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CRÍTICA
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

‘Amén: Francisco responde’: el Papa que escucha como ningún otro

En el documental de Jordi Évole, Francisco dialoga con diez jóvenes sobre el aborto, las identidades sexuales o la pornografía. Se acerca a esa generación a la que el catecismo suena a chino

El papa Francisco conversa con varios jóvenes durante la grabación del documental 'Amen. Francisco responde'. Foto: DAVID HERRANZ / DISNEY | Vídeo: DISNEY
Ricardo de Querol

No hemos visto a otros papas en esta circunstancia. Francisco se reunió con una decena de jóvenes muy diversos, en su mayoría lejanos a la institución católica, para el documental Amén. Francisco responde. Podría llamarse mejor Francisco escucha, porque aquí lo más interesante no es tanto lo que Jorge Bergoglio dice a los veinteañeros, que también, sino lo que estos le dicen a él. Lo valioso de esta producción es que el Papa quiere acercarse a esa generación que, en gran medida, ha pisado pocas iglesias, no espera la vida eterna, considera un derecho el aborto, vive la sexualidad de una forma libre y a la que el catecismo suena a chino. Y a quienes la presencia del Pontífice no impone demasiado: le hablan sin tapujos, uno lo tutea, algunas lo saludan con dos besos. Nadie le besa el anillo. La charla es muy cordial.

Amén es una obra de Producciones del Barrio, dirigida por Jordi Évole y Màrius Sánchez, que estrena este miércoles Disney+. Évole convenció a Francisco no solo para rodearlo de gente lejana a su mundo, sino para llevárselo a un entorno distinto al Vaticano. La película se grabó en verano del año pasado en un espacio de coworking a las afueras de Roma, donde trabajan artistas alternativos y al que el Papa llegó subido en el montacargas. “Lo que queríamos es que diera el paso de ir a un lugar más propio de los jóvenes. Y aceptó”, cuenta Évole. Antes de llegar, el equipo lo filmó en su habitación y en su despacho. Y la cámara subió al coche con él para grabar el recorrido y oírle decir: “Roma es una ciudad muy bella y muy sucia”.

Évole ya entrevistó a Francisco en 2019 en Salvados, para disgusto de los medios conservadores que esperaban su turno. Se han mantenido en contacto desde entonces. Este documental tiene el aroma de Salvados o Lo de Évole, con esas tomas en silencio, el making of, escenas de la vida cotidiana, cámaras atentas a cada gesto. Esta vez el reportero barcelonés no se pone ante la cámara, sino que deja que sea esa decena de jóvenes los que lleven el peso del diálogo. Elegidos cuidadosamente, procedentes de distintos contextos, todos hispanohablantes. Solo una de los diez es católica incondicional, de una familia del Camino Neocatecumenal, los kikos, e incluso ella le habla al Papa de que ha atravesado alguna crisis en su fe.

Hay otra mujer que perdió toda la fe tras vivir recluida en una institución religiosa, y que es lesbiana. Hay una católica activista del derecho al aborto, y le pregunta si la cree una buena cristiana. Hay un senegalés, musulmán, que sintoniza con él hablando de los problemas de los migrantes. Hay una víctima de abusos sexuales en un colegio del Opus Dei que no solo le expone su caso, sino que denuncia que fue desestimado por la Iglesia y luego condenado por la justicia civil. Hay una persona que se declara no binaria, y le pregunta si entiende qué es eso. Otra joven pone sobre la mesa la salud mental, tras haber sufrido acoso, trastornos alimenticios e ideas suicidas. Y, lo más conflictivo, hay una mujer que hace actuaciones pornográficas en una página web, y que no se siente mal por ello.

Jordi Évole, con el papa Francisco durante la grabación del documental.
Jordi Évole, con el papa Francisco durante la grabación del documental.David Herranz/DISNEY +

Dice mucho del pontífice más aperturista al menos desde Juan XXIII su disposición a escuchar a quienes son tan diferentes a su entorno más cercano, al que, por cierto, se refiere como corrupto. Se nota amargura en cómo Francisco admite no haber terminado la limpieza en el Vaticano, la de esa suciedad con la que no pudo su antecesor. Un chico le pregunta: ¿usted cree que tiene a mala gente a su alrededor? El Papa asiente: la tiene.

Pero los chicos no parecen muy interesados en la vida dentro de los palacios vaticanos. Le preguntan si se da cuenta de que la Iglesia está cada vez más lejos de la gente común, y Francisco lo explica en errores propios: los miembros de la Iglesia no han sabido dar ejemplo de servicio a la comunidad. Lo que inquieta a estos jóvenes son las cuestiones de su tiempo. Y ahí el Papa responde sin perder el tono amable ni salirse del guion. Sigue condenado el aborto: llega a compararlo (no es la primera vez) con los asesinatos por sicarios. Pero anima a la Iglesia a acoger a las mujeres que han abortado. Mucho más empático se muestra con la homosexualidad y las identidades sexuales alternativas: esa es una gran novedad de este pontificado. No hay asomo de condena en sus palabras.

Expresa su repulsa a la pederastia, y se interesa por el caso del chico presente, si bien insiste en que ese es un problema de toda la sociedad, más frecuente en el ámbito familiar. Sobre la pornografía, no se escandaliza ni hace reproches a la chica que se dedica a eso. Pero le responde que el placer en solitario o frente a una pantalla empobrece la auténtica sexualidad y limita el crecimiento humano.

Preguntan al Papa si vería a una mujer sentada en su silla. En esto Francisco se cierra en banda: esa es una cuestión doctrinal. Se enreda un poco al argumentar que el papel de la mujer es muy relevante en la Iglesia, y él tiene a varias en su equipo, pero que el ministerio, del sacerdocio al papado, es cosa de hombres. Incluso le parece machista que se cuestione eso.

Jorge Bergoglio no siempre convence, pero siempre sale airoso. Francisco no es, desde el punto de vista doctrinal, un papa tan revolucionario. Lo son los gestos. Es un papa que escucha. Que se muestra empático con los que no comparten una visión del mundo dominante durante siglos en el mundo occidental. Que apela al Jesús de Nazaret que se rodeaba de prostitutas y publicanos, a los que veía más cerca del cielo que a los poderosos. Los nuevos discursos no han venido siempre acompañados de reformas. No hay cambios en el celibato (aunque parece abierto a ello), ni en la ordenación de mujeres, ni en la doctrina sobre sexualidad y reproducción. Sí dictó normas para perseguir mejor los abusos sexuales.

Évole saca esta conclusión: “Creo que está haciendo hasta donde puede y no ha querido, al menos hasta ahora, romper la baraja. Sabe la estructura en la que se mueve y la oposición interna que tiene. Él va pasito a pasito. Pero con los pasitos muy firmes”. No se imagina Évole a un Ratzinger o un Wojtyla hablando así con estos jóvenes. En eso Francisco sí es revolucionario.

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Sobre la firma

Ricardo de Querol
Es subdirector de EL PAÍS. Ha sido director de 'Cinco Días' y de 'Tribuna de Salamanca'. Licenciado en Ciencias de la Información, ejerce el periodismo desde 1988. Trabajó en 'Ya' y 'Diario 16'. En EL PAÍS ha sido redactor jefe de Sociedad, 'Babelia' y la mesa digital, además de columnista. Autor de ‘La gran fragmentación’ (Arpa).

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