Leonor: niña y princesa
Responsable y observadora. Criada sin sirvientes. La historia de una niña diferente, una princesa sin plan preestablecido
Para saber cómo es Leonor basta con mirar a Felipe VI. “Es como su padre, hasta en su expresión soñadora”. Es la mejor definición de la princesa de Asturias. Según su círculo íntimo, “son iguales: químicamente buenos, cariñosos y tan sensatos que a veces dan ganas de sacudirles y decirles algo… Son sensatos, pero no tienen miedo a nada. No son apocados, no va por ahí la cosa. Es una mezcla extraña, pero que a Felipe y a Leonor les funciona. Son idealistas, se entusiasman con las cosas, sienten curiosidad, les fascinan los nuevos proyectos, miran hacia delante y, al tiempo, tienen un punto muy reflexivo, nada impulsivo. Son serenos y valientes. ¿Cómo habría logrado casarse Felipe con una plebeya divorciada si no fuera un tipo que sabe lo que quiere y está dispuesto a correr riesgos? Felipe y Leonor son tranquilos, pero cuando quieren algo en serio, entra en juego una mente de estrategas incansables. Deben ser los genes de una familia, los Borbones, que lleva siglos actuando en política. Y en eso el padre y la hija son iguales”.
De cerca, don Felipe es tranquilo, atento, sentimental, prudente, moderado, tiende al equilibrio y, desde el colegio, es alérgico a la pelea (aunque era vehemente cuando se trataba de defender sus principios); adicto al consenso, aficionado al trabajo en equipo (siempre que no sea un deporte de balón, para los que siempre ha sido negado), discreto, equilibrado, poco amigo de sobresalir y, sobre todo, un profesional de observar antes de actuar; de disponer de todas las piezas del puzle para contar con una visión completa del asunto antes de tomar una decisión. Rara vez se tira a la piscina sin sopesar todas las variables; si no se ha empapado con un amplio dossier y consultado al ministerio correspondiente, a su mínimo equipo, a su mujer y a la almohada. Y además le queda la Constitución como salvavidas. Ahora más que nunca, porque sus funciones están perfectamente reguladas por la Carta Magna después de trabajar 28 años sin red. En especial, la misión que se describe en este párrafo tan flexible del artículo 56: “El Rey arbitra y modera el funcionamiento regular de las instituciones”. En ese sentido, explican que Leonor es una “mediadora por naturaleza”, dispuesta a poner paz y concordia en las grescas escolares. Aficionada a buscar argumentos que reconcilien a las partes. Es imaginativa y trata de buscar un punto intermedio en las cosas. Una persona cercana describe esa capacidad innata de la princesa de Asturias: “Les ha salido muy responsable; el matrimonio bromea a menudo con esa cualidad de Leonor: ‘Parece que sabía dónde iba a nacer’, dicen sus padres entre risas”.
El nuevo Rey se toma su tiempo. Su hija Leonor, también. A la niña-princesa le encanta parar, mirar y pensar antes de tomar una decisión. Igual que él. Felipe no habla mal de nadie. Leonor tampoco. El Rey escanea a los que tiene delante con sus ojos menudos y azules como el hielo, los puños cerrados y la mandíbula contraída antes de abrir la boca. Su altura facilita el ojeo. No se le escapa nada ni nadie. Leonor está aprendiendo a marchas forzadas. Entre otras cosas, a ver más allá de la primera impresión que le produce una persona. Felipe VI es desde niño un fino olfateador y detector de aduladores y entrometidos, que nunca desnudó en público la intimidad de La Zarzuela, ni ante sus más directos allegados, ni siquiera de pequeño. La Zarzuela era fortaleza de una singular familia con un oficio que ninguna otra tenía en España y que se concretaba en que uno de ellos ostentaba por herencia la Jefatura del Estado. Un castillo decorado con el aire apacible de la clase pudiente madrileña donde parecía que nunca nada malo podía pasar. Allí no entraba nadie. Ni los ayudantes, ni los ministros. No existe ninguna imagen de los momentos más íntimos de la familia Borbón. La fidelidad de su entorno (mayoritariamente militar) ha sido absoluta. La Zarzuela ha sido un hogar. Y lo sigue siendo. Al contrario de lo que hacía Franco, que habitaba en una especie de casa-cuartel, se alimentaba del mismo rancho de la tropa y comía en completo mutismo con su mujer, su hija, su primo, su cuñado y sus ayudantes de riguroso uniforme en un comedor espacioso y ornamentado como un panteón por el que pululaba (y cotilleaba) el extenso servicio de librea.
