¿Cómo afecta la hipersexualización a las niñas?
Las expertas inciden en que la sexualización de las muñecas o la moda no es una tendencia sana para las menores, ya que tiene un efecto claro en su autoestima y autoconcepto
Faldas cortas y escotes pronunciados. Pintalabios rojos, sombras de ojos y ligueros. Las muñecas de las niñas (que deberían ser también de los niños) están profundamente sexualizadas, y los disfraces también. Si nos fijamos en las superheroínas, que podrían ser supuestos modelos de identificación para las niñas, están representadas como figuras femeninas que se adaptan a los mandatos de género, fuertemente sexualizadas, con ropa ajustada, maquillaje y guapísimas. Los psicólogos, antropólogos y la comunidad educativa apuntan que estas prácticas (así como esos mensajes) no son sanas para ellas.
“Cuando vemos una de estas muñecas, lo que estamos viendo es una representación en miniatura del cuerpo idealizado de una mujer, del estándar de mujer que la industria comercial juguetera considera que va a ser demandado por las niñas y atractivo para quienes lo van a comprar, y que responde al modelo de mujer al que han de aspirar las de carne y hueso”, afirma la antropóloga especializada en estudios con perspectiva de género, Laura Fernández Frutos. Ella trabaja en la Subdirección General de Museos dentro del Ministerio de Cultura y cuenta que los juguetes del siglo XXI, especialmente occidentales, están en plena sintonía con las demandas de constante consumo del capitalismo (pues estos no cumplen tanto esa función de preparar a las niñas para la vida adulta, si no más bien son un reflejo del mundo del adulto).
“Los cuerpos son depositarios de los significados simbólicos en los que reposan las concepciones e imperativos de los sistemas de género, así como de otras variables como es la identidad”. Fernández Frutos señala que “basta con echar una rápida mirada a las representaciones de los cuerpos femeninos a lo largo de la historia para darse cuenta de que han sido representados bajo diferentes parámetros según las épocas y las culturas, al igual que los valores y actitudes que se han esperado de ellos”. Y un reflejo de ello lo tenemos en las muñecas, vemos después de la Revolución francesa a esas muñequitas vestidas y peinadas según la moda del momento, a las Nancys de los sesenta que nos recuerdan a las actrices de Hollywood, o a las Barbies de los ochenta que transmiten valores muy diferentes a las famosas Mariquitas Pérez de la postguerra en nuestro país.
La antropóloga señala que al analizar estas muñecas, “vemos que una gran parte de los símbolos definitorios que portan (como las ropas y poses sexis, maquillajes, etc.) componen esa mujer deseada y deseable” para la cultura que impera hoy en día en occidente y que se piensa solo “para ser agradable para la mirada de los demás”. Así que estas muñecas y niñas sexualizadas son una apuesta por un determinado tipo de mujer, “muy encorsetada en el modelo clásico y sexualizado de las mujeres, donde no se ve una diversidad y no se muestran otros atributos que las acompañen más que realzar su belleza y sus partes físicas”, afirma Laura Fernández Frutos.
La psicóloga Gema Castaño Rodríguez dice que la hipersexualización de las niñas no les permite vivir una infancia plena, sino que les obliga a saltarse etapas evolutivas necesarias tanto para la formación de una personalidad sana como para la imagen de sí mismas y su autoestima, creando pequeñas adultas en cuerpos de niñas. “Se produce un proceso de cosificacion, justo en la medida en que mi imagen se adapta a un determinado modelo (sin importar cuáles sean mis características de personalidad, gustos o preferencias), lo que reprime su libertad de elección y a largo plazo puede generar problemas de aceptación de la propia imagen y el inicio de problemas ligados a la conducta alimentaria como son la anorexia o la bulimia”, asegura Castaño.
