_
_
_
_

Bogotá, capital de los pedestales vacíos

Por lo menos siete espacios escultóricos permanecen desiertos tras los derribos causados por el estallido social de 2021 y otros olvidos patrimoniales

Un grupo de manifestantes indígenas tiran un monumento del conquistador español, Gonzalo Jimenez Quesada
El pedestal donde se encontraba la estatua de Gonzalo Jiménez de Quesada, en Bogotá (Colombia), en mayo de 2021.Juancho Torres (Getty Images)
Camilo Sánchez

La disputa política por el significado de los monumentos en Colombia no surgió a raíz del movimiento antirracista estadounidense Black Lives Matter. Tampoco con el estallido social de 2021, cuando fueron derribadas, rotas o decapitadas estatuas en todo el país. Pero las escenas convulsas de aquellos días reflotaron como el magma de un volcán el debate sobre el relato histórico, las identidades ninguneadas y los pasados traumáticos. Tres años más tarde, el emplazamiento de cuatro de ellas permanece vacío en Bogotá. Como si la sociedad civil y las autoridades hubieran entrado en un bloqueo colectivo para imaginar y actualizar la simbología del espacio público y de la memoria.

La figura maltrecha del fundador de la capital colombiana, el abogado andaluz Gonzalo Jiménez de Quesada, fue trasladada de la céntrica Plazoleta del Rosario al Museo de Bogotá; las esculturas monumentales de Isabel la Católica y Colón fueron desmontadas desde la Avenida El Dorado y hoy hacen escala temporal en el Museo de Arte Moderno; y de las tres piezas que formaban parte del Monumento a la Vida y al Desarme Ciudadano, en el Parque Tercer Milenio, solo queda una con los brazos amputados.

Las tres primeras son catalogadas como patrimonio protegido de la ciudad o de la nación. Sus autores fueron el español Juan de Ávalos (España, 1911-2006) y el italiano Cesare Siginolfi (Italia, 1833- Colombia, 1903). El primero firmó algunas de las tallas de los evangelistas en el polémico monasterio del Valle de los Caídos, a las afueras de Madrid. El segundo, fue precursor en la enseñanza de bellas artes en Colombia a finales del XIX. “Este es un tema incómodo, que la gente prefiere no abordar porque tiene referencias dolorosas”, asegura Alberto Escovar, responsable de patrimonio en el Ministerio de Cultura por aquellos días convulsos de 2021.

El abandono y falta de apropiación de las esculturas no ha sido responsabilidad exclusiva de las autoridades distritales. “Históricamente, tampoco ha habido un reclamo colectivo desde la sociedad civil”, valora la historiadora del arte Carolina Vanegas. Recuerda el ejemplo de dos bustos arrumados en instituciones culturales, y uno más desaparecido, de sus pedestales originales antes de los destrozos de 2021. Tres obras que representan a escritores decimonónicos: el periodista José Manuel Groot, el escritor de fábulas infantiles Rafael Pombo, y el poeta José Asunción Silva.

“El pedestal de Groot, a espaldas de la iglesia de San Diego, nunca se mandó a restaurar. El monumento de Pombo lo custodia el Caro y Cuervo y el de José Asunción Silva estaba, hasta donde me acuerdo, en algún lugar de la Secretaría de Cultura”, relata Vanegas. El olvido también ha sido una herramienta para eludir el debate en un país con otras batallas políticas y sociales profundas. De cualquier forma, en el epicentro de los destrozos de 2021 algo sacudió las placas tectónicas en la relación de una parte de la ciudadanía con los monumentos, sus responsables en la Alcaldía y la historia que hasta entonces se había narrado.

Fueron colectivos indígenas, de zonas históricamente marginadas, los encargados de derrumbar las obras de colonizadores militares españoles o próceres de la independencia en una suerte de “juicio histórico”, desgarrador, contra los lastres de un pasado marcado por el despojo y la violencia. Estudiosos del patrimonio, como el actual director del área en el Distrito, Eduardo Mazuera, o Alberto Escovar, perciben que estos movimientos, más que una inquietud literal por las figuras, sirvieron como un canal de desfogue político anclado a los problemas del mundo actual.