Leonor está siendo educada por sus padres en la adquisición de ese sexto sentido regio que consiste en calar a los interesados o a los que pretendan aventar la vida de su hogar. Ese pequeño núcleo de intimidad y normalidad familiar será el tesoro de su vida. Así lo diseñó y decidió su abuelo Juan Carlos (ella le llama “abuelito”) el día que rechazó habitar el grandioso y monumental palacio de Oriente, en noviembre de 1975, tras la muerte del general Franco, y seguir en el discreto palacete de la Zarzuela, un hogar que habían creado desde cero y hecho suyo él y la reina Sofía cuando aún no eran nada en este país: un príncipe sin posibles y de aire ausente y una princesa extranjera; cuando su futuro era incierto. A finales de los sesenta, durante la realización de unas obras en el inmueble de La Zarzuela, doña Sofía preguntó con (aparente) candidez a su marido: “¿Crees que cuando terminen los obreros aún seguiremos en España?”. Era el hogar que ambos habían construido.
El nuevo Rey se toma su tiempo antes de tomar una decisión. Leonor también
El rey Juan Carlos se lo aclaró en 1992 al escritor y aristócrata José Luis de Vilallonga: “Nunca pensé en instalarme en Oriente porque desde 1960 vivo aquí, en La Zarzuela, una casa que a doña Sofía y a mí nos gusta mucho, lejos de la ciudad, del ruido, de la contaminación y… de las visitas inoportunas. La profesión de rey es agotadora. De vez en cuando hay que poder olvidarla. La Zarzuela es un verdadero hogar. Aquí estamos entre nosotros. En habitaciones de dimensiones normales. Cuando nos encontramos todos juntos tenemos la ilusión de ser una familia como cualquier otra”. Don Felipe convirtió ese consejo en su primer mandamiento.
Hoy,la nueva pareja real lucha a brazo partido por ser, de puertas adentro, una familia normal; más normal de lo que nadie podría imaginar. En sus ritos diarios y en la forma de relacionarse entre ellos. Cimentada en el amor y en las obligaciones. A ratos lo consiguen. “Los cuatro hacen planes continuamente. Van al cine, al teatro, a espectáculos, a conciertos, al parque a jugar con los columpios. Lo normal en una pareja con hijos pequeños. No van al Retiro a las doce de la mañana un domingo, pero saben que hay más parques, más horas, más días. Y que ésa es su vida, y se adaptan”.
La familia, el destino común, es la clave del proyecto de vida de los nuevos reyes. Don Felipe lo dejó claro el día de su enlace con doña Letizia, aquella mañana torrencial del 22 de mayo de 2004; en realidad, dejó claro dos cosas. La primera podía parecer obvia el día de su boda; pero en la mente estratégica de don Felipe era un aviso a navegantes: “No puedo ni quiero esconderlo, imagino que salta a la vista: soy un hombre feliz. Y tengo la certeza de que esta condición me la da sentir la emoción de ver y protagonizar la realización de un deseo: me he casado con la mujer que amo”. Y la segunda, una declaración de independencia, de defensa numantina de su territorio: “Aspiramos a fundar una familia. Y queremos alcanzar el necesario equilibrio entre lo público y lo privado, entre las obligaciones –que lo son de por vida– y la legítima y necesaria vida familiar; sabiendo que nuestro trabajo requiere una serenidad, una dedicación, una constancia y una mesura tales que permitan hilar el tiempo político con el tiempo humano”. El que avisa no es traidor. La puerta de su hogar sería infranqueable. Lo ha sido durante estos 10 años; lo seguirá siendo tras su ascenso al trono.
