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TRIBUNA LIBRE
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El “extraño destino” de una novela (y de nuestro planeta)

‘Hombres de maíz’, de Miguel Ángel Asturias, anticipa lo que nos pasó entre los sesenta y los ochenta del siglo pasado y lo que está pasando ahora

'Hombres de Maíz'
La selva junto a la orilla del río Dulce, en Guatemala.Alamy Stock Photo

Ya en 1967, el chileno Ariel Dorfman notó que a la novela Hombres de maíz (Miguel Ángel Asturias, Guatemala, 1949) —“vertiente y vértebra de todo lo que hoy se escribe en nuestro continente”— le había cabido un extraño destino, “como tanta obra que abre una época y que clausura el pasado”. Resumiéndolo en términos brutales, su ensayo alegó que los críticos literarios no habían podido comprender el lenguaje y la estructura del libro y no habían logrado descifrar su significado profundo y por eso mismo lo habían rechazado o ignorado.

Yo pensaba lo mismo. Pero ahora, medio siglo después (y siendo un hombre de matiz), concluyo que no es que no podían: es que no querían. Se trataba de una negación, un pequeño ejemplo de la vasta negación que justifica y normaliza nuestra civilización.

En 1969 pasé tres meses en la Ciudad de Guatemala —escenario de otra gran novela de Asturias, El Señor Presidenteen casa de Marco Antonio, el hermano de Miguel Ángel, con toque de queda todos los días a partir de las siete. A veces hicimos excursiones al campo, en uno de los países más bellos del planeta, buscando especialmente los escenarios de Hombres de maíz donde los mayas, astrónomos incomparables, edificaron su misteriosa civilización.

Inmediatamente después de esa primera experiencia de Guatemala, a bordo del Canberra en el canal de Panamá, contemplé en televisión la llegada de los primeros hombres a la Luna, primer paso en la conquista del espacio. (De otro espacio).

Al día siguiente, ya instalado en el Caribe y con sed de Atlántico para regresar a Europa, me levanté temprano y fui a la popa a refrescar mis ojos en el mar de Colón y Drake. Sorprendido, más bien ultrajado, vi una larga hilera de basuras, cajas de cartón, botellas, latas, artefactos de plástico, restos de comida y otras suciedades proyectadas atrás del barco como contrapunto sarcástico a su estela bella y brillante. Un marinero sonriente me dijo, “No se preocupe, jefe, hay mucho espacio allá abajo.”

Esta semana, medio siglo después, leo en el The Guardian de Londres que “En medio siglo, el planeta ha perdido al 70% de sus animales”. Pero ese título chocante, que parece una denuncia, niega la verdad, el planeta no ha perdido esos billones de animales: nosotros los hemos exterminado.

Menciono todo esto porque hace dos semanas (18 de octubre) EL PAÍS publicó El ‘Popol Vuh’ y la ecología profunda, la introducción de José Ramón Naranjo a una nueva edición del más famoso de los textos clásicos de los mayas. Me llamó la atención porque yo mismo, por esos días, andaba proselitizando lectores para el texto guatemalteco más importante desde la época de los mayas, Hombres de maíz, y por esa misma razón: su dimensión ecológica. (Hubo además otro augurio: el día siguiente, el 19 de octubre, era el cumpleaños de Asturias).

En las primeras páginas de esa novela concebida en los años veinte y publicada en 1949, Asturias, visionario extraordinario, anticipa los temas siguientes: la invasión neocolonial de la tierra y el mundo natural; la acción guerrillera en su defensa; el feminismo (también hay mujeres en “hombres de maíz”); la relación entre los seres humanos y los animales, los árboles y las plantas; la progresiva enajenación de nuestros sistemas de comunicaciones; y la ecología (tanto mental como natural) y el cambio climático entretejidos con el asunto de la memoria, el desarraigo y el olvido. Es decir, anticipa lo que nos pasó entre los sesenta y los ochenta del siglo pasado y lo que está pasando ahora.

En esas primeras páginas el cacique indígena Gaspar Ilóm medita en pesadillas la necesidad de defender su comunidad y el mundo natural contra las incursiones de los agricultores comerciales:

“La tierra cae soñando de las estrellas, pero despierta en las que fueron montañas, hoy cerros pelados de Ilóm, donde el guarda canta con lloro de barranco, vuela de cabeza el gavilán, anda el zompopo, gime la espumuy y duerme con su petate, su sombra y su mujer el que debía trozar los párpados a los que hachan los árboles, quemar las pestañas a los que chamuscan el monte y enfriar el cuerpo a los que atajan el agua de los ríos que corriendo duerme y no ve nada, pero atajada en las pozas abre los ojos y lo ve todo con mirada honda…. Tierra desnuda, tierra despierta, tierra maicera con sueño, el Gaspar que caía de donde cae la tierra, tierra maicera bañada por ríos de agua hedionda de tanto estar despierta, de agua verde en el desvelo de las selvas sacrificadas por el maíz hecho hombre sembrador de maíz. De entrada se llevaron los maiceros por delante con sus quemas y sus hachas en selvas abuelas de la sombra, doscientas mil jóvenes ceibas de mil años”.

