Censura es la de China, no la que dicen que había en Facebook y Twitter
Mientras las redes sociales eliminan controles antibulos y relegan a la prensa seria, China encarcela al periodista que documentó las protestas de 2022 en ‘Not the Foreign Force’. Pero la tiranía, dice Musk, no es esa, sino la de Starmer en el Reino Unido
En la plutocracia que empieza, y cuyas consecuencias aún solo podemos adivinar, los grandes magnates no quieren poner freno a los bulos y al odio, porque eso es censura, pero sí quieren combatir al periodismo serio, relegado en las redes sociales con esta consigna de Elon Musk a los usuarios de X: “Vosotros sois los medios ahora”. Tan firmes como son contra la supuesta censura woke, allí donde hay censura de verdad, en las dictaduras, las tecnológicas no levantan la voz cuando no conviene a su negocio.
Lo de Mark Zuckerberg es más cínico: solo cuando ha ganado las elecciones Donald Trump ha desmontado las políticas de moderación y verificación que Meta (Facebook, Instagram y Theads, además de WhastApp) introdujo en 2016 bajo presión y tras una serie de escándalos. En 2020, con la victoria de Biden, corrió a suspender la cuenta de Trump, como hizo Twitter, porque estaba montando una insurrección, un buen motivo. Eso fue antes de que Musk comprara Twitter, hoy X, para salvarnos de la secta progre y convertirla en el altavoz de sí mismo y de la derecha alternativa.
La verdad es que la moderación y la verificación nunca funcionaron del todo en ninguna de las redes. Zuckerberg se movió en 2016 en medio de una enorme crisis reputacional: había sido señalado por las manipulaciones masivas de Cambridge Analytica en el Brexit y la primera victoria de Trump, por la matanza de los rohinya en Myanmar alentada en sus redes, por sus técnicas en Instagram para generar adicción en adolescentes a costa de su salud mental. Sí era y es diligente Meta en reprimir que se vea un pezón incluso en el contexto más artístico posible. Y cuando Twitter era supuestamente woke tampoco era eficaz en suprimir las amenazas de muerte o los insultos racistas, machistas u homófobos, pero al menos mostraba cierto propósito de hacerlo. Hay más plataformas en la desinformación: YouTube ha recomendado a sus usuarios delirios anticientíficos, antivacunas o terraplanistas, cuando no yihadistas o supremacistas. En los tres casos, el problema a estas alturas ya no es borrar el contenido tóxico: sería un avance que dejaran de promocionarlo. Al mismo tiempo, los enlaces de los medios respetables han ido siendo castigados en sus algoritmos.
Elon Musk dice ahora que el Reino Unido es una “tiranía”, porque detesta a Keir Starmer y apoya a la ultraderecha de Reform UK (como en Alemania jalea a los neonazis de AfD), pero nunca ha dicho nada parecido de China, donde fabrica ya la mayor parte de los Tesla y rinde pleitesía al presidente, Xi Jinping.
En China acaban de condenar al cineasta Chen Pinlin a tres años y medio de prisión por dirigir el documental Not the Foreign Force, que relata las protestas ciudadanas en Shanghái contra la política de covid cero. El filme, que firmó con el seudónimo Plato, está disponible en YouTube (con la opción de subtítulos en inglés) y detalla cómo estalló el hartazgo de la población en noviembre de 2022, después de tres años de rígido confinamiento. La chispa fue el incendio en un edificio de la localidad de Urumqi, donde hubo al menos 10 muertos achicharrados sin poder salir (y había puertas bloqueadas con hilos metálicos). Los chinos, que veían asombrados por televisión el Mundial de Qatar, con el público aglomerado en la grada sin siquiera mascarillas, salieron a la calle, inicialmente, para poner unas velas en recuerdo de las víctimas de Urumqi en una calle que lleva ese nombre.
El documental, hecho con pocos medios y muchas grabaciones de móviles pero impactante, muestra cómo se van calentando los ánimos. Los eslóganes contra la política de covid cero van apuntado a todo el régimen. Muestran folios en blanco, ese gesto tan subversivo allí donde no hace falta decir por qué se protesta. Van pasando a repudiar en voz alta al Partido Comunista y al propio Xi, a exigir libertad de expresión y de prensa (esa que valoran más donde no la tienen). La narración termina con la dura represión policial y las detenciones masivas, pero también con el levantamiento de las medidas más extremas, e insostenibles, contra la pandemia por un Gobierno alarmado. Un corresponsal de la BBC había sido arrestado (y apaleado) en las protestas, así que el régimen ya tenía a quién culpar de todo: a los “agentes extranjeros”. Y cayó un manto de silencio sobre lo de Urumqi y sobre lo de Shanghái: toda mención en internet fue censurada.
China es uno de los peores países del mundo para ser periodista, según Reporteros sin Fronteras, pero tiene dura competencia en lugares como Afganistán, Eritrea, Corea del Norte, Arabia Saudí, Nicaragua... Y, claro, Palestina, donde los reporteros son objetivo deliberado de las bombas israelíes. No gusta la prensa libre a los autócratas, lo sabíamos, pero ahora tampoco agrada al nuevo poder político-empresarial que emerge en el Occidente democrático. Prefieren a otros profesionales, los de la intoxicación, que tienen vía libre. Si Plato fue capaz de contar la verdad con todo el peso del Estado en su contra, será que no cabe rendirse.
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