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Diana Uribe, historiadora: “En Colombia nos falta un relato muy grande del país: el de las mujeres”

La académica publica ‘Mujeres a través de la historia’, un libro sobre el origen del patriarcado en el que cuestiona momentos del pasado en el que lo femenino fue narrado por los hombres

Diana Uribe historiadora colombiana.
Diana Uribe historiadora colombiana.Cortesía
Camila Osorio

Las mujeres, en la historia contada por los hombres, fueron diosas, vírgenes, madres, brujas, putas. Fueron continentes por colonizar, fueron moneda de cambio entre familias. Fueron, explica la historiadora Diana Uribe en su nuevo libro Mujeres a través de la historia, “objetos de estudio, pero fueron excluidas de participar, producir y opinar sobre el conocimiento de sus propios cuerpos”. Cambiar la historia es imposible, pero no lo es construir un nuevo relato, uno más completo, uno que toca a Diana Uribe a nivel personal. “Yo, como mujer, soy sujeto de este libro”, dice en entrevista con El PAÍS. Conocida por saber divulgar lo complejo de forma sencilla —en podcasts, entrevistas, estaciones de radio—las 400 páginas del libro se complementan con 13 horas de audio, disponibles en su página web. Esta conversación es un abrebocas a la historia más completa con y para las mujeres.

Pregunta. Tuve la impresión de que en este libro quizás buscaba el origen mismo del patriarcado...

Respuesta. El origen del patriarcado marca el comienzo de una narrativa que se fue instalando durante los siglos, gradualmente, en muchas sociedades —no en todas—, en la cual el relato de la representación masculina tenía más importancia que el de la representación femenina. Y un orden histórico, que en un principio no tenía estas características, somete a las mujeres a las órdenes y el relato de los hombres. Siempre me llamó la atención ver cuál es el origen de este relato, por qué ha persistido tanto en el tiempo y cómo se dio en diferentes sociedades de maneras distintas, pero dentro de una misma dinámica.

P. ¿Por qué arrancar el libro con la historia de las deidades?

R. Porque la representación que tenemos las mujeres en la divinidad y lo sagrado tiene muchísimo que ver con el rol y el papel de la mujer en la sociedad. En las civilizaciones antiguas, había una época en que los roles no estaban subordinados unos a otros. Y en esa época las diosas representaban la fertilidad, la tierra, la creación. Eran diosas primigenias como Inanna, las diosas de Mesopotamia, la gran Isis. Todas estas divinidades corresponden a una época en que, por ellas mismas, las mujeres teníamos un papel en la sociedad mucho más preponderante. Cuando las divinidades femeninas empiezan a ser subordinadas a los relatos masculinos, el papel de la mujer en la sociedad también queda en segundo plano, y pasamos de ser diosas primordiales a ser criaturas caóticas como Pandora, perversas como Medea o directamente brujas.

P. Hace conexiones entre el desarrollo de la agricultura con ciertos cambios en los roles de género. ¿Cómo impactó el sedentarismo a la historia de las mujeres?

R. Son varios factores, porque, por un lado, está el sedentarismo, pero por el otro, están el pastoreo y la ganadería. Cuando los pueblos indioeuropeos dedicados al pastoreo invadieron India y Persia, y cuando un grupo de pueblos ganaderos, como los semitas, llegan a Mesopotamia y traen la actividad del pastoreo, empiezan a darse una serie de subordinaciones. Pues la fuerza, que viene de los dioses guerreros de los pueblos invasores, comienza a primar, pero también la propiedad se empieza a instaurar alrededor de la acumulación de granos y de cosechas, y esa propiedad se debe proteger a través de las alianzas, y las alianzas se hacen con el intercambio de mujeres, y así inicia el cambio del punto de vista de las deidades originales a la entrada del relato del patriarcado.

P. Luego pasa al colonialismo europeo y su conexión con el dominio de la mujer. ¿Por qué la expansión de Europa se conecta con el control del cuerpo femenino?

