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Niños ‘influencers’, los olvidados de las leyes de protección de la infancia en Internet

El proyecto de ley para los menores en entornos digitales deja a los creadores de contenido sin medidas específicas

Niños influencers

Con una búsqueda rápida en Instagram o TikTok es fácil encontrar a niños y adolescentes convertidos en influencers. Algunos muestran su rutina, y muchos participan en trends de baile. En varios perfiles con una media de más de 100.000 visualizaciones por vídeo, se observa que generan contenido casi a diario y que muchos cuentan con agencias que los representan. En la mayoría, se indica que son gestionadas por sus padres. Estos menores, sin embargo, reciben a menudo mensajes públicos de contenido más o menos explícitamente sexual, que no son borrados por los administradores de sus perfiles virtuales. Sucede que el borrado de comentarios reduce la visibilidad del post. El proyecto de Ley Orgánica para la protección de los menores en entornos digitales presentado por el Gobierno ha salido adelante esta semana en el Congreso tras superar el veto de Vox. Pero la propuesta ni siquiera toma en consideración situaciones en las que los niños no son usuarios pasivos de las redes, sino también creadores de contenido. Los expertos advierten de que, en su búsqueda de likes y visualizaciones, los menores pueden ser llevados a reproducir conductas sexualizadas que no corresponden a su edad.

La práctica puede empezar de forma inocente: el menor, o sus padres, abren un perfil público. Pero no todo lo que comparten tendrá un gran alcance. Ciertos vídeos, sin embargo, logran romper la burbuja cercana y se viralizan, dando más visibilidad al perfil y atrayendo más seguidores. El ingeniero y exdirectivo de Meta Arturo Béjar explica, en una llamada telefónica desde California, qué tipo de contenido suele hacerse viral: “En Instagram el algoritmo está diseñado de manera que, si un niño —y especialmente una niña— sube un vídeo bailando, ese contenido puede tener cien veces más visualizaciones. Si posa con gestos insinuantes, todavía más”. Poco a poco, el menor va entendiendo qué tipo de actitud debe adoptar para atraer más interacción. Béjar denunció ante el Congreso de EE UU en 2023 que la empresa no adopta medidas para proteger a los más jóvenes.

En algunos vídeos se ve a niñas que posan como adultas, se visten en minishorts y se llevan el dedo a la boca mientras bailan, pero es en los comentarios donde está lo más inquietante: hombres que elogian su cuerpo, piden que publiquen más veces, preguntan su edad y le dicen que le han escrito en privado. La regla de las redes es clara: cuanta más interacción —no importa de qué tipo— más alcance. Con más visibilidad, el perfil empieza a crecer y generar ingresos. La doctora en psicología clínica Silvia Álava, autora del libro Tener hijos felices, advierte de que muchos menores no son conscientes de los riesgos de lo que comparten ni del uso que puede hacerse de sus vídeos.

La propuesta del Gobierno para la protección de menores en internet busca superar esta inacción de las plataformas. Prevé la implementación de una herramienta de verificación de edad y eleva de 14 a 16 la edad mínima para consentir el uso de datos personales en las redes. Pero, según explica el Ministerio de Juventud e Infancia, se concentra en limitar “el acceso más general al conjunto de cuentas en diferentes plataformas de redes sociales”, sin tratar específicamente del uso monetizado por parte de menores. Infancia defiende que los niños y adolescentes creadores de contenido representan un “fenómeno complejo y específico”, y asegura que “se está trabajando para abordarlo de manera más concreta en el futuro”.

Sheila y Hernán son padres de un creador de contenido digital de 13 años. Explican que la idea de grabar vídeos nació de su hijo: primero en privado y, desde los 10 años, de forma pública. Al principio, temieron la exposición, pero prefirieron acompañarlo de cerca antes que prohibírselo. “Para nosotros también era un mundo nuevo”, admiten.

