Crisis fiscal para dummies
Aunque hay herencias fatídicas del Gobierno Duque, su sucesor no ha sabido desarrollar estrategias para pagar la deuda, mientras su Gabinete crea huecos financieros enormes en muchos frentes
![El Banco de la República, en Bogotá, el 20 de diciembre de 2024.](https://imagenes.elpais.com/resizer/v2/5XQPURDIG5GCHAJ74CTK5FMATM.jpg?auth=78b72476f046508e67e1816e2d2486a4396c1e6ab0ccec39011da0e2133ae737&width=414)
Colombia no tendría por qué estar ad portas de una crisis fiscal. No obstante, ha seguido una senda de exceso de gasto y mala estrategia de ingresos, que han llevado a una frágil y peligrosa situación en las finanzas públicas, que, según el Banco de la República, afecta la disponibilidad de crédito al sector privado y su costo.
Subidas inoportunas y excesivas de impuestos, tasas de interés altas y una actitud agresiva del Gobierno son los ingredientes de una recesión en sectores claves como la industria, el comercio, la minería y el petróleo. Si venden e invierten menos, sus utilidades se resienten, con lo cual pagan menos impuestos. Así se configura un espiral perverso en el que al sector público le va mal e induce que al sector privado también le vaya mal; con lo cual no da utilidades, paga menos impuestos, y el problema da otra vuelta más.
Los tres ministros de Hacienda de este Gobierno, en lugar de haber enfrentado y resuelto dos difíciles herencias fiscales de Duque, las están convirtiendo una crisis fiscal de proporciones insospechadas. Las dos herencias de Duque fueron una deuda pública muy alta y un precio ficticiamente bajo y subsidiado de la gasolina y el diesel.
Vamos por partes. Por primera vez en la historia, a raíz de la pandemia del COVID, Colombia alcanzó una deuda cercana al 60% del PIB. Eso llevó, en el año 2022, a pagar intereses por 4,3 % del PIB. Esos intereses lamentablemente adquieren vida propia, pues dependen de que los centros financieros mundiales “crean” la historia del ministro de turno. Si, por alguna razón, el ministro pierde credibilidad, cada vez que acuda por plata le van a decir que le prestan, pero más caro. Eso crea un segundo círculo vicioso.
En particular, en septiembre de 2020, le cobraban a Colombia 6,9% por un bono a 30 años. Después de la pandemia, había subido a 9,9%. Dado que ese costo es muy sensible a la credibilidad, hoy en día, luego de tres ministros de Hacienda del Gobierno Petro, alcanza 12,4%.
Otro elemento que afecta el costo de la deuda pública y la carga de los intereses es que una buena parte está denominada en dólares. No es lo mismo pagar intereses y capital cuando el dólar estaba a 3.400 pesos (febrero de 2020), a 3.800 (marzo de 2022), a 5.000 (noviembre de 2022), o a los 4.200 actuales.
Los bandazos que ha dado la tasa de cambio se derivan, en parte, de la credibilidad del Gobierno, la certeza de sus anuncios, la calidad de sus cifras y el cumplimiento de la regla fiscal. Los grandes inversionistas mundiales son sensibles a la reputación del ministro de Hacienda de turno, a lo firme que maneje el timón de la economía, a su compromiso de cumplir con los ingresos y controlar los gastos. Si perciben que el ministro no está encima del problema fiscal, sino debajo de él, y que el Gobierno, el Congreso y el presidente están manejando el carro económico, cunde la incertidumbre y tanto la tasa de interés como la tasa de cambio suben, y se entra en un espiral perverso.
Ahora vamos a la otra herencia fatídica de Duque, el precio ficticiamente bajo de los combustibles. Ecopetrol vende el diesel y la gasolina al precio internacional y los gobiernos nacionales y municipales le adicionan unos impuestos. Así sucede en muchos países. En los países serios los combustibles son caros, y esa es una señal a los dueños de carros y camiones para que usen eficientemente sus vehículos. Más aún en tiempos de cambio climático, cuando la idea es descarbonizar el planeta.
En mala hora se les ocurrió a los ministros de Minas y Energía y de Hacienda de Duque rezagar los aumentos de la gasolina y el diesel en Colombia frente a los precios internacionales. Iniciaron un patrón venezolano, por llamarlo de alguna manera, al anestesiar a los compradores del dolor de las fluctuaciones de precios.
Los combustibles baratos pasaron de ser una concesión temporal para convertirse absurdamente en un derecho, como creen hoy los transportadores. Como si no supieran que ese regalo lo pagamos el resto de los colombianos con más impuestos y más deuda pública. El regalito malcriador ha costado más de 90 billones de pesos. Al presente, los transportadores tienen secuestrado al Gobierno con la amenaza de paro.
Es claro que la debilidad de Hacienda, Minas y Energía y el presidente cuesta. Los recursos gastados en el diesel y la gasolina se han debido destinar para bajar el déficit, cerrar el hueco de la salud (30 billones mal contados), de la energía eléctrica (7 billones), de vivienda, crédito educativo, carreteras, entre otros. ¿Hay derecho?
