Martin von Hildebrand, el defensor de los guardianes del Amazonas
El nuevo director de la Organización del Tratado de Cooperación Amazónica es una leyenda de la conservación. Ayudó a gestar una de las transformaciones más importantes de la historia de Colombia: la declaración de 20 millones de hectáreas como resguardo indígena
A los 81 años, Martin von Hildebrand asume un nuevo reto en la Amazonía. Tras medio siglo apoyando a los pueblos indígenas de esa región de Colombia para recuperar su territorio, luchar por su derecho a preservar su cultura y a regirse según sus costumbres y creencias, hoy, como nuevo director de la Organización del Tratado de Cooperación Amazónica (OTCA), debe unir a los ocho países amazónicos para evitar el colapso de ese magnífico ecosistema, amenazado por la crisis climática y actividades ilegales como la deforestación. “Hay que colaborar entre todos y poner la vida en el centro. Trabajar con gobiernos, empresas y pueblos indígenas para garantizar la seguridad de las personas y la naturaleza, y pasar de una economía extractivista a una bioeconomía”, dice pocos días después de haber regresado de Brasil, donde se posesionó en el cargo a mediados de noviembre de 2024.
Von Hildebrand, nacido en Nueva York y criado en Bogotá, conoce como pocos la Amazonía y las milenarias culturas que la habitan. En 1972 se adentró por primera vez en aquella catedral de la biodiversidad, con un latente deseo de aventura y de conocer el mundo indígena, y con la instrucción del legendario antropólogo Gerardo Reichel-Dolmatoff, quien había sido su profesor, de aprender de primera mano sobre los tanimuka, un pueblo asentado a lo largo del río Apaporis, sobre del que poco se sabía. “Llegué a su casa para conversar sobre los indígenas y la posibilidad de irme un tiempo a la Sierra Nevada, y él sacó un mapa, puso un dedo en la mitad de la selva y me dijo: ‘Usted va acá’. Me consiguió un trabajo con el Instituto Colombiano de Antropología, y me explicó cómo llegar, sobrevivir en la selva y recoger la información”, recuerda.
Desde ese primer viaje lo capturó el mundo indígena –que pone en el centro a la comunidad, y se entiende como parte de esa red de vida que es la naturaleza– y se comprometió con su causa al ver cómo la brutalidad del negocio del caucho y el fervor intolerante de las misiones evangelizadoras los había llevado al borde del exterminio. Von Hildebrand llevaba en la sangre el coraje y la empatía necesarios para luchar contra las injusticias sociales. “Mi abuelo paterno y mi papá habían sido opositores del régimen nazi y les tocó huir; y mi abuelo materno, irlandés, había sido encarcelado dos veces por hacer parte de la resistencia contra Inglaterra”, dice el antropólogo, cuya su familia llegó a Colombia cuando él tenía cinco años.
Entre sus padres y sus ocho hermanos, él era el especialista en mitología griega. Esa pasión por las historias de héroes y dioses le resultaría clave para construir confianza con los indígenas. “A los cuatro o cinco días de estar en la maloca con los tanimuka me preguntaron cómo era la tierra de mis abuelos. Con un palo comencé a hacer dibujos para hablarles de las estaciones. ‘Eso es lo que ustedes, blancos, llaman una explicación. ¿No tendrá un cuento?’, me dijeron. Entonces, les conté el mito del rapto de Perséfone. ‘Ahora sí entendí’, dijeron. Esa noche me acosté pensando que la vaina era con cuentos”.
Cuando Von Hildebrand cuenta cómo ayudó a que el Amazonas colombiano pasara de ser un campo abierto a la explotación de comerciantes de caucho, pieles y madera, entre otros, a tener el 53% de su territorio protegido bajo la figura de resguardo indígena, su historia adquiere elementos de las conversaciones con los indígenas. “Estoy muy conectado con la cosmovisión de la maloca”, dice. Quizá por ello en sus relatos aparece el destino como una especie de fuerza que lo guía y le abre el camino. Por ejemplo, en 1973 conoció en un bote, en el río Caquetá, a Roque Roldán, un abogado especializado en derechos indígenas. Del afortunado encuentro nació una gran amistad, que llevaría a Roldán a asesorarlo en temas de política de derechos indígenas y le ayudaría a gestionar los grandes resguardos indígenas de la Amazonía. “De alguna manera la vida me cuida”, dice.
Luego, durante la presidencia de Virgilio Barco (1986-1990), Von Hildebrand fue designado director de Asuntos Indígenas del Gobierno, y contó con el respaldo del presidente (con quien se reunía semanalmente y a quien le contaba historias de la selva y los pueblos indígenas) para entregarles a los pueblos indígenas del Amazonas 18 millones de hectáreas como territorio colectivo e inalienable, y abogar por los derechos de los pueblos indígenas en el debate sobre el Convenio 169 de la Organización Internacional del Trabajo (OIT).
En 2018, la vida volvería a sonreírle. El entonces presidente Juan Manuel Santos erigió los resguardos en entidades territoriales de carácter especial, con el correspondiente reconocimiento de autonomía administrativa y política.
“En mi familia siempre decían que uno está en el mundo para hacer algo que valga la pena por los demás”, dice. Él lleva más de 50 años poniendo en práctica esa enseñanza.
Tras salir del gobierno de Barco creó la Fundación Gaia –hoy dirigida por su hijo Francisco)– y el Programa de Consolidación Amazónica (COAMA), una alianza entre varias organizaciones presentes en la región que, en 1999, fue galardonada con el Premio Right Livelihood, el Nobel Alternativo, para seguir trabajando con los pueblos indígenas en el desarrollo de sus gobiernos.
Su trabajo le ha valido importantes reconocimientos nacionales e internacionales, entre ellos el Premio de Liderazgo de la Fundación Tällberg. Su labor ha sido fundamental para alzar la voz de milenarias culturas que hoy pueden jugar un papel clave en enseñarnos a vivir en armonía con la naturaleza. “Para ellos lo espiritual es llegar a una conexión profunda con la naturaleza”.
*Apoyan Ecopetrol, Movistar, Fundación Corona, Indra, Bavaria y Colsubsidio.
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