Leonor está siendo educada como una niña normal, sin tutores ni un plan especial
Allí, en ese rincón perdido en las 16.000 hectáreas del monte del Pardo (50 veces el tamaño del Central Park neoyorquino), donde 4.000 gamos, 3.600 ciervos y 500 jabalíes pacen entre encinas y alcornoques, rodeado por una tapia histórica de ladrillo de 80 kilómetros de perímetro, la heredera al trono siempre será “Leonor”; a secas; sin tratamiento; sin que nadie le hable en tercera persona ni se incline a su paso; la hija de Felipe y Letizia; él, descendiente de una estirpe de cinco siglos de monarcas europeos; ella, una periodista asturiana de clase media que a veces recuerda con añoranza la profesión a la que renunció por amor: aquel viaje a Bagdad o aquella noche de perros a bordo de un pesquero en Galicia; hermana de Sofía, arrolladora y perspicaz, un torbellino, el reverso de la moneda de la heredera; acreedora de los genes de doña Letizia, una mujer apasionada, espontánea y humana; esa disparidad de caracteres, esa diferencia de estilos, que ha funcionado en el tándem de la pareja de Felipe y Letizia durante un decenio ha logrado lo propio entre Leonor y Sofía, dos hermanas que, según su entorno, “son distintas, pero se complementan, ayudan y adoran, y no conciben los juegos y las obligaciones la una sin la otra. A la hora del estudio es horrible, no paran de enredar. No sé si por ser tan seguidas o por ser chicas las dos hablan, juegan muchísimo, inventan, se disfrazan, montan unos líos en casa tremendos…”.
Bisnieta de un príncipe en el exilio que se enfrentó al dictador (don Juan de Borbón) y de un taxista (Francisco Rocasolano); nacida en Madrid el 31 de octubre de 2005. Su padre, don Felipe, describió aquella madrugada su estado de ánimo de padre primerizo de esta forma: “Es lo más bonito que le puede ocurrir a alguien en la vida”. No sabía si reír o llorar. Hoy es un padre loco con sus hijas, incluso aún más reticente que la propia reina Letizia a la hora de exponer a Sofía y Leonor ante el objetivo de los medios de comunicación y ante la lupa de la opinión pública. “Son unas niñas muy pequeñas, de ocho y siete años; a sus padres les da cosa, les da penita… son conscientes de dónde han nacido, y cuáles serán sus obligaciones, pero quieren que estén tranquilas, sean felices, todo vaya paso a paso; que no sean el foco de atención, que se puedan desarrollar como personas, y eso le pasaría a cualquier padre. Son reyes, pero son personas. No es secretismo, es ser padre y querer lo mejor para tus hijos. Las niñas saben perfectamente lo que son y el papel que les corresponderá. Se lo han ido contando con normalidad y de acuerdo a sus edades”. Otra fuente directa atribuye esta frase a doña Letizia que resume su pasión por Leonor y Sofía: “Amo profundamente a estos dos seres como cualquier madre del planeta. Cada día las miro y me quedo embobada por el hecho de que sean mis hijas”. Otra fuente del entorno, con la condición del anonimato, responde a asuntos más institucionales en relación con el futuro de Leonor, princesa de Asturias.
–¿Ya se han establecido planes educativos para la Princesa?
El nombre de Leonor lo escogieron sin ningún condicionante. les gustaba
–No, no está planeado nada. Nada de nada. Su etapa escolar se acaba prácticamente de iniciar [Leonor termina este mes tercero de Primaria] y aún le queda bastante camino por recorrer como para pensar si lo mejor es replicar el modelo de su padre o no. Nada está escrito y el tiempo y las circunstancias serán los que dibujen lo que se vaya a hacer. No hay un plan preconcebido. Sería lógico pensar en una formación militar, porque Leonor será constitucionalmente mando supremo de las Fuerzas Armadas y general de cinco estrellas [ya hay 1.175 mujeres oficiales en los tres ejércitos], pero quedan muchos años por delante.
–¿Tiene tutores Leonor? ¿Recibe una educación especial?
–En el colegio, Leonor está educándose como una niña más. No tiene tutor ni lo ha tenido en los seis años que lleva allí. Es muy pronto para decidir qué estudiará. Seguro que irá a la universidad, y cuando ella y su hermana sean adolescentes seguirán teniendo una educación lo más normalizada posible y vivirán como chicas normales (dentro de sus posibilidades), pero el tiempo y las circunstancias decidirán qué carrera estudia Leonor. Es buena estudiante y no hay tendencias claras de si tirará por ciencias o por letras. De momento, le encanta el cálculo y lee mucho. Es una buena deportista y en el colegio practica de todo, baloncesto, vóley, fútbol, pádel… Y le encanta montar en bici por La Zarzuela, el esquí y andar con sus padres por la naturaleza. Hace lo que hace una niña de ocho años.
–¿Habla inglés?
