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“Los ingenieros no queremos hacernos ricos”

El fundador de Adobe Charles Geschke, historia viva de Silicon Valley, hizo que ordenadores e impresoras se pudieran conectar

Charles Geschke en su casa de Los Altos (California).
Charles Geschke en su casa de Los Altos (California).

Charles Geschke (Cleveland, EE UU, 1939) se comporta como un californiano más, pide que se le trate por su apodo, Chuck, y muestra gran cercanía. El fundador de Adobe ha hecho grandes aportaciones a nuestro día a día. Su primer invento fue el protocolo que permite que el ordenador personal pueda dar órdenes a la impresora. Después llegó el formato PDF, un estándar mundial, y la difusión de herramientas como Flash y Photoshop.

Este miércoles, el Commonwealth Club de California, le reconoce como uno de los ciudadanos destacados del Estado. La selecta institución considera que es una de las personas que ha revolucionado el mundo de la edición, la publicación y los gráficos a través de su empresa e invenciones. La vida de Geschke, excelente conversador, no es convencional. Sus opiniones tampoco lo son. En abril de 2000 se retiró oficialmente del trabajo día a día, pero nunca se ha ido del todo de Adobe, donde es copresidente.

Pregunta: Usted es uno de los pioneros de la informática, pero su carrera es un tanto atípica. ¿Cómo pasó de profesor de matemáticas en la universidad a crear su propia empresa?

Respuesta: Lo que en principio iba a ser una experiencia dolorosa se convirtió en un hecho que cambió mi vida para siempre. Mientras daba clases en la Universidad John Carroll de Ohio tuve que hablar con un alumno y explicarle que debía dejar los estudios. Su rendimiento no era el adecuado. Él se fue y yo seguí dando clase. Un año después vino a verme. Le recibí con miedo, claro. Me dijo que estaba muy agradecido por mi ayuda, que tenía un trabajo maravilloso en General Electric, donde estaba vendiendo los primeros ordenadores. Yo no entendía nada, pero me dijo que estaba aprendiendo a programar y que si quería vendría a mi casa por las tardes para enseñarme a mi también. Aquello me enganchó.

P. ¿Aprendió a programar?

Steve Jobs era un crío que solía venir al laboratorio de Xerox, a curiosear

R. Me obsesioné, de verdad. Descubrí mi verdadera pasión, justo cuando estaba a punto de terminar mi doctorado. Mi mujer vio que eso era lo que verdaderamente me interesaba. Me dijo que ella se encargaría de todo, pero que me emplease en ello. A mí me daba cierto apuro, porque ya teníamos dos hijos y debía sacar la casa adelante, pero volví a la universidad para formarme. En la Carnegie Mellon hicieron un programa de doctorado pensando en mis estudios previos pero de computación para completar mi currículum. Me becaron.

P. ¿Qué pasó con su familia?

R. Mi mujer, no sé bien cómo, hizo magia con las finanzas, sacando un poco de aquí y de allí, tomando trabajos menores para que yo cumpliera mi sueño.

P. ¿Cómo pasó de ser uno de los primeros doctorados en programación a emprendedor?

R. California tuvo la culpa. Según terminé los estudios nos vinimos a Palo Alto. Entré en Xerox, donde entonces estaba pasando todo. Tenía un amigo en Stanford que me ayudó a entrar. En 1976 hicimos el primer ordenador con conexión Ethernet [el cable que todavía se usa hoy para conectar máquinas]. Al poco tiempo me dejaron crear una división propia, un minilaboratorio dedicado a lenguajes de protocolo. Creamos Interpress, que servía para poder imprimir cualquier cosa desde un ordenador.

P. ¿Qué sucedió con ello?

R. Que nos dimos de bruces con la realidad. Pedí dinero al departamento de márketing, quería tener un presupuesto para que se conociese. Por mi cuenta comencé a dar charlas sobre ello. No me dejaron seguir. Me hicieron ver que tendría que esperar siete años hasta que saliera al mercado. Me desesperé, por más que decía que eso eran dos o tres generaciones de computación, que nos íbamos a quedar atrás, que la competencia nos iba a adelantar, no lo veían. Así que decidí irme y hacer una empresa que lanzase productos al mercado tan pronto como estuvieran listos.

P. ¿Cómo fueron los comienzos?

R. Extraños e ilusionantes. Hubo un chico que empezaba entonces, muy decidido que quiso comprarnos incluso antes de tener nombre. Steve Jobs era un crío que solía venir al laboratorio de Xerox, a curiosear. Él sabía de mi invento, así que vino a hablar: “Estoy haciendo un ordenador personal revolucionario, el Macintosh. Quiero hacer que se entienda con la impresora. Necesito lo que hacéis, así que quiero comprar tu empresa”. Le dije que no, que quería tener mi propio negocio. A las dos semanas insistió. Quedamos en que le haríamos la solución a cambio de un precio, pero que la empresa sería independiente. Apple fue nuestro primer cliente. PostScript, nuestra solución. El éxito fue tal que fuimos rentables en nuestro primer año de vida. Un milagro.

