la que cuenta la historia de una ciudad que está, ¿cómo podríamos decirlo?, huyendo literalmente de sí misma.
Porque eso es lo que está haciendo Anderburg. De repente, aquello que le daba sentido ha desaparecido. Ha echado el cierre. Y todo a su alrededor empieza a morirse, como si la ciudad fuese un ente vivo que, de repente, no puede imaginarse su vida sin él. En realidad, sin ella. Porque lo que ha echado el cierre es la universidad. La Universidad de Anderburg, Vermont. Aunque más que echar el cierre, lo que parece es que ha recogido sus bártulos y, sin más explicación, se ha largado. Y con ella se ha llevado a profesores y alumnos. ¿Y a quién va a servir cafés Carol en el Henderson’s ahora? ¿Y por qué debería seguir abierta la biblioteca si nadie va a coger ninguno de esos libros? ¿Y si se la vendiéramos por un dólar a un grupo inversor de Chicago para no tener que pagar la luz ni, qué sé yo, ningún tipo de mantenimiento?
Como en un coro griego, los vecinos charlan y componen, en un nido creciente de diálogos que se atropellan y se disparan en todas direcciones, la voz de la malograda Anderburg
Como en un coro griego —de, sí, una tragedia griega ardorosa y ridículamente norteamericana—, los vecinos de la ciudad charlan y componen, en un nido creciente de diálogos que se atropellan y se disparan en todas direcciones, la voz de la malograda Anderburg, la ciudad decreciente. Invoca, Dara, el espíritu de Jim Thompson, y sus 1.280 almas, en los títulos de los capítulos que dan cuenta del número de almas que aún no han empaquetado sus cosas y se han ido. Otorgándole un flujo de conciencia a la propia ciudad, un flujo de conciencia encarnado en sus habitantes, parece Dara un discípulo bastardo de William Gaddis, el autor de Gótico carpintero y Jota Erre, el mejor constructor de novelas únicamente a base de diálogos que ha existido jamás y, a la vez, el primer David Foster Wallace, encantador, inteligentísimo, aún luminoso, absurdo.
Pero hay más. Porque, en medio de esa nube de gente y acontecimientos, de cierres y abandonos, de muerte —oh, se dicen, “es como si Anderburg tuviera un trastorno autoinmune, como si la ciudad entera fuera un cuerpo y estuviera atacando a sus propias defensas”—, se añade el solo, la historia narrada, a pequeños sorbos, de Carol y Rick, un par de supervivientes dispuestos a convertirse en mediadores entre el sistema y sus piezas poniendo en marcha una peculiar agencia de contratación —Partes Contratantes— que únicamente sirve para encapsular en desesperados intentos de rescate la desintegración de una comunidad a la que desde hacía demasiado únicamente sostenía el ejercicio de la compraventa. Y he aquí la moraleja del experimental y lúcido nuevo disparo del misterioso Dara, ¿qué queda de nosotros si no somos más que un puñado de billetes y monedas en viaje perpetuo de un bolsillo a otro cuando ese viaje se interrumpe? Nada, o algo que huye y desaparece.
Huir
Autor: Evan Dara.
Traducción: José Luis Amores.
Editorial: Pálido Fuego, 2023.
Formato: tapa blanda (509 páginas. 24,90 euros).
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