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LGTBIQ+
Tribuna
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Orgullo de horizontes compartidos

Auscultemos los pliegues y las brechas, las heridas y las rupturas sin renunciar ni a la alegría, ni a los placeres, ni a nuestra común y compartida fragilidad

Participantes en una concentración por los derechos LGTBIQ en Barcelona esta semana.
Participantes en una concentración por los derechos LGTBIQ en Barcelona esta semana.Eric Renom/LaPresse (LaPresse)


Las necesidades trascienden las identidades, y las necesidades en común construyen puentes y horizontes compartidos.
Christo Casas, 'Maricas malas'

En estos tiempos tan narcisistas de pantallas, de repliegue identitario y tiempo consumido por la (auto)explotación de esas que Remedios Zafra llama “vidas trabajo”, cada vez es más complicado articular propuestas colectivas. Mucho más si se trata de aunar necesidades y vivencias, memorias y promesas, de quienes han vivido como sujetos subyugados. El mundo digital nos ofrece la fantasía de creernos únicos, de recrearnos en nuestra propia imagen para, desde ella, sentirnos singulares. A la velocidad del dedo que hace pasar las imágenes sobre la palma de nuestras manos. Todo ello mientras que no hemos sido capaces de desmontar las ficciones políticas —y jurídicas— que nos dividen de manera jerárquica, al tiempo que el sistema se encarga de que entendamos como secundarias las condiciones materiales que son las que hacen posible, de hecho, la igualdad.

Nos hemos quedado sin futuro y el presente acaba jugando un pulso entre la melancolía de lo vivido, el miedo del porvenir y la borrachera, falsamente igualitaria, del aquí y del ahora. Un escenario perfecto para que, herida de muerte la democracia, la bandera de la libertad ondee en manos de quienes nos ofrecen respuestas simples y un sofá confortable sin un espejo en frente en el que mirarnos.

Llegados a este punto en el que la esperanza política, a lo María Zambrano, cada vez se nos antoja más cara, resulta frustrante asistir a la complicidad de tantos y de tantas, no sé si consciente o no, con las reglas del juego que marcan los de siempre. Los dueños y las dueñas de lo normativo, de los regímenes de verdad, de los dogmas laicos con los que es imposible pasar el testigo de una mano a otra, como en aquellos brazos que de manera sucesiva sostuvieron en su día a mi paisano Pepe Espaliú.

Hemos ido dinamitando a una velocidad de vértigo los puentes, dejándonos llevar por ese marco dualista y oposicional que no solo enfrenta sujetos e ideas sino que también reduce la política a un pulso de machitos que, con pene o sin él, pelean por demostrar quién la tiene más grande. Lo de menos es el pretexto. Una ley, una ministra, un error, una coalición con tiritas. Lo de más son las enormes oportunidades que por el camino estamos perdiendo para ensanchar la lógica de los derechos y de la justicia. Quizás olvidándonos de la potencia del feminismo para desorganizar las política sexuales dominantes.

Ante las amenazas ciertas de regresión constitucional y de negación de derechos que ilusas pensamos que serían para siempre, volveremos a equivocar la estrategia si solamente nos refugiamos en nuestra parroquia y si nos creemos el cuento de que el BOE es el paraíso soñado. En un país como el nuestro, en el que afortunadamente disponemos de una batería normativa más que notable en materia de derechos de las personas LGTBIQ+, el acento debería ponerse en cómo se ejecutan e interpretan las normas, en cómo se dotan de recursos para hacerlas efectivas o por el contrario se dejan morir sin derogarlas expresamente, en cómo la perspectiva interseccional, tan ausente todavía cuando hablamos de igualdad, nos coloca como sujetos en lugares jerárquicos diversos, atravesados por distintas opresiones. La mayoría de ellas con un carácter tan sistémico que solo nos liberaremos de ellas cuando cambiemos las reglas del juego y hagamos de la autonomía, y de las condiciones que la posibilitan, el presupuesto ético y jurídico de nuestro estatus ciudadano.

Un horizonte de posibilidad que difícilmente alcanzaremos si continuamos en nuestras trincheras, si emulamos a los voceros misóginos y a sus armas arrojadizas, si no nos fijamos de una vez por todas más en los objetivos a perseguir que en el marco simbólico que nos hace sentirnos diversas. Hablamos pues de un proyecto vulnerable pero cargado de potencia, de una táctica basada en los aprendizajes compartidos y en la conversación, de una suma política y radical que abandone al fin el tono moralista de los púlpitos y acoja el seductor y esperanzado de la igualdad. Recordando siempre que, como dice Carolina Meloni, el feminismo no es una palabra que exista en singular y a solas.

Auscultemos pues los pliegues y las brechas, las heridas y las rupturas. Esas roncas donde encallan las subjetividades desobedientes. Todo ello sin renunciar ni a la alegría, ni a los placeres, ni a nuestra común y compartida fragilidad. Sin divisiones morales entre lo respetable y lo disidente. Orgullosas no tanto de una identidad sino de ser cuerpos vivientes, capaces de llenar las calles y las plazas con la energía cívica de la dignidad plural y en construcción. El nomadismo de sujetos en gerundio, habitantes de las fronteras como lugares fértiles, al fin convencidos de cuál es el verdadero enemigo y de la importancia de las alianzas para hacer saltar por los aires la casa del amo. En fin, la posibilidad de un activismo como red/trinchera donde cuidarnos y que nos permita transformar nuestra desafección privada en ira politizada (val flores).

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