R. Porque el colonialismo, como hecho histórico, tanto en las llamadas conquista y descubrimiento –términos que, por supuesto, nosotros desde acá cuestionamos–, con el Imperio español, como posteriormente con la expansión del Imperio británico y del Imperio francés, fundamentalmente, traen los relatos que ellos tenían y los superponen a los relatos que existían en las sociedades a donde llegaron. Nos miran como se miraban ellos, nos interpretan como se interpretaban ellos, y ellos eran hombres europeos blancos. Su misma mirada se viene a proyectar sobre nosotros, y esto hace que una determinada manera del discurso se universalice. Y al invadir de la manera tan brutal en que lo hicieron, el territorio conquistado se vio como una mujer a la que se sometía, como un cuerpo que debía ser dominado. Y esa misma relación del colonialismo con los lugares a donde se expandió va a determinar la manera de tratar el cuerpo de las mujeres, pues este se va a volver una gran metáfora de lo que fue la conquista y el colonialismo de los imperios europeos en América, India, Asia y África.

Diana Uribe durante la presentación del libro 'Mujeres a través de la historia', en el Hay Festival en Cartagena, el 30 de enero de 2025.
Diana Uribe durante la presentación del libro 'Mujeres a través de la historia', en el Hay Festival en Cartagena, el 30 de enero de 2025.HAY FESTIVAL

P. Pareciera, leyendo las fuentes del libro, que la historia de las mujeres se cuenta de forma más rigurosa desde que más mujeres entraron a investigar en las ciencias sociales. Como historiadora, ¿trabajar en este tema ha sido también un proceso personal de revisitar lo aprendido en el pasado?

R. Claro que sí, en varios sentidos. Por supuesto que la entrada de las mujeres a las ciencias sociales, a la investigación, a la sociología y a la historiografía hace que se conozca una gran cantidad de relatos femeninos. Por ejemplo, tenemos el caso de Trótula, una médica de la escuela de Salerno, que hizo una gran investigación en ginecología durante la Edad Media, y luego, en el siglo XVI, un hombre dijo que ella no podía haber hecho esa investigación, y le quitó la titularidad de todos esos trabajos y se la atribuyó a otro hombre. Y solo después, hasta hace muy poquito, fue que se supo que todo eso lo había escrito Trótula. Ejemplos como este hay miles, en el arte, en el surrealismo, en el boom y en el dadaísmo, de una gran cantidad de mujeres que habían quedado silenciadas bajo sus maridos, o que directamente las habían borrado de los grandes descubrimientos de la historia.

Por otro lado, yo, como mujer, soy sujeto de este libro, porque a diferencia de los otros que he hecho, en donde trato asuntos muy afines a mí, en este el tema, más que ser cercano a mí, soy yo misma. Entonces claro que tuve que revisitar mi propia vida, mi cuerpo, mi relación con mi madre, con la maternidad, con las mujeres que me abrieron los caminos, con las posibilidades laborales que yo tuve y tengo gracias al trabajo de muchísimas mujeres y que eran impensables en otras generaciones y en otras épocas, y todo eso lo pude plasmar en los audios. Así que esto también es una historia personal. Y el libro, además, es intergeneracional, porque lo trabajamos con cuatro mujeres de distintas generaciones. Eso nos hizo comparar los relatos del tiempo en que yo entré en contacto con estos temas con los relatos del tiempo en el que ellas hacen su lugar de enunciación.

P. ¿Qué nos falta aún por investigar sobre la historia de las mujeres en un país como Colombia?

R. La historia de las mujeres en un país como Colombia está empezando. Y no solamente su historia, sino la de Colombia misma, porque nuestra historia, antes de la conquista española, ha sido bastante fragmentaria, no ha habido un fuerte relato prehispánico, y ese relato está por todas partes, está en las carreteras, está debajo de esas carreteras que se construyen, en pueblos como el guane, cuyas tumbas están en Santander. Es un relato muy grande del país que nos falta, y es un relato muy grande de mujeres que nos falta, tanto de la época prehispánica como del relato de las comunidades y de la visibilización misma de los procesos de mujeres en el presente.

P. De las mujeres mencionadas en este libro, ¿la historia de una de ellas le conmovió o sorprendió particularmente?

R. Pues a mí me han hecho muchísimas veces esa pregunta, y más que la historia de una mujer, me ha impresionado la historia de los colectivos de mujeres, de las que ayudaron a crear el alfabeto hiragana, de las que a través de los tejidos contaron historias que no se podían decir, de las mujeres de Mampuján en Colombia, que pudieron tejer la guerra y las experiencias de las cosedoras. Los audios terminan con el tema de mujeres, memoria y paz, y allí también son importantes las arpilleras de Chile y, sobre todo, las más mamacitas de todas, las mujeres de Liberia que hicieron un proceso histórico tan inspirador como impresionante. También están los casos como el de una de mis amigas, Enilda Jiménez, de la reserva de Surikí, que a partir de un proceso de paz y restitución de tierras llegó a la paz con la naturaleza. Hay muchas historias heroicas y maravillosas que son colectivas, que son más que un individuo o una individua, pues representan a quienes pudieron entender y construir una época.

