Nos hemos quedado con tu cara
La tecnología de reconocimiento facial amenaza la privacidad de los ciudadanos y abre la puerta a la pesadilla orwelliana de una sociedad controlada
Alguien te puede hacer una foto por la calle y conseguir saber quién eres para contactarte. Ocurre en Rusia. Alguien puede cruzar un paso de cebra cuando no toca y ver que las autoridades le multan y pegan su foto cruzando indebidamente en las paradas de autobús tras identificarle con la imagen captada por una cámara de seguridad. Ocurre en China. Uno puede recibir la inoportuna visita de la policía porque el algoritmo falló y le identificó erróneamente. Ocurrió en Estados Unidos, en cinco ocasiones, con cinco ciudadanos, en 2015, según ha admitido la policía de Nueva York. Todo ello podría haber ocurrido en otros momentos de la historia, pero nunca ha sido tan fácil como ahora. La tecnología del reconocimiento facial viene cargada de comodidades, sí, de promesas de una mayor seguridad, vale. Pero, en paralelo, la expansión de toda una industria de seguridad que pivota en torno a ella convierte la pesadilla orwelliana de una sociedad de ciudadanos controlados en algo más que una posibilidad de futuro.
Derivada de la inteligencia artificial, dio sus primeros pasos a mediados de los años sesenta. Aquellos primeros intentos de usar un ordenador para reconocer una cara humana han desembocado en una tecnología que ha alcanzado un nivel de madurez asombroso. Prueba de ello es el iPhone X, que consagra algo que hace unos años pertenecía al dominio de la ciencia-ficción: desbloquear un teléfono con la imagen de nuestra cara. “Cuando te encuentras una tecnología como esta en un artefacto de consumo como el teléfono”, afirma Enrique Dans, profesor de Innovación en el IE Business School, “quiere decir que con ella ya se puede hacer de todo”.
En China, país que se ha marcado como objetivo convertirse en líder en investigación y aplicaciones de inteligencia artificial en 2030, uno ya puede escanear el rostro con la aplicación de móvil Xiaohua Qianbao y pedir un préstamo al banco virtual operado por Xiaohua; acudir a un Kentucky Fried Chicken de la ciudad de Hangzhou y pagar con una sonrisa —Smile to Pay, sonríe para pagar, es el último sistema desarrollado por la aplicación de pagos online Alipay—; controlar la asistencia a clase de alumnos de la Universidad de Comunicaciones de Nankín.
Allí, la tecnología avanza con paso firme de la mano de Face++, start-up china que derrotó a finales de octubre a equipos de Facebook, Google y Microsoft en pruebas de reconocimiento de imagen en la Conferencia Internacional de Visión por Ordenador celebrada en Italia. Ese mismo mes la compañía levantó 460 millones de dólares en una ronda de financiación.
Pero la expansión del fenómeno no se limita a ese territorio. Tiendas de Toronto la utilizan para detectar a los ladrones. Facebook la usa desde hace tiempo para etiquetar a quien sale en la foto. De hecho, en 2015 ya anunció que podía identificar a alguien con un 83% de éxito sin que se le vea la cara; el tipo de cuerpo, el peinado o la postura son elementos suficientes. El nuevo reto para los investigadores es ahora conseguir la identificación de personas que lleven gafas oscuras, velo, máscara, pasamontañas: en la Universidad de Basilea, Suiza, el profesor Bernhard Egger trabaja en un sistema que crea un patrón del rostro en 3D a partir de las zonas descubiertas de la cara.
Así, el mercado del reconocimiento facial mueve ya más de 3.300 millones de dólares (2.800 millones de euros) en el mundo y podría llegar a 7.700 millones de dólares en 2022, según la consultora MarketsandMarkets. Bancos, compañías aéreas, de telefonía, fabricantes de ordenadores, todos se abren a esta nueva forma de identificación biométrica que supone un salto adelante frente a la huella dactilar y el iris.
Pero la cara no es lo mismo que la huella dactilar. Cuando acudimos a renovar el carnet, consentimos en ceder ese dato biométrico a las autoridades. Pero nuestra cara la puede captar quien quiera sin nuestro consentimiento. Con cualquier cámara que haya en la calle, en cualquier lugar.