–Las dos son bilingües, y además sus padres son conscientes de que hay cuatro lenguas cooficiales en el Estado y su acercamiento al catalán, gallego y euskera es un hecho mediante canciones o películas en esos idiomas. Puede que cuando sea mayor pase algún tiempo en el extranjero, como hizo su padre en COU [Canadá] y durante su máster en Relaciones Internacionales [Washington].
Leonor estará llamada un día a reinar. En octubre cumplirá nueve años. Va siendo consciente de ese destino, “de una forma natural y bonita, con la ventaja de que las dos han nacido en este mundo y no les causa sorpresa. Desde el día de la abdicación, ella y su hermana supieron que su abuelo había dejado de ser Rey y que su padre lo sería en breve. Y desde ese momento estaban deseando ir al Congreso a ver cómo su padre iba a ser proclamado Rey. Estaban emocionadas. Están en ese momento en que quieren saber todo, que tienen curiosidad por todo, que les hace ilusión todo”. Su padre les va explicando dónde han nacido y cuál será su función. Con normalidad. Con cariño. Sin libro de instrucciones. Su propia experiencia no siempre servirá. Han pasado tres décadas. Lo que el nuevo Rey sí quiere es que su hija esté a su lado en los momentos cruciales de su reinado, como él lo estuvo toda la noche junto a su padre durante el golpe de Estado del 23 de febrero de 1981, hasta caer derrotado en un sillón. Y también que esté en contacto con sus abuelos; cuatro abuelos que siguen trabajando cada uno en lo suyo y tienen mucho que aportar. Fuentes cercanas a la familia confirman que con el abuelo paterno, don Juan Carlos, tienen las dos una relación entrañable y le solían ver una vez a la semana, “porque hasta ahora no ha sido un abuelo jubilado. Hoy día, los cuatro abuelos trabajan a tope, y eso es bueno para las niñas, porque les ven activos y en forma”.
Una de las obligaciones de los nuevos Reyes es enseñar a su primogénita que el camino no será fácil. Nunca será libre. Jamás podrá elegir su camino. Ya está trazado. Ha nacido para servir. Su trabajo será un servicio público sin horarios, intentando ser útil a la nación y sus ciudadanos. Gestos intangibles; utilidad, solidaridad, austeridad, ejemplo, diálogo, concordia, una conducta intachable, un impulso hacia la innovación y la modernidad; la importancia de los principios; unir más que separar. Ese es el cúmulo de valores que don Felipe quiere transmitir a su hija. Son los suyos; su hoja de ruta como hombre y como monarca. Su heredera deberá formarse durante toda la vida para cuando llegue su momento. Lo mismo que ha hecho su padre desde la pila bautismal, hace 46 años. Y también su madre, doña Letizia, sin un guion previo, sin la carga genética del oficio, durante un larguísimo decenio sin meter la pata.
Esta niña se sentirá sola muchas veces. Va en el cargo. Como un día confesó su abuelo, don Juan Carlos, a José Luis de Vilallonga: “La soledad comienza con el silencio que es necesario saber guardar. He pasado años sabiendo que cada una de las palabras que yo pronunciaba iba a ser repetida en las altas esferas, después de haber sido analizada e interpretada según sus conveniencias por gente que no siempre deseaba mi bien.
Pero el silencio también puede ser peligroso. Atiza los malentendidos. Ahí está el refrán: ‘Quien calla, otorga”.
