Maréh, el cantautor de los ecosistemas de Colombia: “Nombrar el territorio es político”
Páramo, manglar, llanura o nevado. El compositor caleño lanza ‘Tierra de promesas’ como homenaje a las historias que se desprenden de la tierra
EL PAÍS ofrece en abierto la sección América Futura por su aporte informativo diario y global sobre desarrollo sostenible. Si quieres apoyar nuestro periodismo, suscríbete aquí.
El silencio dura muy poco cerca de Federico Galvis. Apenas unos segundos después de observar los dos únicos patos que juegan en la Laguna de Teusacá, en el Páramo de El Verjón, el cantautor conocido como Maréh se gira para hablar de los patos de torrentes: “¿Sabías que siempre van en pareja y que lo único que hacen es nadar a contracorriente? Una vez llegan a lo más alto del río se dejan caer. Ese es su parche [plan]”. Sonríe tímido cuando comparte en alto parte del runrún permanente de su cabeza. Ahí el silencio ni se asoma. “Dime si ellos no merecen una canción”, insiste. La sorpresa, la percusión y la mezcla de todo lo que aprende ha ido marcando la carrera musical de este antropólogo caleño de 32 años. Su último álbum, Tierra de promesas, es un homenaje a los ecosistemas de Colombia y también un puñado de canciones de amor: “Nombrar el territorio es un acto político; igual que lo es cantarle al amor”.
Páramo, bosque tropical, llanura, río o manglar. En este álbum de 11 canciones repasa uno a uno los territorios del segundo país más biodiverso del mundo. Colombia es la reina de las aves y las orquídeas y una de las naciones con mayor riqueza de plantas, anfibios y mariposas. Algunos de estos animales, como el grillo, la rana arlequín o el pájaro barranquero y batará carcajada son parte del coro de Canto, una canción inspirada en el tema de Força Estranha, de Caetano Veloso. “Yo me pregunté por qué canto. Y la naturaleza ha sido siempre parte de mi infancia y mi vida, así que quise abordarla sin romantizarla.
Galvis es un joven cantautor de alma vieja. Hijo de Jorge Enrique Galvis, filósofo, y Janice Patiño, trabajadora social y jardinera, empezó a hacer música a los 9 años y siempre muy vinculado a la cultura de la percusión y la música del Pacífico colombiano. Cuenta haber tenido la suerte de aprender de grandes tamboristas del país y de músicos como el maestro Gualajo, Hugo Candelario, Magin Díaz o Petrona Martínez. Mientras estudiaba Antropología en la Universidad Icesi, cofundó Africali, un proyecto musical que acabó convirtiéndose en una de las bandas más eclécticas y conocidas de la ciudad. “A mí me hubiera encantado estudiar etnomusicología”, reconoce. “Pero ya la terminología me da un poco igual, y la academia también. La música tiene capacidad para investigar y explorar todo lo que yo quería”.
Los dos grandes motores de este disco tienen nada y todo que ver: su abuelo y el paro nacional de Colombia. Aunque nunca lo conoció, Galvis creció escuchando las historias sobre su abuelo, Hernando Patiño Cruz, uno de los precursores de la agroecología en la región. Él, cuenta su nieto, “aterrizó las lecciones más sociales en las ciencias naturales; siempre fue más allá”. Junto a su mujer, Gail, clasificaron todas las mariposas del Valle del Cauca, fundó la cátedra de ecología en Colombia y fue un gran responsable de la domesticación del lulo y otras frutas endémicas. El paro nacional cristalizó en Maréh un amor por el país similar al de Patiño. Sin embargo, nada en sus letras parecieran tener rastro de ello. “No soy muy fan de los que convierten su arte en un discurso. Es mucho más poderoso hacer crítica desde lo que no es tan obvio o tan explícito”.
Cali, el epicentro de estas protestas colombianas, fue el escenario de una generación de jóvenes que priorizaron las reivindicaciones antes que estar atravesando el tercer pico de la pandemia, en abril de 2021. Según el reporte de la Fiscalía General de la Nación, desde el inicio de las protestas, 42 personas perdieron la vida; una cifra inferior a la que contemplaron las organizaciones sociales del país. La música tuvo un papel muy importante para la movilización de la juventud. “Hubo mucha indignación y muchos músicos que se centraron en el activismo”, recuerda. “La forma en la que se manifestó en mí fue darme cuenta de todo lo que sí tiene este país, verlo y celebrarlo”.
En el páramo El Verjón, ubicado a media hora de Bogotá, la neblina va y viene y deja ver solo por segundos una hilera de frailejones florecidos para volver a taparlo todo de nuevo. Maréh, sentado frente a la laguna sagrada, se calienta las manos para poder tocar en su guitarra alguno de sus nuevos temas que van desde una dedicatoria a la abuela Gail, al recuerdo a una pareja de amigos muertos en el río o a la fortaleza de su madre. Hace apenas dos días que llegó de una gira por México y se reconoce agotado. “Sabía que venir al páramo me iba a hacer bien. La naturaleza ha tenido siempre mucho poder sobre mí y lo que hago. Este álbum tiene mucho también de recordar. Recordar los paseos con mi familia o en mi colegio”.
Tierra de promesas salió adelante gracias a un proceso de financiación colectiva que involucró a más de una veintena de personas en la generación de contenido y merchandising de la preventa: desde chaquetas con un código QR para escuchar el canto de los pájaros de Colombia, hasta pinturas de Pedro Alcántara o avistamiento de aves. “Las promesas para los músicos cuesta que se cumplan en el país. Es muy difícil comer de esto y toca inventarse de todo para arrancar”, lamenta. Galvis es músico, mánager, community manager… Hace unos días perdió todas las regalías que ganó en México al comprar sin querer más de 300.000 millas para vuelos en Avianca. “Estoy viendo cómo hacer para recuperar la plata, siento mucha impotencia. Necesitaba esa plata para pagar deudas, ni siquiera era para darme un capricho”, cuenta. “A veces es frustrante tanto esfuerzo y darte cuenta de que las cosas toman un ritmo más lento del que te gustaría. Estoy aprendiendo a estar calmado en la incertidumbre”.
Otro de los daños colaterales de esta carrera es la salud mental. “El tema de estar en el ojo público es muy denso”, reconoce. “Yo he padecido muchas veces problemas porque es muy difícil no caer en esa trampa. Igualmente yo hago mucho trabajo en diferenciar el éxito del reconocimiento. Eso me sirve mucho para encontrar el norte”.
A pesar de las dificultades, eligió el nombre del disco por una sólida apuesta por la esperanza: “No hay un arte que no esté llamando ya un pueblo por venir. Pero el porvenir no como un futuro de la historia, ni siquiera utópico, sino como un infinito ahora, como un devenir. A eso le canto”. Inspirado en Rosalía, Jorge Drexler y Hugo Candelario, entre otros, Maréh está obcecado con hacer de este proyecto “algo más grande”. Entre todas las ideas que tiene, está creando un libro interactivo con una app para móviles que experimenta la realidad aumentada e interactiva para ahondar en la conexión con la tierra y los ecosistemas. La protagonista será una niña que va descubriendo uno a uno estos entornos, alrededor de una historia y una búsqueda, que avanza por los sonidos de la selva, el bosque, la llanura o el páramo. “No quiero ser embajador de los ecosistemas de mi país, ni siquiera representarlo. Me basta con contarlo y cantarlo”.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.