Guatemala. Del náhuatl Cuauhtemallan, ‘Lugar de muchos árboles’.

‘Hombres de maíz’ tiene un contexto global sin límites y un subtexto sin fondo, pero la trayectoria de su argumento es perfectamente accesible. Es que, más que indescifrable, es inaceptable

En las dos décadas consiguientes, en medio de esos bellísimos paisajes guatemaltecos que yo visité en 1969, entre 200.000 y 250.000 campesinos indígenas serían sacrificados a nuestra civilización. Todos ellos están, básicamente, olvidados. La reacción del hijo de Miguel Ángel, Rodrigo, fue hacerse guerrillero y adoptar el seudónimo de Gaspar Ilóm.

Hombres de maiz no es, realmente, tan indescifrable. Tiene, eso sí, un contexto global sin límites y un subtexto sin fondo, pero la trayectoria de su argumento, es decir, la punta de su iceberg tropical, es perfectamente accesible. Es que, más que indescifrable, es inaceptable.

La novela constituye, para citar a Mario Vargas Llosa en su prólogo a mi edición crítica de la novela, y entre otras cosas, “una vasta alegoría de lo que ocurrió a la humanidad cuando la cultura tribal se desintegró para dar paso a una sociedad de clases”. Es, además, no solamente una especie de reflexión sobre los mitos, leyendas y cuentos que han acompañado y acompañan (y acomodan) nuestra odisea por el tiempo y el espacio, sino una ilustración de las transacciones entre todos ellos que han sido estudiadas por pensadores como Propp, Lévi-Strauss, Freud, Jung, Eliade y también ese gran desconocido Gregory Bateson (Pasos hacia una ecología de la mente) mencionado por Naranjo en su introducción al Popol Vuh. En cuanto a Asturias, referenciado por Naranjo en una versión anterior de su texto, sucede que tradujo la versión francesa del Popol Vuh preparada por Georges Raynaud en los años veinte del siglo pasado.

La segunda mitad de la novela, situada en la época contemporánea (los años cuarenta del siglo pasado), es en parte una reflexión afectuosa sobre ese mito literario titulado Don Quijote de la Mancha y sobre los sacerdotes españoles que lograron rescatar algunos restos culturales de los escombros de la destrucción de la cultura maya.

Todo ha sido brillante pero el hombre occidental, diría Asturias, fue aprendiz de brujo a lo Disney. Debimos escuchar, quizás, a los chamanes indígenas, pero los desaparecimos

Pero Asturias no está centrado únicamente en los españoles y sus conquistas: para él son miembros y representantes de la cultura occidental. Siglos después del descubrimiento de América, la revolución industrial comenzó en Inglaterra (mi país) como acompañante instrumental a la Ilustración europea generalizada. ¿Luces? Muchas luces. Y mucha ceguera. (La ceguera y su dialéctica es un tema fundamental de Hombres de maíz). Todo ha sido brillante —nuestra ciencia, tecnología, filosofía y casuística— pero el hombre occidental, diría Asturias, fue aprendiz de brujo a lo Disney. Debimos escuchar, quizás, a los chamanes indígenas, pero los desaparecimos. Y ahora un Bolsonaro, juguetón, uno de los nuestros, puede tumbar un árbol de cien metros en diez segundos con su sierra circular viciosa, jaja. Y después una selva completa.

¿Una novela sofisticada, “modernist”, compleja y concentrada sobre “indios” primitivos, rudimentarios? Bah, no puede ser. ¿Una cantaleta seudosocialista sobre capitalismo y cambio climático? Nah, business as usual, por favor.

Se podría decir que allá por 1989 o 1991 teníamos, para citar a Gabriel García Márquez, una segunda oportunidad sobre la tierra. En vez de aprovechar la oportunidad, redoblamos la apuesta.

Y ahora ha cambiado todo, absolutamente todo: el presente, el futuro y también, vertiginosamente, el pasado.

Hemos logrado negar y seguimos negando nuestra avaricia, nuestros crímenes, nuestros errores y nuestro triunfalismo porque no somos nosotros, los “occidentales” (portugueses, españoles, ingleses, franceses, alemanes, belgas, holandeses, norteamericanos), quienes han pagado el precio de nuestro desarrollo y de nuestro progreso a la vez milagroso y suicida. Nuestros nietos, quienes verán muy claramente la subida de los mares y de la historia verdadera, no los podrán negar.

Esta es una de las muchas lecciones de Hombres de maíz. Ha llegado su momento, quizás. (Hélas).

Gerald Martin, escritor y crítico literario, ha publicado biografías de Miguel Ángel Asturias y Gabriel García Márquez.

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