En ese hogar grande, construido sobre un promontorio a un kilómetro del palacio de la Zarzuela, de un aspecto exterior un poco relamido, las luces se encienden antes de las siete de la mañana. Doña Letizia es la primera en trajinar por la casa. También la primera en caer rendida por la noche. A las 7.15 toda la familia está en danza. Después llega el desayuno de los cuatro miembros “con tranquilidad”. Los Borbón-Ortiz son de desayunos completos y calmados, no les van las prisas. Les gusta disfrutar ese momento. Los Reyes hablan mucho con sus hijas; hablan de todo, sin tapujos, el diálogo forma parte de su modelo de educación desde los primeros años de las niñas. Abundan en la mesa comentarios como “siéntate bien” o “no hables con la boca llena”. “Doña Letizia es una experta en nutrición, a la que le interesa el procedimiento dietético y científico de la cocina, un asunto al que se ha dedicado activamente a través de su colaboración con la Organización Mundial de la Salud y la FAO, a cuyas reuniones de trabajo asiste en Ginebra”, explica una fuente de su entorno. “Ha guisado desde niña, y su padre, Jesús Ortiz, es un grandísimo cocinero. A Letizia le encantaba de niña ir al mercado, sobre todo a las pescaderías, y observar, comprar y elaborar en casa. Lo sigue haciendo. Ha transmitido a toda la familia su gusto por los alimentos no elaborados, legumbres, verduras, granos, semillas. Les hace comer sano. También cenan los cuatro juntos, a no ser que haya una ceremonia nocturna de gala. No son muchas. Doña Letizia intenta pasar toda la tarde con las niñas. Ellas están creciendo como crecen las niñas en una familia donde un padre y una madre trabajan. Doña Letizia se organiza sus tareas para estar en la medida más amplia de lo posible con ellas. Tiene la ventaja de que unas veces trabaja diez horas y otras cuatro. Se organiza como cualquier madre trabajadora. Y si no, ahí está don Felipe, su padre”. Le preguntamos a esa misma fuente si la madre de doña Letizia se instala en el hogar de la Zarzuela cuando los ya Reyes se ausentan por viajes oficiales. Esta es la respuesta: “Es trola eso de que su madre vive en la casa para ayudar cuando no están. A veces echa una mano, como cualquier madre ayuda a su hija que trabaja. Otras, y sólo cuando doña Letizia no está, una persona de confianza está en casa para que las niñas no estén solas. Pero doña Letizia intenta por todos los medios ser ella la que está a su lado”.
A las nueve de la mañana, uno de los dos, a veces los dos, conduce a Leonor y Sofía en un todoterreno Lexus (respetuoso con el medio ambiente) hasta el colegio Nuestra Señora de los Rosales. Tardan 15 minutos. Está situado en la próspera zona oeste de la capital. Es un centro privado, discreto, sin grandes instalaciones, mixto, laico y de uniforme, por el que los Reyes pagan una mensualidad de 700 euros por cada una de sus hijas. Un precio estándar entre los centros privados de la zona. Quizá doña Letizia hubiera preferido un centro público, como en los que ella curso sus estudios, pero ambos saben que sería complicado por temas de seguridad. Es el mismo centro en el que ingresó don Felipe en septiembre de 1972, donde realizó todos sus estudios menos el preuniversitario (que llevó a cabo en Canadá) y donde, recuerda, pasó “los mejores años de mi vida”. El Rosales, fundado en 1951, era uno de los colegios de la grandes familias madrileñas. Tibio en materia religiosa, discreto en las asignaturas científicas, potente en las humanísticas y con una fuerte vocación de apoyo a cada alumno. Aquí llegó Leonor con tres años acompaña da por un discreto dispositivo de seguridad al frente del cual está (como en todo lo relacionado con la seguridad inmediata de los cuatro miembros de la familia) el teniente coronel de la Guardia Civil Miguel Herráiz, que ha hecho toda su carrera profesional junto a don Felipe. A partir de ese momento, al parecer, el colegio cambió poco, tal vez se hizo más hermético, con puertas más sólidas y un muro un par de palmos más alto. Poco más. Hoy, a diario, nadie parece darse cuenta de la presencia de la heredera al trono.
Para el entorno familiar de la nueva princesa de Asturias, “la situación en el ámbito escolar está completamente normalizada. Leonor ya lleva seis años en el colegio y la seguridad que la acompaña forma parte del paisaje del Rosales. Los escoltas están ahí, pero no se ven. Los profesores y el personal administrativo y de servicios del colegio tienen completamente asimilado el asunto de los guardias civiles de paisano, que se han convertido en unos miembros más de la comunidad escolar”.
–Y los padres de los alumnos, ¿qué opinan?
–Para ellos también la situación está normalizada. No es cierto que don Felipe y doña Letizia hayan exigido que no haya teléfonos móviles en el interior del Rosales. Es otra de las trolas. Todos los colegios de España restringen el uso de teléfonos a los chavales. Es lógico, imagínese un chaval de 15 años con el WhatsApp en mitad de un examen de matemáticas. Todo es más normal de lo que muchos pueden imaginar. Empezando por el propio nombre de Leonor, que se eligió sin el mínimo condicionamiento histórico. Simplemente les gustó a los dos. El nombre de Leonor no tiene ningún otro significado. Y así en todo. Ni Leonor ni Sofía tienen trato ni tratamiento diferenciado en el colegio, ni tutor especial, ni nada de nada. Leonor se lo curra como todos sus compañeros, y ahí están los exámenes. Los padres no son nada protectores con ellas; les gusta darles independencia, favorecer su autoestima, que sepan resolver los pequeños conflictos diarios, que se saquen las castañas del fuego en su pequeño mundo, que sean disciplinadas y ordenadas porque es su obligación. Están muy preocupados por su presencia pública, pero en su vida diaria piensan que hay que darles margen y que puedan aprender de sus equivocaciones.
