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EE UU reconoce que los centros de datos son perjudiciales para la salud

Una de las últimas órdenes ejecutivas firmadas por Joe Biden prohíbe que estas infraestructuras se construyan en zonas de alto riesgo de cáncer por polución

Centros de datos
La central nuclear de Three Mile Island, en Middletown, Pennsylvania, que en 1979 registró el mayor desastre nuclear de la historia de EE UU, volverá a funcionar en 2028 para alimentar centros de datos de Microsoft.JIM LO SCALZO (EFE)
Manuel G. Pascual

El auge de la inteligencia artificial (IA) de los últimos dos años ha provocado un frenesí constructor de centros de datos, la infraestructura que hace posible que esta tecnología funcione. Independientemente del efecto que pueda tener la china DeepSeek, que ha demostrado que se pueden desarrollar modelos con menos recursos, el presidente de EE UU, Donald Trump, anunció en su primera semana en el cargo un ambicioso plan que movilizará 500.000 millones de dólares en cuatro años para construir centros de datos y asegurarles un suministro energético suficiente. El crecimiento de este mercado en EE UU empieza a poner contra las cuerdas a la red energética del país, que está buscando fórmulas imaginativas (incluyendo la autorización de reactores nucleares de bolsillo) para sumar potencia al sistema. Pero el lado oscuro de la producción de IA va más allá de su voraz consumo energético y de agua, usada para refrigerar los equipos, o de la generación de cada vez más basura electrónica. También puede afectar a la salud de la ciudadanía, tal y como ha reconocido hace poco, y por primera vez, la Casa Blanca.

Una de las últimas órdenes ejecutivas firmadas por el expresidente Joe Biden (EO 14141, del 14 de enero), titulada Avanzando el liderazgo de EE UU en la infraestructura de la IA, reconoce de forma implícita que los centros de datos son nocivos para la salud. El documento, que no ha sido revocado por Trump (a diferencia de otra orden ejecutiva que pretendía reducir los riesgos que supone la IA “para la ciudadanía y la seguridad nacional”, que sí fue tumbada), garantiza la cesión de suelo federal para la construcción de este tipo de infraestructuras, que considera “estratégicas” para la economía y la seguridad del país, así como el desarrollo de capacidades energéticas suficientes para alimentarlas, incluyendo energía nuclear si fuera necesario.

Una de las secciones de la orden ejecutiva fija los requisitos que deberán reunir las localizaciones en las que se construyan esos nuevos centros de datos. Suelo topográficamente apto, respetar la fauna y recursos culturales aledaños, proximidad a redes de alta tensión y buenas conexiones… Y otra más: “Ubicación dentro de áreas geográficas que no están en riesgo de incumplir de manera persistente los Estándares Nacionales de Calidad del Aire Ambiental, y donde el riesgo total de cáncer debido a la contaminación del aire es igual o inferior al promedio nacional según la herramienta AirToxScreen 2020 de la Agencia de Protección Ambiental (EPA)”.

“La orden ejecutiva reconoce por primera vez el impacto en la salud pública de los centros de datos. Aunque es probable que la orden se modifique o revoque, el reconocimiento explícito de la disminución de la calidad del aire y el aumento de las tasas de cáncer pone de relieve el riesgo inmediato de los centros de datos de IA”, opina Shaolei Ren, profesor asociado de ingeniería eléctrica y computacional de la Universidad de California en Riverside y especialista en sostenibilidad de la IA.

Ren ha escrito junto a algunos colegas un artículo científico, todavía en fase de revisión, sobre el coste económico y humano que suponen las enfermedades achacables directamente a la polución asociada a los centros de datos. Básicamente, los problemas los causan los gases tóxicos, como óxido nítrico o partículas PM2,5, expulsados durante el proceso de generación de la electricidad que alimenta las plantas. Esos gases proceden tanto de las plantas energéticas de las que se nutren los centros de datos, que normalmente están a pocos kilómetros, como de los generadores de apoyo que tienen por si se cortara el suministro regular. Las cifras que maneja Ren son abultadas: la factura sanitaria de la IA fue de entre 17.000 y 29.000 millones de dólares entre 2019 y 2023. Durante ese periodo, según sus cálculos, se causaron un mínimo de 1.100 muertes prematuras.

