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En colaboración conCAF

Se buscan 3,2 millones de profesores

América Latina y el Caribe tienen un enorme retraso de aprendizaje. Quienes cargan con el letargo son docentes mal pagados, poco tecnológicos y exhaustos tras la pandemia

Noor Mahtani
Profesores en Centroamérica
Un maestro da clase a alumnos de primaria, en Laguna del Tigre (Guatemala), en marzo de 2020.The Washington Post (via Getty Images)

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Julio César Rodríguez Molano se licenció en Matemáticas y Ciencias de la computación en Colombia, concluyó un máster en Dirección e Ingeniería en Sitios Web y es doctorando en Informática por la Universidad de Oviedo, España. Sin embargo, su sueldo como maestro de una escuela rural colombiana no supera los 813 dólares. Baltazar Sánchez, director de la Escuela oficial rural mixta de Aldea Juil (Guatemala) no alcanza los 900 dólares. A Darío Greni Olivieri, en Uruguay, le pagan 1.300 dólares. Si bien el costo de vida y los sueldos varían mucho de un país latinoamericano a otro (oscilan entre los 300 a los 1.500 dólares), la mayoría de profesores tiene salarios más bajos que otras carreras similares en años y formación. Y la vocación no llena la despensa. “La canasta básica de alimentos está por los aires y nuestros sueldos no van a la par. Somos profesionales y no siempre nos alcanza”, cuenta Sánchez. “Yo debería de estar cobrando 370 dólares más, pero la diferencia es debida a las trabas del Estado para ascender. Mi sueldo no es suficiente”, explica Rodríguez.

La precariedad laboral, la falta de acompañamiento de los Estados, la escasa o nula digitalización y las obsoletas infraestructuras son algunas de las razones por las que hacen falta 44 millones de docentes en el mundo, según las estimaciones del Instituto de Estadísticas de Unesco, publicadas este miércoles en el marco del Día mundial del docente. Al menos 3,2 millones de ellos son necesarios en América Latina y el Caribe para alcanzar las metas educativas de la Agenda 2030. Hace 20 años, la razón principal de esta demanda insatisfecha estaba vinculada al aumento de la matriculación escolar. Hoy, tiene más que ver con la dificultad de atraer candidatos o mantenerlos en sus puestos. A Claudia Uribe, directora de la oficina regional de Educación para la región de la Unesco, le preocupa mucho la deserción en el sector: “Esta tasa entre profesores de primaria se dobló en siete años. En 2015 era de 4,62% y, en 2022, de 9,06%”. De acuerdo a estimaciones regionales, la mayor parte de escasez docente proyectada para el 2030 se atribuye a la potencial necesidad de rellenar puestos ya existentes.

Cuando las vacantes están tan solicitadas, explica Bibiam Díaz, experta en Educación de CAF-banco de desarrollo de América Latina y el Caribe, los requisitos de acceso no son tan altos. Y esto repercute notoriamente en el rendimiento de una gran parte de los maestros y los alumnos. “En el continente tenemos un gran reto de formación de profesorado, sobre todo en el área digital. Si bien es cierto que los países están avanzando en ello, muchas veces el proceso de adaptarse a la inteligencia artificial o a la tecnología lo hacen solos y en su tiempo libre”, explica. Este es el caso de Greni, director y maestro en la escuela rural número 88 de Las Violetas, Uruguay, quien calcula dedicarle un promedio de 10 horas extras a la semana para preparar sus clases y formarse.

Si bien Uruguay ha sido aplaudido por el famoso Plan Ceibal, que otorgó tabletas, computadoras e incorporó herramientas digitales en todo el proceso educativo, la adaptación a la realidad tecnológica es aún lenta: “No hemos recibido aún cursos sobre inteligencia artificial. Creo que podríamos sacarle mucho provecho, pero no he incursionado en ella con mis alumnos porque creo que necesito formación. Aún no la tenemos”. Para profesores rurales, como Rodríguez, las brechas se hacen incluso más grandes: “Aunque desde las entidades estatales constantemente nos ofrecen cursos sobre tecnologías emergentes, estas son de difícil aplicación, ya que estas están concentradas en instituciones de formación ubicadas en las grandes zonas pobladas”.

Díaz insiste: “Se puede mejorar mucho en la forma en la que está diseñada la carrera de magisterio, pero también en el rol de los Estados para no dejarlos solos” a los maestros. La soledad en el trabajo se multiplicó en la pandemia. Los profesores no entendieron de horarios ni de restricciones médicas, si ello implicaba el hastío o la desesperanza de los estudiantes. A pesar de los esfuerzos docentes, América Latina tardó más de un año y medio en regresar a la presencialidad y tuvo un retroceso en el aprendizaje de los alumnos de una década. Además, cerca de 15 millones de niños dejaron la escuela tras la covid-19. Greni cuestionó muchas veces quién pensaba en el bienestar de los maestros. Y Sánchez, en Guatemala, dice aún sufrir las consecuencias del parón: “Ahora es que estamos empezando a recuperarnos”.

A pesar de que magisterio es una carrera muy feminizada (73%), el perfil del desertor suele ser varón y se encuentra muy al principio de su carrera laboral o bien cerca del final, trabajando en escuelas de alto contexto vulnerable. Los datos de Unesco muestran que después de la pandemia, la deserción docente en los niveles de primaria aumentó considerablemente. La escasez parece afectar también a determinadas disciplinas como matemáticas y ciencias y a colegios más vulnerables o de origen indígena.

Profesores en Centroamérica
Un profesor y su grupo de alumnos durante un día de escuela en Unguía (Colombia), el 4 de mayo de 2022.Anadolu Agency (via Getty Images)

“Es necesaria una formación más práctica”

Pero, ¿qué puede cambiar la formación de los profesores en el sistema educativo? Verónica Cabezas, directora ejecutiva de Elige Educar, una iniciativa público privada que funciona al alero del Centro de Políticas Públicas de la Universidad Católica, lo tiene claro: todo. La clave para la chilena radica en tres puntos principales: “Es necesaria una formación más práctica y cercana a los territorios donde se imparten clases, entendiendo bien el contexto de los alumnos; un monitoreo que no termine en la graduación del magistrado, sino que continúe en el primer año de prácticas; y una orientación socioemocional sólida”. Y añade: “Los estudiantes de magisterio tienen que saber qué es dar clases desde mucho antes de graduarse” ya que en ciudades como Buenos Aires, por ejemplo, solo se gradúa uno de cada tres estudiantes de magisterio.

Jornadas interminables, salarios bajos y mucha carga laboral. A pesar de que el escenario docente en la región tiene muchas cosas que mejorar, los tres profesores entrevistados no se imaginan haciendo otra cosa. Los expertos, sin embargo, señalan que la vocación y la pasión no pueden ser los únicos pilares sobre los que se sostiene una labor tan importante. “Nuestra oficina es una clase llena de niños”, añade Grani. “Los maestros tienen que entender que la mayor calidad del sistema educativo es un beneficio para ellos; los alumnos. Es necesario que prueben cuanto antes la docencia para saber si les gusta o quieren desistir. Yo tengo claro que haré esto hasta que me jubile”.



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