Esta tecnología consta de dos modalidades básicas, como explica en conversación telefónica desde Michigan el gran experto Anil K. Jain, profesor de ingeniería informática y director del grupo de investigaciones biométricas de la Universidad de Michigan. El de autentificación o detección de cara (face detection), en el que el sistema compara dos imágenes: la que hemos almacenado en el teléfono —en el caso del iPhone— y un modelo 3D que crea a partir del rostro que se presenta frente a la pantalla. Y la de búsqueda de cara (face search), en que se cruza una imagen con las almacenadas en una base de datos para ver que coincidan —para identificar a desconocidos—. “En esta segunda es mucho más fácil cometer errores”, explica Jain. “Necesitas ordenadores potentes y amplias bases de datos con millones de caras”.
Es esta segunda modalidad la que ha disparado el debate sobre la privacidad y las libertades. Su combinación con la creciente autoexposición en redes sociales está dando la puntilla a la era del anonimato. El mejor ejemplo lo ofrece la aplicación FindFace, que el año pasado desató toda una tormenta en Rusia: uno desenfunda el móvil y saca una foto al pasajero que viaja enfrente en el metro; el algoritmo de la aplicación cruza la imagen con las existentes en la red social Vkontakte, que cuenta con más de 400 millones de perfiles; con una eficacia del 70%, permite saber quién es esa persona. Una herramienta peligrosa en tiempos marcados por el acoso.
Permite identificar en tiempo récord a terroristas que acaban de cometer un atentado
Es más. En 2014, los profesores Alessandro Acquisti, Ralph Gross y Fred Stutzman demostraron con el estudio Reconocimiento facial y privacidad en la era de la realidad aumentada lo fácil que resulta identificar a un desconocido en la era de las redes sociales. Con una webcam y un buen software de reconocimiento facial, pudieron identificar a uno de cada tres alumnos que circulaban por el campus de la Universidad Carnegie Mellon. No tuvieron más que cruzar la imagen obtenida con las que les ofrecía el motor de búsqueda de Google o los perfiles de Facebook. En algunos casos, el algoritmo permitía incluso acceder al número de seguridad social del interfecto.
Dicho esto, no todo son graves peligros. El perfeccionamiento de los algoritmos, de las técnicas de análisis de datos y el exponencial ensanchamiento de los bancos de imágenes de caras han procurado a las fuerzas de seguridad un instrumento formidable para identificar en tiempo récord a delincuentes, a terroristas que acaban de cometer un atentado. El profesor Anil K. Jain, de hecho, publicó en 2013 un trabajo científico en el que demostró que se podía identificar a uno de los dos hermanos que hicieron estallar dos bombas en el maratón de Boston en abril de 2013 usando, simplemente, las imágenes difundidas por las televisiones. “La precisión de la detección de rostros en ocasiones alcanza un 90% con las imágenes que se manejan en comisaría”, dice. O sea, en la modalidad de detección de cara (face detection). Pero cuando se trabaja con imágenes de una cámara de vídeo de seguridad de la calle (face search), la cosa cambia. “Ahí todo dependerá de la calidad de la imagen que se obtenga”.
Para que el aparato de seguridad que se está configurando en los albores del siglo XXI funcione a pleno rendimiento se requieren algoritmos cada vez más precisos, sí. Pero la clave es tener nutridas bases de datos. De caras. Y China ya dispone de una con 1.000 millones de fotos de sus ciudadanos, la más amplia del mundo. El gigante asiático cuenta, además, con una amplia red de cámaras para captar imágenes en la calle. Face++, según Financial Times, está ayudando al Gobierno chino a rastrear a los 1.300 millones de habitantes del país a través de imágenes de cámaras de seguridad. Escanear matrículas, escanear caras. La pesadilla imaginada por Orwell en su libro 1984 va tomando forma.