P. El movimiento trans suele encontrar en la historia, entre otras disciplinas, evidencia de que lo que entendemos como mujer y hombre son conceptos mucho menos rígidos de cómo los entendemos hoy en día. ¿Concuerda con que nos falta historia en este tema?

R. Evidentemente, y hay que hacerla rapidito porque ya la quieren borrar otra vez, pues llevamos mucho tiempo construyendo el derecho a poder vivir en el cuerpo que se quiera desde el género que defina cada persona. También en los audios decimos mucho “tu cuerpo no pasa por mi opinión”, es decir, yo no soy la que tengo que definir quién eres o no eres, o cómo te llamas o no te llamas. Porque después de todo lo que se ha luchado y sufrido –porque esa sí es una de las poblaciones más perseguidas y más víctimas de toda forma de violencia–, cuando al fin se está empezando a ver una luz en el derecho de las personas trans a vivir, existir y llamarse como quieran, empiezan a darse amenazas tan supremamente serias como la declaración de Trump de que solamente existen dos sexos: mujeres y hombres. Esto inmediatamente baja las posibilidades de equidad laboral, por ejemplo, porque las personas pueden volver a ser discriminadas si no se consignan estos derechos, como el que le permite a una persona trabajar en lo que quiera, independientemente de su orientación sexual o su género. Entonces los derechos ahora hay que recordarlos, enunciarlos, nombrarlos, porque cada tanto se ponen en peligro y hay que volverlos a contar. Y también es importante que este libro narre todas esas historias.

P. La publicación del libro fue acompañada de una denuncia pública de Maria Emilia Gouffray, con quien ya había trabajado previamente para Revoluciones (2020). Ella alega, en un artículo publicado por este diario, que se violaron sus derechos al “deformar” el texto que ella escribió, sin su aprobación. ¿Nos podría dar su versión de lo ocurrido?

R. Emilia hizo parte de la primera etapa de un proceso colectivo en el que yo siempre estoy a la cabeza, y en el que también participaron los historiadores Sybil Lorena Sanabria y Arturo Jiménez. La investigación, que fue muy juiciosa y concienzuda, y una parte de la redacción de los textos fueron recibidas e incorporadas al trabajo, pero a medida que avanzamos fuimos conscientes de que no eran del todo consecuentes con lo que veníamos haciendo en los libros anteriores y con el contenido total que queríamos comunicar en las más de trece horas de audio que finalmente grabé, y que son el eje central de todos mis proyectos.

Llamamos entonces a Alejandra Espinosa, mi hija, que es literata y escritora y con la que hemos trabajado en tres libros escritos por ella –Contracultura, Brújula y Revoluciones–, para que nos ayudara a darle continuidad al proceso creativo de todos estos años y para que nuestro libro de Mujeres a través de la historia no perdiera el tono reflexivo y propio que no habíamos conseguido en esa primera etapa. En el equipo que trabaja conmigo en el pódcast y es parte de esta casa siempre buscamos que en la redacción de los textos esté reflejado el trabajo de todos. Y, ya que esto no estaba pasando, como directora del proyecto propuse a todas y a todos que Alejandra se encargara de hacer una nueva versión que nos reflejara mejor, decisión con la que estuvo de acuerdo la editorial y el resto del equipo.

Según lo pactado con la editorial desde el principio, Emilia tenía en el proyecto un contrato de obra por encargo, no de coautoría, y ese encargo siempre fue claro y preciso. Este tema del contrato lo explicó la editorial al detalle para el artículo que ustedes publicaron al respecto. A todos nos sorprendió ver que el titular no reflejara claramente esa explicación.

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Sobre la firma

Camila Osorio
Corresponsal de cultura en EL PAÍS América y escribe desde Bogotá. Ha trabajado en el diario 'La Silla Vacía' (Bogotá) y la revista 'The New Yorker', y ha sido freelancer en Colombia, Sudáfrica y Estados Unidos.
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