El Gobierno le echa la culpa a Duque, y con razón. Pero desde el 7 de agosto de 2022 la culpa deja de ser de Duque y pasa a Petro, por la falta de firmeza, de claridad, de capacidad de decirle al país y a los transportadores que ya no va más (a los dueños de carros sí les cortaron el chorro). Nadie está obligado a lo imposible. Mantener subsidios absurdos lleva a costos mentirosos, injusticia social y el descalabro fiscal.
Si hay paro camionero, que lo haya, pero un Gaula económico tiene que sacar de ese secuestro al Gobierno y al país. Deshacer errores duele. Deshacer grandes errores duele mucho. A los transportadores hay que decírselo de una vez por todas.
Ya contamos las herencias de Duque. Pasemos a las novedades de Petro. Si el lector o lectora están agobiados, y quieren abandonar la lectura, están en todo su derecho. Pero lo hacen a su propia cuenta y riesgo. Pues vamos a hablar de su futuro y el de sus hijos, y más vale que sepan lo que les viene pierna arriba.
Para mi gusto, las tres grandes equivocaciones económicas de Petro y sus ministros han sido: 1) una estrategia fiscal fallida; 2) un presidente que matonea sin pausa a los motores de la economía; y 3) un gabinete que crea huecos financieros enormes en muchos frentes.
Empecemos con la fallida estrategia fiscal. El ministro Ocampo promovió la no deducibilidad de las regalías, que tenía una alta probabilidad de caerse en la Corte Constitucional. Él lo sabía, o lo debía intuir. La puso en el presupuesto y el Gobierno se gastó ese dinero. Cuando, meses después se cayó, aumentó el hueco fiscal.
Aparte de eso, el ministro adelantó para 2023, en forma de mayores retenciones, un pago de impuestos que correspondía a 2024. Con lo cual le heredó al ministro Bonilla un hueco descomunal. Finalmente, puso una sobretasa de renta al petróleo, la minería y a los bancos. Eso emociona a la galería progre, pero funciona fatal para atraer inversión en sectores claves de la economía, que pagan buena parte de los impuestos. La consecuencia fue enfriar la inversión. Hoy está claro que la reforma tributaria de Ocampo fue un fracaso, con nocivas consecuencias.
El ministro Bonilla incluyó, como nueva fuente del presupuesto de 2024, unos litigios por ganar y una supuesta eficiencia de la DIAN. Los dos rubros debían aportar casi 25 billones de pesos de mayores ingresos. Ambas cosas eran irreales. El ministro Bonilla lo sabía, o lo debía intuir. A pesar de eso los puso en el presupuesto y el Gobierno se los gastó. Al cabo, no apareció la plata de los litigios, ni la ilusoria eficiencia de la DIAN. Sólo apareció un mayor hueco fiscal.
En esas circunstancias, mucha gente que debió haber invertido en estos años, se quedó quieta o puso la plata fuera del país. Muchos jóvenes y padres de familia se asustaron por su futuro y el de sus hijos y emigraron. Al día 1.000 personas dejan el país para instalarse en el exterior. Si sale la plata y sale la gente, la economía no crece, se marchita.
Por último, el ministro Guevara acaba de notificar el Plan Financiero de 2025. Los mensajes son: a pesar de que en 2024 el recaudo tributario cayó 2,2% del PIB (¡ojo!), en 2025 va a crecer 2,3% del PIB (¡más ojo!). A pesar de que el gasto público subió 0,3% en 2024, en 2025 va a subir de nuevo, 0,1% del PIB. A pesar de que el ministro no quiere una nueva reforma tributaria, su jefe sí la pide; al fin no sabemos si sí, o si no.
Esas son las claves para que el déficit fiscal supuestamente baje de 6,8% del PIB a 5,1% este año. Aclaro que en esas cuentas no está cubrir los huecos que han creado los demás miembros del gabinete en salud, energía, gas, vivienda, ICETEX, Fuerzas Armadas, Metro de Bogotá, entre otros, que mal contados suman 40 billones de pesos (más de 2% del PIB). Con lo cual el Plan Financiero tiene nuevamente las cuentas la lechera.
El ministro Guevara sabe estas cosas, o las debe intuir, como era el caso de Ocampo y Bonilla. Si no, cumplimos con la labor de advertirlo. La regla fiscal por supuesto se incumplió y se frivolizó, con lo que llaman “Transacciones de única vez”. Los mercados internacionales no la creen. Los spreads de la deuda pública y las tasas de interés se mantendrán altos y eso costará un riñón.
Por último, la campaña presidencial ya empezó. Los señores Petro y Benedetti pondrán sobre los hombros del ministro Guevara la responsabilidad de reelegir al proyecto progresista. Eso nos va a costar. Los casi 490 días que quedan hasta la segunda vuelta le pondrán al ministro Guevara una presión insoportable para que gaste y gaste.
Así las cosas, si la crisis fiscal llega, será para rato. Los déficits fiscales no se solucionan solos. Una vez aparecen, adquieren vida propia y es difícil y doloroso volver esos huevos pericos a la cáscara de donde salieron.
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