En poco tiempo, pasó de la intimidad a reunir cientos de miles de seguidores. Hoy sus cuentas en Instagram, TikTok y YouTube superan los 300.000. Ellos prefieren mantener el control: gestionan perfiles, revisan comentarios y limitan los mensajes directos. “Es un trabajo diario de limpieza. Si hay cosas muy fuertes, bloqueamos y denunciamos a la plataforma”, resume el padre. Hasta el momento, sin normativa específica y medidas concretas de las plataformas, el cómo proceder en estas situaciones está en las manos de cada padre o tutor. Algunos pueden no tener el cuidado que tienen Sheila y Hernán.

El Ministerio de Juventud e Infancia defiende que ha afrontado al menos parte del fenómeno de los niños creadores de contenido en redes sociales al colaborar con la propuesta del Ministerio de Trabajo de reformar el estatuto del artista para incluir a los influencers, incluso a los menores de edad. Esta ley de 1985 es la única normativa sobre trabajo infantil en España. Con la reforma, Trabajo pretende fijar límites de jornada y franjas horarias, prohibir el trabajo autónomo de los niños y reforzar la Inspección de Trabajo para garantizar educación y descanso. La abogada de infancia Delia Rodríguez destaca que, hasta ahora, “los menores pueden generar ingresos, interactuar con millones de usuarios y comprometer su privacidad sin una protección jurídica clara sobre sus derechos económicos”.

Diana Díaz, directora de las líneas de ayuda en la Fundación ANAR, una organización dedicada a la defensa de los derechos de la infancia y la adolescencia, confirma que ser influencer implica trabajo, no juego: “Hay que regular tiempos de descanso, estudio, ocio y vida familiar. La sobreexposición tecnológica añade presión: si estás ahí, es porque hay una demanda hacia ti”.

Para familias como la de Sheila y Hernán, la actividad de su hijo ya implica cambios profundos en la vida diaria. “Los fines de semana los dedicamos a grabar. Hacemos viajes de kilómetros para grabar con otros niños. Le dijimos: ‘Si quieres seguir con esto, es una responsabilidad’. Lo apoyamos en todo: gestión con empresas, edición de vídeos, propuestas de colaboraciones. Pero lo importante es que disfrute”.

La reforma laboral pretende blindar los ingresos y el trabajo de los menores, pero no resuelve cómo protegerlos en un ecosistema que premia la exposición y la sexualización precoz. Silvia Álava remarca que hay una “sexualización de la infancia en las redes”, en la que niños y adolescentes hacen cosas que no corresponden a su edad para atraer más visibilidad.

Un estudio del Ministerio de Infancia y la Fundación ANAR alerta de que la sexualización precoz puede llevar a que los menores asocien el éxito social con la imagen y conviertan estas conductas en estrategias para obtener atención. El psicólogo Sergio García Soriano advierte de que la exposición mediática desmesurada puede tener un “impacto negativo en su autoestima o llevarles a vivir de cara a la galería”.

Es una realidad que debe ser encarada: uno de cada tres jóvenes de 15 a 29 años declara que le gustaría ser influencer y uno de cada diez ya lo intenta, según un informe del Centro Reina Sofía sobre Adolescencia y Juventud. Cuando la actividad empieza en la infancia, los riesgos se agravan. Un estudio publicado este año en los anales de la Asociación Española de Pediatría y realizado en 31 institutos de Galicia concluyó que la edad media de acceso al primer smartphone fue de 11,7 años. Quienes lo tuvieron tan pronto presentaron más conductas de riesgo, como sexting pasivo o contacto con desconocidos.

Sheila y Hernán aseguran que lo llevan bien. Orientan la visibilidad de su hijo hacia causas positivas, como una campaña contra el bullying. Afirman que, pese a los seguidores, continúa siendo el mismo: mantiene a sus amigos de siempre y la vida escolar no ha cambiado. “Lo que queremos es que sea feliz. Si mañana decide dejarlo, se deja. Para nosotros lo importante no es la fama ni el dinero, sino su bienestar”, concluyen.

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