Peces que almuerzan microplásticos y otros ciegos: el fantástico mundo del río Orinoco
Investigadores de Venezuela, Colombia, Brasil y Estados Unidos estudiaron los especímenes que viven hasta a 60 metros de profundidad de la icónica cuenca. Recopilaron fotos de 109 especies en un libro
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Conocer lo que habita en el fondo del río Orinoco, entre Colombia y Venezuela, no es una tarea fácil. El río es veloz y también oscuro. Llega hasta los 80 metros de profundidad cuando hay aguas bajas y a 100 metros cuando están crecidas. Es el cuarto río más profundo del mundo y dista solo en unos 140 metros con el líder, el río Congo. La dificultad para conocerlo lo llenó de misterio. Los peces que nadan allí fueron ignorados por la ciencia tradicional de los siglos XIX y XX, y solo hasta los años 70 una expedición conjunta entre venezolanos y estadounidenses se lanzó a intentar conocer lo que hay en el fondo de sus aguas. Se trató en ese entonces del buque oceanográfico Eastward.
Pero, ahora, gracias a un estudio liderado por 19 investigadores de Colombia, Venezuela, Brasil y Estados Unidos, que tomó tres años y fue atravesada por la pandemia (se hizo entre 2020 y 2022), se conoce con mejor precisión qué especies que lo habitan. Y son tan inusuales y extrañas que puede que el misterio que rodea a la cuenca del río Orinoco continúe.
“Todas son muy interesantes”, cuenta Carlos A. Lasso, investigador senior del Instituto de Investigación Alexander von Humboldt y coeditor, junto a Mónica Morales, del libro Peces del fondo del río Orinoco y afluentes principales, en el que se recopila la información de las 109 especies que encontraron, incluyendo fotos inéditas. “Entre los casos curiosos está un bagre diminuto, de unos 1,5 centímetros que vive a 40 metros de profundidad y del que solo se habían visto dos ejemplares. Pero también estamos pensando en que, en total, podríamos haber observado casi que diez especies nuevas”, agrega.
No solo se trata de especímenes pequeños. También habitan peces que, por no tener luz, no tienen ojos, y unos cuantos más que “hablan” a través de campos eléctricos. Son los peces gymnotiformes o cuchillos, familia de las anguilas eléctricas, que son capaces de ver si hay una presa cerca a través de generar y percibir campos eléctricos; peces que se han adaptado a la oscuridad, al poco oxígeno y a sobrevivir en corrientes muy fuertes.
Poder tomarle fotos a cada una de estos animales fue un reto. Lo primero, claro, era pescarlos. ¿Pero cómo hacerlo a 60 o 70 metros de profundidad? Lasso explica que “colombianizaron” una técnica de pesca de arrastre que implica varios factores, como lanzar una red con unos patines de acero que pueden llegar a pesar entre 25 o 30 kilos; mantener una velocidad por segundos constantes y aliarse con pescadores locales capaces de navegar en esa cuenca.
“Cuando uno se arriesga a meterse a un río tan peligroso y complejo como el Orinoco, en el que las aguas son turbias la mayor parte del año, no tenemos un perfil del fondo, por lo que es clave trabajar con los locales, con los que pescan allí y lo conocen”, dice Lasso. Cualquier tronco de samán o árbol que hubiese caído en el fondo, podría darle vuelta a la embarcación.
Además, tocaba cuidar a cada uno de los peces una vez salían del agua. “Los mimamos. Hacemos arrastres muy cortos, los manipulamos con guantes y le ponemos anestésico al agua para que no sufran”, comenta el experto. “Incluso a veces, les ponemos antibióticos para evitar las heridas. Después les tomamos la fotografía y muchos de estos ejemplares vuelven al agua”.
Peces que no comen lo que creíamos
Aunque esta expedición reveló la existencia de peces sorprendentes, o “crípticos”, como los llama Lasso, hay un factor que le dejó al investigador un sabor amargo: allí, a 60 metros de profundidad, también han llegado los microplásticos y los peces del Orinoco se los están comiendo. Se trata de algo inesperado porque la cuenca del Orinoco, a diferencia de la del Magdalena, por ejemplo, no ha sido tan intervenida por el humano, lo que evidencia que esos plásticos muy pequeños y finos han sabido viajar hasta zonas muy profundas e, incluso, conservadas.
Los peces, agrega Lasso, confunden las larvas de insectos acuáticos con los microplásticos y terminan ingiriéndolos. Y es que aquí viene otro descubrimiento. A diferencia de lo que se pensaba, o lo que se intuye tradicionalmente – que la cadena trófica inicia con el fitoplancton o el zooplancton – en el Orinoco los peces más pequeños lo que se comen son estas larvas en fases inmaduras que navegan en las profundas aguas. “Es con estas pequeñas larvas con las que se inicia la cadena alimenticia en el río Orinoco”, explica el investigador
Lo cierto, entonces, es que el fondo del Orinoco es un mundo apenas en descubrimiento. Un espacio lleno de sorpresas, como los son otros ríos que comparten Colombia y Venezuela.
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