Los norteamericanos tampoco se quedan cortos. Un informe realizado el año pasado por el Law’s Center on Privacy and Technology (Centro de Derecho de la Privacidad y Tecnología) de Georgetown estima que 117 millones de ciudadanos ya están en las bases de datos que la policía puede usar. En conversación telefónica desde Nueva York, el director ejecutivo del centro, Álvaro Bedoya, asegura que la cifra a estas alturas alcanza ya los 125 millones. “Esto no ha ocurrido nunca en la historia de EE UU”, protesta. “Las bases de datos de ADN y huellas dactilares se conformaban con personas con antecedentes penales. Se está creando una base biométrica de gente que respeta la ley, se ha pasado el Rubicón”.
Bedoya, destacado jurista, manifiesta que la tecnología solo se debe aplicar para crímenes graves; no se puede utilizar de manera ilimitada: “En Rusia se usa para identificar a manifestantes. En EE UU, también. Vamos hacia una sociedad de control. Se puede identificar a cualquiera, en cualquier momento, por cualquier motivo”.
La tecnología es parte, además, de la llamada policía predictiva, cuyo objetivo es actuar antes de que el delito se produzca. El uso de inteligencia artificial permite seguir a alguien a través de las cámaras de seguridad que hay en espacios públicos y analizar sus movimientos, su lenguaje corporal. Con la ingente recopilación de datos se pretende, mediante modelos estadísticos, predecir dónde se puede producir el delito y quién es susceptible de cometerlo.
“En Rusia se utiliza para identificar a manifestantes. En EE UU, también”, alerta el jurista Álvaro Bedoya
El problema es dónde acaba nuestra cara. El diario británico The Guardian accedió a documentos que indican que el fiscal general de Australia ha mantenido conversaciones con operadoras telefónicas y bancos para el uso privado de su servicio de verificación facial en 2018. Y a los expertos en protección de datos les preocupa el uso que las empresas puedan hacer de las bases de caras de sus clientes. Una investigación de The Washington Post revelaba en noviembre que Apple estaba compartiendo la información de caras con algunas aplicaciones; y que realizó un cambio, como consecuencia de la investigación periodística, exigiendo a una app que informara de la política de privacidad a los usuarios.
Facebook, Google y Snapchat, por su parte, son tres de las compañías que ya han sido demandadas en Illinois por la captura y almacenamiento de imágenes de los usuarios sin su consentimiento. ¿Acaso podemos confiar en que las compañías de la nueva economía digital no comercializarán nuestras caras?
“El problema es que hay una total falta de transparencia”, manifiesta Kelly Gates, profesora de la Universidad de California San Diego y autora de Our Biometric Future: Facial Recognition Technology and the Culture of Surveillance (nuestro futuro biométrico: tecnología del reconocimiento facial y la cultura de la vigilancia). “La policía, como el Ejército, experimenta, pero no sabemos lo que están haciendo”.
Esta investigadora, que ahora estudia las técnicas de análisis forense de vídeo, asegura que hay una proliferación de vídeos y datos procedentes de drones, cámaras callejeras y de comercios cuyo análisis es externalizado a compañías privadas: “Los científicos dicen que es una tecnología con la que se cometen muchos errores. No hay una ciencia que la respalde y, aun así, se sigue utilizando”.
Todo sea por que no ocurra como en aquella distopía firmada por Terry Gilliam, Brazil, filme de 1985 en el que un error de datos lleva a la detención del señor Buttle cuando el objetivo era el señor Tuttle. Algo que en manos de un integrante de Monty Python tiene mucha gracia, pero, en la realidad, ninguna. Gates se muestra tajante. “Se está persiguiendo una seguridad perfecta que nunca se va a conseguir. Pensar que, en contextos de violencia, todo esto es la gran solución es como comprar más aparatos de aire acondicionado para solucionar los problemas que plantea el cambio climático”.
Al final la cuestión es en qué manos cae el uso de esta tecnología y el manejo de nuestros datos. Países con problemas de derechos humanos y libertades disponen de un tremendo instrumento de persecución de disidentes. El control, por si el que se puede ejercer a través de los dispositivos que manejamos no fuera ya suficiente, franquea una nueva frontera. ¿Alguien se imagina esta tecnología en manos de un Gobierno de extrema derecha en Europa? ¿O en un país gobernado por islamistas radicales?
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