P. Sin embargo, cuando nació el iPad, Steve Jobs apuntó directamente contra ustedes. Vetó flash, hasta entonces el estándar de vídeo interactivo en la web. ¿Cómo se lo tomaron?

Tomé un mapa y miré que detrás de casa, en Los Altos, había un lugar llamado Adobe Creek. Lo de Adobe sonaba bien

R. Puf, entonces Steve Jobs ya no era el chaval que venía a jugar al laboratorio. Era un semidios. Nos hizo daño, pero no era nada personal. Con Flash no pretendíamos hacer dinero, sino llevar una solución que diese interacción a la Red. En realidad, tenía algo de razón. Con HTML 5 se resolvió todo, llegó el vídeo al navegador y es una solución correcta, pero que todavía no estaba disponible. Flash fue solo una solución temporal.

P. ¿Por qué su empresa se llama Adobe [leído en inglés como ‘adobi’]?

R. Me negaba a llamarla de cualquiera manera, no quería que fuera unas siglas o algo así. Tomé un mapa y miré que detrás de casa, en Los Altos, había un lugar llamado Adobe Creek. Lo de Adobe sonaba bien. Me puse a mirar y vi que era una especie de ladrillo tradicional de España, usado aquí para la construcción de las misiones, que después de varios siglos ahí siguen. Me gustó la parte fundacional de toda esta zona. Además, soy católico.

P. ¿Qué significa el reconocimiento que del Commonwealth Club, una de las instituciones más prestigiosas de California?

R. Es uno de los honores más importantes a los que puedo aspirar en la vida. Creo que es importante que no se piense solo de California y hacia California, sino desde aquí hacia el resto del mundo, que se valore cómo es impactar en todo el planeta desde este rincón.

P. Cómo emprendedor, ¿cuál cree que es su aportación más importante?

R. Más que un producto en sí, nuestra filosofía. Nos planteamos solucionar retos de software que sean importantes. Con Illustrator intentamos dar herramientas para dibujar mejor, para que los artistas usaran la informática. También cambiamos el modo en que se trabaja con las impresoras. Con Photoshop nos centramos en las fotos. Con Premiere, en hacer que la edición de vídeo fuese más suave.

P. El PDF es una de sus invenciones...

R. Cuando hicimos Acrobat solo pensábamos en hacer algo que fuese como un acróbata, que pudiera ser lo mismo que el papel en el mundo físico pero en la pantalla. No se nos entendía mucho, la verdad, hasta que llegó Internet y el correo electrónico. Entonces la adopción de nuestro formato PDF fue imparable. Era una forma muy barata de crear tu propio libro o periódico digital y después imprimirlo o, sencillamente, verlo en pantalla.

P. ¿Cómo fue el proceso de expansión internacional?

R. Bastante natural. Por mi experiencia en Xerox pensé primero en Europa, donde nos fue muy bien, pero el acierto verdadero fue meternos en Japón. En nuestros comienzos toda la tecnología de impresión láser se estaba desarrollando allí. Uno de nuestros primeros empleados hablaba japonés, hizo una gran labor. A partir de ahí, los propios fabricantes de impresoras nos recomendaban.

P. ¿Cómo fue la transición de una empresa que hacía productos para ser impresos a una digital?

R. Natural. Todos los clientes estaban haciendo el mismo viaje. Nosotros nos dedicamos a digitalizar el mundo. Entender esto nos hizo mantener nuestra posición.

Ahora mismo recolectamos dos billones de interacciones en Internet para saber qué se compra, dónde va el dinero, en qué se hace clic

P. ¿Y el paso al mundo móvil?

R. Lógico también. Tanto Photoshop como Illustrator se pueden usar en móviles y tabletas. Son herramientas que no deben estar condicionadas por el soporte, sino por la imaginación del humano. Lo que hacemos es adaptar la interfaz y permitir que los documentos estén disponibles siempre a través de la nube para poder seguir con un proyecto sin importar el aparato desde el que se conecta el usuario.

P. Cada domingo por la mañana llega a mi buzón un documento con el análisis del rendimiento de los artículos que escribo: de dónde vienen las visitas, cuántos lo leen… El documento es de Adobe. ¿Qué les lleva a desarrollar estas herramientas de medición?

R. Muchos de nuestros clientes se dedican al márketing, las ventas o la publicidad online. Vimos que tenían la necesidad de conocer mejor el comportamiento de los usuarios de sus páginas para poder hacer una distribución digital óptima. Ahora mismo recolectamos dos billones de interacciones en Internet para saber qué se compra, dónde va el dinero, en qué se hace clic. Es apasionante, un mundo que está cambiando muy rápido.

P. ¿Cómo le gustaría que le recordaran dentro de medio siglo?

R. Como alguien humilde que pensó como un ingeniero y como un científico y que tuvo el honor de hacer herramientas que usaron millones de personas. A los ingenieros no les mueve el dinero, no queremos hacernos ricos. Lo importante es impactar en millones de personas.

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