Los centros de datos no son ni más ni menos contaminantes que otras industrias. La diferencia está, según Ren, en la tasa de crecimiento de este sector y en la aparente ignorancia en torno a la polución que genera. “Es bien sabido que los coches contaminan, y, precisamente por eso, hay regulaciones estrictas para controlar y reducir los gases que expulsan. Pero los centros de datos están creciendo a un ritmo tan vertiginoso que en 2028 superarán las emisiones de todo el parque móvil de California incluso si le añadimos 35 millones de vehículos, de acuerdo con la reciente proyección del Departamento de Energía de la demanda energética de centros de datos”.

¿Qué ha dicho la Administración Trump al respecto? Nada de forma directa, pero ha emitido algunas señales. La primera, muy significativa, es que no ha revocado la orden ejecutiva de Biden, lo que significa que no rechaza su contenido. La segunda ha llegado esta misma semana: el nuevo director de la Agencia de Protección Ambiental (EPA), Lee Zeldin, presentó el martes una iniciativa titulada Impulsando el gran regreso de Estados Unidos en la que, aunque ni siquiera menciona el CO₂ o los gases de efecto invernadero, sitúa el “aire limpio” como el primer pilar para “proteger la salud de las personas y el medio ambiente”. También hace hincapié en garantizar que los centros de datos de IA “puedan alimentarse y funcionar de forma limpia con energía fabricada en Estados Unidos”. “En este contexto, el término ‘limpio’ parece referirse a bajas emisiones de contaminantes atmosféricos”, apunta Ren.

Dónde edificar qué tipo de instalación

Ese informe da otra clave: más de la mitad de los centros de datos que habrá en EE UU en 2028 serán de colocación. Así se llama en la jerga sectorial a las instalaciones que alojan los datos de terceros y que, a diferencia de los desarrollados para las grandes tecnológicas, conocidos como superescalares, “se suelen ubicar en zonas urbanas con alta densidad de población”, recalca Ren. “Esos centros de datos, así como los especializados en IA, que tienen una demanda de energía mucho mayor que el resto, y las instalaciones que tengan poblaciones a sotavento, son los que tendrán más impacto en la salud”, indica el profesor.

La orden ejecutiva de Biden propone minimizar el impacto en la salud de los centros de datos decidiendo dónde realizar qué tarea. Por ejemplo, se puede optar por realizar el proceso de entrenamiento de los modelos, que es el más intensivo en energía y, por tanto, el que más polución genera, en instalaciones ubicadas en zonas desérticas, y dejar para los centros de datos localizados en zonas con alta densidad de población tareas menos intensivas en energía. “La propuesta consiste en dar prioridad a los proyectos de centros de datos en lugares donde la calidad del aire sea buena y las tasas de cáncer debido a los contaminantes atmosféricos no superen la media nacional. En otras palabras, allí donde no se agrave aún más la desigualdad en materia de salud pública”, recuerda Ren.

Un reciente estudio realizado por el equipo del científico usó como caso de estudio las ubicaciones de los centros de datos que Meta tiene en EE UU para analizar el impacto en la salud que tendría seguir ese esquema de decisión (realizar el entrenamiento de los modelos en ubicaciones de bajo impacto sanitario, es decir, poco pobladas). Sus resultados son que, tomando como referencia la actividad de 2023 reportada por la propia compañía, se podría reducir la factura sanitaria (esto es, el coste de los médicos asociados a enfermedades respiratorias y cáncer provocadas por la polución) en un 30%.


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Sobre la firma

Manuel G. Pascual
Es redactor de la sección de Tecnología. Sigue la actualidad de las grandes tecnológicas y las repercusiones de la era digital en la privacidad de los ciudadanos. Antes de incorporarse a EL PAÍS trabajó en Cinco Días y Retina.
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