Para la psicóloga la autoestima se forma a partir de la mirada de los otros, así que “si lo que el otro valora es una imagen sexualizadas y adulta, las niñas se mirarán a través de esos ojos, generando niñas que quieren convertirse en adultas antes de tiempo sin entender necesariamente lo que esto significa porque a nivel cognitivo no están preparadas para ello”, afirma. Por tanto, esos mensajes y prácticas las preparan para gustar (y no para gustarse a sí mismas) lo que puede generar problemas de salud mental tanto en la adolescencia como en la edad adulta.
Desde CLAVICO, la asociación que trabaja por la coeducación, Yolanda García Fernández, madre de cinco hijas, dice que el género es una construcción cultural según la cual se asigna a las personas determinados roles, ocupaciones o valores por haber nacido mujeres o varones. Con lo que las niñas a los cinco años ya han aprendido que nacieron para los otros; “para agradar”. He ahí porque sus juguetes son maquillaje, cocinitas, utensilios de limpieza, muñecas con las que ensayar la maternidad. García Fernández asegura que “tenemos que empezar a cortocircuitar los roles y no fomentar el uso del maquillaje, de pintarse las uñas, ensayos de mujer con ropa sexualizada o bailes sensuales. El reggaetón sin ir más lejos”.
A las niñas y a los niños no tenemos que ponerles límites a su juego ni a sus juguetes por su sexo. Limitar los juguetes de las niñas a sus muñecas es limitar su imaginación, la posibilidad de que puedan imaginar que pueden ser algo más que madres. “Si las muñecas se hipersexualizan, se está enviando un mensaje tanto a las niñas como a los niños de que ese es el rol de ellas”, asegura Yolanda García Fernández, que asegura que en la red social TikTok “niñas, prepúberes, adolescentes, todas exhibiendo sus cuerpos, con las poses imposibles que vieron en los anuncios; en tanga, con poses provocativas que no les corresponden y todo por ajustarse al canon”, asegura.
Estefanía González Polo y Elsa García Sánchez, maestras y creadoras del proyecto coeducativo La Liga de las Mujeres Extraordinarias del colegio público Miguel Hernández de Torrejón de Ardoz. Dicen que cuando las niñas están formando su personalidad, absorben como esponjas rutinas, hábitos y comportamientos que asumen como normales. “Si en esta etapa naturalizan y valoran como algo positivo la hipersexualización de sus cuerpos, en cuanto a convertirlos en objetos deseables para otras personas, existe un claro peligro para el desarrollo de su autoestima, su autoconcepto y, por tanto, de su personalidad”, aseguran. Las maestras aseguran que a estas edades sus comportamientos son claras imitaciones de lo que ven en su entorno cercano y, cada vez más, de lo que reciben a través de los medios de comunicación y redes sociales.
Las medidas para frenar esta hipersexualización deben ser transversales a todo el proceso de crianza y educación. No hay que esperar a ver actitudes que no nos encajan, sino que hay que hacer lo posible para que ni siquiera aparezcan y, si lo hacen, ofrecerles recursos para detectarlas y evitarlas. Para Estefanía González Polo y Elsa García Sánchez, una de las medidas primordiales es el análisis de los inputs que reciben a todos los niveles. “Por ejemplo, evitamos que vean películas con escenas eróticas o sexuales, pero están escuchando continuamente en la radio, mensajes como “Estoy enamorado de cuatro babys, siempre me dan lo que quiero, chingan cuando yo les digo” y los cantan casi desde que aprenden a hablar sin que nadie se pare a analizar con ellos/as lo que están diciendo”. Las maestras cuentan que como adultos sabemos distinguir entre una letra pegadiza y un aprendizaje vital, pero, con 5 o 10 años, ambas cosas se pueden difuminar.
“Es nuestra labor acompañar a nuestras niñas en ese proceso para minimizar en lo posible los riesgos de esta exposición constante a la hipersexualización, atendiendo a todos los ámbitos que pueden influir en su desarrollo como es el lenguaje, la publicidad, los cuentos, los juguetes, la ropa, la música, las actividades que se les muestran como correctas o incorrectas por ser niñas”, aseguran las maestras de la escuela Miguel Hernández. Tenemos mucho que coeducar.
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