Newsletter

El análisis de la actualidad y las mejores historias de Colombia, cada semana en su buzón
RECÍBALA

Carolina Vanegas coincide: “En las circulares con las reivindicaciones de los Misak se quejaban de la falta de compromiso en la implementación de los Acuerdos de Paz; por el asesinato de líderes sociales o las políticas del Gobierno”. En las discusiones saltaban temas como el racismo, el clasismo o el machismo. Como cuenta Escovar, la crispación de aquellos días era tan intensa que la posibilidad de mediar o llegar a acuerdos era sencillamente inviable. La situación de fondo ha cambiado poco, a pesar de las múltiples reuniones y debates recientes en Bogotá. El líder Misak Didier Chirimuscay ha asumido la vocería indígena para resistir en el empeño de mantener vacíos los pedestales para siempre.

Para Eduardo Mazuera queda claro que hay una fractura en el tiempo. Y con ello una mutación, quizás, en el viejo ideario de patrimonio, engarzado al concepto de orgullo nacional y la reivindicación de ciertas señas artísticas. Hoy los espacios públicos están sujetos a una discusión en busca de mayor pluralidad e inclusión. ¿Qué hacer con esos lugares silenciados? ¿Cómo lidiar con un pasado incompleto o incómodo? Desde la oficialidad se ha tratado de mediar para hallar alternativas: “Me parece muy valioso seguir la discusión, encontrar latencias para la construcción de la historia desde abajo”, apunta el funcionario y experto.

Diversos artistas contemporáneos también han intervenido desde sus orillas para indagar y “retomar la elocuencia de ese vacío” que ha quedado, cuenta la académica de arte Isabel Cristina Díaz. Pero recuerda que el “nivel de desapropiación” de los monumentos en Bogotá ha sido muy grande en las últimas décadas y percibe algo de desidia de todos los frentes. En la misma línea, Carolina Vanegas interpreta el derribo iracundo de estatuas como un acto político y panfletario, equiparable a las decisiones del reducto de especialistas urbanos que tienen en sus manos la planificación de la ciudad. Con una varita mágica decretan la desaparición de un parque o el trazado de una avenida. En ambos casos, opina, la decisión denota caprichos políticos.

“El arte ha ido cambiando y los estímulos visuales también. Los referentes urbanos se van modificando y la representatividad de los espacios. Hoy existe un reclamo diferente, quizás de grupos minoritarios de ciudadanos cuyo lugar en la historia había sido negado”, continúa. El resultado supone algunas dosis de traumatismo histórico innegable. Entre la desafección y el hartazgo de una parte de la ciudadanía, algunos expertos vislumbran la necesidad de reformular prontamente las leyes patrimoniales.

Alberto Escovar cuenta que en el Parque de la Independencia, en el corazón de la capital, un árbol partió el monumento al escritor Julio Arboleda. Otro pedestal vacío, esta vez víctima de un imprevisto natural. Carolina Vanegas subraya la idea de que la ciudad ha sido siempre un campo de batalla político y que esta etapa no será la primera ni la última en atestiguar la desaparición de símbolos considerados despreciables por algunos: “Una de las mayores destrucciones patrimoniales de Bogotá se dio para construir la Avenida El Dorado en 1952. Se destruyeron los parques de la Independencia y del Centenario. Era un espacio público con jardines, estatuas, caminos y unos pabellones temporales. Todo eso se arrasó. Y el patrimonio quedó en un segundo plano”.

Suscríbase aquí a la newsletter de EL PAÍS sobre Colombia y aquí al canal en WhatsApp, y reciba todas las claves informativas de la actualidad del país.

Sobre la firma

Camilo Sánchez
Es periodista especializado en economía en la oficina de EL PAÍS en Bogotá.
Tu comentario se publicará con nombre y apellido
Normas
Rellena tu nombre y apellido para comentarcompletar datos

Más información

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_