–¿Tiene teléfono móvil?
–No. Y sus padres le están dando vueltas a qué edad se lo comprarán. A doña Letizia le horroriza eso de un niño de 10 años con un superteléfono. Y tampoco tienen (y su madre dice tajante que nunca tendrán) televisión cada una en su cuarto. Ambas ven muy poco la tele, tienen poco tiempo. En esos aspectos, Felipe y Letizia son muy restrictivos y estrictos. Son anticaprichos y están en contra de satisfacer las pequeñas necesidades que se les plantean con inmediatez. La madre piensa que no hay nada peor que un niño malcriado en la abundancia, el capricho, la ausencia de referencias. Le gusta achucharlas, pero luego no les pasa ni una en temas de disciplina. Es muy exigente con ellas. Es más estricta que él.
Desde el entorno de don Felipe y doña Letizia se insiste en que la heredera y su hermana no viven en una burbuja; no son extraños seres de sangre azul habitando una cápsula aséptica y cortesana entre reverencias, escoltas, apellidos ilustres, ciervos y encinas. “Leonor empatiza fácilmente y siente el dolor ajeno de una forma muy directa”, explican. Según esas mismas fuentes Felipe, Letizia y sus hijas “han estado en sitios y han visto y vivido situaciones que no quieren que se sepan y que a las niñas les han enseñado mucho. Leonor no vive en el país de las maravillas. Pregunta, registra, procesa, sabe. No está en un guindo. Está viva”.
sí lo demostraron ella y su hermana Sofía el pasado día 2 de mayo, cuando presidieron, por primera vez junto a sus padres, un acto institucional, pero con un claro cariz familiar. Una ocasión perfecta para debutar. Era la celebración de las bodas de plata de la 41ª promoción de la Academia General del Aire (en San Javier, Murcia), a la que pertenece don Felipe, que aprendió a pilotar en esa escuela en el curso 1987-1988. Una celebración entrañable para los oficiales de los tres ejércitos y donde participan sus familias e hijos en un ambiente muy relajado. Las hermanas Borbón-Ortiz aprobaron con nota en su primer gran acto escénico inclinando la cabeza como ordena el ceremonial ante la bandera. Un gesto que se habían preparado a conciencia en casa. Según una fuente, “lo de Murcia no fue nada premeditado ni alevoso con el objetivo de presentarlas en público. A ese tipo de celebraciones los militares llevan a sus familias, y Felipe y Letizia no lo habían hecho antes simplemente porque las niñas eran muy pequeñas. Se lo pasaron de miedo y lo vivieron todo con una mezcla de felicidad y emoción. Su padre estaba radiante enseñándoles (como estaban haciendo el resto de padres con sus hijos) los barracones en los que durmió de joven, el comedor, la sala de estudio, los aviones que pilotó. Y luego les encantó la exhibición aérea de la Patrulla Águila. Todo salió perfecto. Ese es un modelo a seguir”.
Una banda sonora del hogar de los Borbón-Rocasolano cuando cae la tarde es algo así como: “Mami, tenemos que terminar el trabajo de reciclaje para el cole; mami, el disfraz de la función; mami, el PowerPoint del rombo; mami, los zapatos me hacen daño; ordena tu mesa, mi vida; ¿has hecho las fichas? Mañana tengo que salir a comprar camisetas interiores. Mami, mira qué esquema tan chulo para estudiar las autonomías. ¡Niñas, a la ducha!”.
La última escena de la jornada, con las luces de Madrid recortándose en los ventanales de La Zarzuela, es la sesión de mimos y cuentos. Son obligatorios. Letizia lee textos infantiles con su perfecta dicción de antigua periodista televisiva y pone voces a cada uno de los personajes con aire teatral. Las niñas se parten. Su padre prefiere leerles algo más sosegado en inglés. Después apagan la luz. Mientras salen de su cuarto, quizá la pareja real piense un momento cómo será la vida de su hija primogénita; de esa niña que tal vez un día será reina.
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